El papel reservado a los líderes políticos del futuro no consistirá en hacer obras faraónicas e inauguraciones con placas impresas en las fachadas para la posteridad, eso es tarea de la sociedad y la maquinaria de la administración (empresas, emprendedores, trabajadores, servicios públicos…). Su misión principal no será hacer cosas materiales para cambiar el mundo, sino desarrollar a las personas que van a cambiar el mundo. Su legado no estará en invertir en cosas, sino invertir en las personas. Las sociedades ricas son aquellas donde la acción política se enfoca en el desarrollo de la creatividad, la innovación, la ciencia, la tecnología, la educación transformadora, el emprendimiento y el talento; orquestando todas estas energías en torno a un proyecto colectivo. Pero esto es incompatible con la actual cultura política, que precisará un nuevo estilo de liderazgo que sea capaz de unir desde la diversidad a la gente en un propósito.
