7800 millones de perros verdes.

Desarrollar tus propias ideas, trazar tu camino y construir tu destino.

Procurar que cada persona desarrolle sus propias ideas, trace su camino y construya su destino para dejar un legado, debería ser la base del nuevo contrato social global (New Deal). Un ideario que rompa un statu quo actual que se empeña en justo lo contrario: producir individuos sumisos que obedecen órdenes, siguen el camino marcado por el stablishment y trabajan para construir los sueños de otros. Necesitamos una nueva educación sobre la que edificar un nuevo orden que convierta a las personas en creadoras de riqueza revolucionaria.

Me gustan las personas que tienen sus propias ideas y la decisión inquebrantable de llevarlas a cabo, considero que ahí reside el progreso individual y colectivo. En la fuerza creadora de éstas personas está el futuro de todos nosotros, el futuro de la humanidad (la creación de nuevos productos y servicios, nuevas formas de trabajo, nuevas empresas, nuevos medicamentos, nuevos alimentos, nuevas soluciones ambientales…). Y lo bueno de todo ello es que cada ser humano, bien guiado, es un creador en potencia, un emprendedor, un líder. La fuerza creadora de la especie humana es descomunal, dentro de cada uno de nosotros hay un genio que se puede despertar.

En un mundo presidido por la incertidumbre, la vida se ha convertido en una aventura apasionante si nos atrevemos a producir ideas originales, aprender a descubrir posibilidades y desarrollar la fortaleza emocional para llevarlas a cabo. Una singladura solo alcanzable en su plenitud si somos capaces de invitar y seducir a otras personas para que se embarquen con nosotros en el viaje, en un océano inabarcable y lleno de oportunidades pero también de riesgos y vicisitudes. Y todo ello desde la decisión de cultivar un carácter con el que forjar nuestro destino y crear un legado que dé sentido a una existencia vivida con plenitud.

Detrás de cada una de los 7800 millones de individuos que vivimos en el planeta hay un “perro verde”, una rareza maravillosa. Sin embargo la educación recibida no nos ha preparado para desarrollar nuestra singularidad, más bien estamos programados para seguir patrones y replicarlos; una actitud aprendida que nos va a generar muchos problemas para ser viables en el mundo del futuro. Siguiendo a Fernando Flores, considero que uno de los principales desafíos de la educación es “cultivar la rareza que es cada ser humano”. Porque la vida florece y la riqueza eclosiona cuando se potencia la singularidad de cada persona.

Me causa desazón comprobar como siendo las criaturas más creativas del universo, estamos inmersos en una deriva marcada por el adoctrinamiento, el seguidismo y el reduccionismo, una situación que nos relega a una minoría de edad permanente, en un círculo vicioso del que no somos capaces de salir.

Para construir nuestro proyecto vital necesitamos refundar nuestra educación, una educación que va más allá de la escolarización de todos y el acceso a la universidad. Una persona puede ir a la escuela y a la universidad y ser un «analfabeto funcional» para desenvolverse en el mundo actual. La clave está en resignificar la educación para crear una educación transformadora, una educación basada en una nueva ética donde nos hagamos cargo del todo, de los desafíos del planeta, del hambre, de las enfermedades, del sufrimiento humano, de la injusticia…

La educación del futuro ha de descubrir la rareza de cada individuo y cultivarla, a valorar a cada persona como un ser único e irrepetible, seres con talentos en potencia que debidamente cultivados y orientados nos darán la solución para la cura de las enfermedades que nos afligen o el hambre que nos atormenta; talentos donde están las respuestas para revertir el cambio climático, el genio con el que construir relatos, melodías, lenguajes y nuevas expresiones que desarrollen nuestra sensibilidad, nos inspiren y perfeccionen como seres humanos. 

Y para ello necesitamos aprender otras cosas y con otro propósito: aprender a seguir nuestro propio instinto, a pensar y actuar en grande, a abandonar los caminos seguros que no nos llevan a ninguna parte, a afirmar verazmente, a mirar el mundo como un todo y responsabilizarnos de él, a fundar nuestros juicios para tomar decisiones, a hacer declaraciones valiosas para los demás, a prometer y cumplir, a hacer ofertas potentes, a dirigirnos, a desarrollar fortaleza emocional, a trabajar en equipo, a ser impecables…

Desarrollar espíritu crítico no es “criticarlo todo”, es escuchar al otro con la apertura para que su palabra me pueda cambiar, es desarrollar sentido, criterio y discernimiento, aprendiendo a contrastar la información y segregar lo verdadero de lo falso, a escuchar juicios divergentes y a fundar los míos para formular mis propias ideas y actuar con autonomía tomando mis propias decisiones.

La educación que tenemos está diseñada para reproducir la pobreza, nos educan para ser pobres, reduciendo nuestro potencial creador y transformador. La escuela actual, a través de los códigos restringidos y las pedagogías invisibles, nos programa como autómatas, relegándonos a una versión menor de nosotros mismos; convirtiéndonos en seres miedosos, incapaces de pensar en grande, de concebir grandes empresas y llevarlas a cabo.

Cuando parecía que teníamos todo el conocimiento y los recursos para construir nuestro mundo y desarrollar nuestras ideas y proyectos vitales con las que crear riqueza infinita, resulta que estamos en minoría de edad, en una deriva de reduccionismo insultante que nos convierte en marionetas de un sistema injusto, en autenticas caricaturas de nosotros mismos.

Propiciar que cada ser humano desarrolle sus propias ideas, y allanar el camino para que las materialice es la base para el Tercer Contrato Social de la Educación, trabajando para que cada persona descubra quién es, cuál es su talento, cuál es su pasión, en quién se quiere convertir y, sobre todo, qué puede entregar y ofrecer a los demás. Y a partir de ahí conseguir que cada individuo alcance la mejor versión de sí mismo.

Adelante!!!

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