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¡No mires arriba!

Por Urbano García, Juan Carlos Casco y ChatGPT.

Dos astrónomos descubren que un meteorito va a chocar con la Tierra. Ante la inminencia del impacto y la destrucción total, las autoridades optan por pedir a la gente que ignore la catástrofe y no mire al firmamento. Este argumento de la película “¡No mires arriba!”, aunque parodia sutil no es sino símil de lo que está ocurriendo en el final de este 2022 ante los avances de la llegada de la Cuarta Revolución Industrial (sobre todo en inteligencia artificial o robótica).

Es justo ahora, en plena “IARRUPCIÓN” cuando instituciones educativas, viejas corporaciones y refractarios al cambio nos piden que demos la espalda a este tsunami, sigamos remando en nuestra pequeña barca analógica de remos, desechemos los utensilios digitales y neguemos la evidencia de lo que se avecina.

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El desarrollo del poder personal.

Poder, discurso, palabra y actos del habla.

La organización humana está nucleada y se mueve por la dinámica del poder. Su lógica es muy simple, unos cuantos mandan y la inmensa mayoría obedece. Unos tienen autoridad para hacer a su antojo (poder de la violencia, poder económico) y otros solo pueden actuar pidiendo permiso. El problema para llevar a cabo nuestras iniciativas y hacer cosas valiosas radica en que  necesitamos poder, y el poder está difícil de conseguir porque quien lo tiene no quiere soltarlo. Ante esta situación, lo más práctico es aprender a desarrollar poder personal si no queremos convertirnos en seres serviles e irrelevantes.

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De la Sociedad del conocimiento a la Sociedad de la inteligencia.

En torno a la Sociedad del conocimiento y los trabajadores del  conocimiento anunciados por Peter Drucker, se generaron muchas falsas expectativas sobre los beneficios que este tiempo reportaría a la sociedad. Y sin desmerecer sus bondades, considero que la Sociedad del conocimiento está agotada porque hemos relegado el trabajo con el conocimiento a un vulgar ejercicio de memorizar y coleccionar información para su certificación académica y adorno personal. Para avanzar en el progreso económico y social global necesitamos un nuevo impulso que nos conduzca a la SOCIEDAD DE LA INTELIGENCIA, desde donde cada persona pueda alcanzar la mejor versión de sí misma, desplegar todo su talento y crear riqueza revolucionaria.

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El Capital emocional. La principal riqueza de las naciones en el siglo XXI.

El capital emocional es el motor de la nueva economía.

El capital, para Adam Smith, eran los recursos financieros, humanos y materiales (fábricas, máquinas) con los que contaba una sociedad para crear valor (La Riqueza de las Naciones). Con la llegada de la Sociedad del conocimiento (Peter Drucker), aparecen otras formas críticas de capital (capital intelectual, capital relacional, capital cliente, capital reputacional…). Pero ninguno de ellos fue capaz de ver el capital más importante con el que cuenta un país, región, ciudad, organización o una persona para crear valor y riqueza, se trata del CAPITAL EMOCIONAL, entendido como el estado de ánimo que tienen las personas que viven en un lugar para  movilizar el conjunto de los recursos y activos que tienen a su alcance.

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España desperdicia su gran oportunidad

Si no tuviéramos la autoestima tan baja, reconoceríamos que tenemos un gran país que millones de personas en todos los continentes sueñan con que un día pueda ser su hogar. Salgan por ahí afuera para comprobarlo y comparen. Un gran país mejorable, con desequilibrios a compensar: por ejemplo, la desigualdad social por la crisis del 2008, aún vigente, y agravada por el COVID. La social, porque la igualdad de oportunidades real no es tan clara como se proclama. Desigualdad de género, por más que España sea país adelantado en la materia, pero con trecho aún por recorrer. Y desequilibrio territorial, porque es un despropósito que el ochenta por ciento de la población vivamos en la quinta parte del espacio, lo que es insostenible incluso desde el punto de vista medioambiental. Hay más desajustes, como el lacerante desempleo juvenil y el desequilibrio entre unos cuantos millones de parados y el mismo número, aunque con otras cualificaciones o mejor disposición al trabajo, que no se contratan porque no se encuentran, como en la ingeniería o en la construcción.

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