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No tengo miedo al fracaso

Cuando era niño, lo que más temía cuando me caía era sentir la afrenta de ser visto por los demás y quedar sometido a su escrutinio, algo que me producía mucho más dolor que los golpes. Con los años, me di cuenta que este sentimiento aprendido, heredado como un tic de mi mundo cultural, condicionaba mi vida, limitando mi espacio para actuar y atreverme a hacer cosas importantes.

El otro día me preguntaron cuál era la principal enseñanza que podríamos dejar a los jóvenes en estos momentos, la escena de la caída me vino a la cabeza y respondí: “perder el miedo al fracaso es la cosa más valiosa que podemos dejar a nuestros hijos y a las personas que queremos”.

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Se acabó la seguridad. Vivir se ha convertido en una aventura.

Aunque en estos momentos de zozobra nos parezca que el futuro está lleno de fatalidad, se abre ante nosotros en un horizonte de posibilidades donde todo está por hacer y cada uno de nosotros tenemos la llave para construir nuestro destino. Eso sí, aprendiendo a vivir la vida como una auténtica aventura y abandonando la absurda idea de que podemos tenerlo todo bajo control.

Para hacerlo tendremos que cambiar nuestra forma de pensar, empezando por entender que el control es una quimera en un mundo presidido por el cambio y la incertidumbre. Si no lo logramos, lo vamos a pasar muy mal.

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El futuro de la Educación. Una mercancía en manos de grandes empresas.

En 15 años la mayor parte de nuestras universidades habrán desaparecido o se habrán convertido en marginales, fagocitadas por grandes compañías y brokers tecnológicos.

En 2017, durante los trabajos preliminares para la creación de la Universidad Abierta en Línea de NIcaragua (una Universidad creada y participada por las principales universidades del país y liderada por el Consejo Nacional de Universidades), mi discurso en el acto inaugural con los rectores y rectoras, comenzó así: “traigo dos noticias, una buena y otra mala. La mala es que de no hacer cambios en nuestras universidades, en 15 años estarán en riesgo de desaparición  o de convertirse en marginales e irrelevantes. La buena es que lo vemos venir y podemos comenzar a revertir la situación ahora, impidiendo que esa distopía se materialice. Está en nuestra mano hacerlo pero tenemos que actuar ya…”.

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La pandemia. Una oportunidad única para sacar a los estudiantes del aula y reinventar la educación.

Cuando la preocupación en este momento es que los estudiantes retornen a las aulas para restaurar la normalidad, es decir, la vuelta al pasado. Tenemos una oportunidad histórica y única para sacar la educación del aula y llevarla a otros espacios donde debería estar produciéndose el aprendizaje. El desafío actual no es cómo “meter” a los estudiantes en el aula, sino cómo sacarlos sin que el aula pierda su función de nexo y espacio de encuentro para conducir el proceso educativo.

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Todos los culpables del fracaso educativo.

Todos los actores que forman parte del sistema educativo trabajan bajo presión: el estudiante bajo la presión de la familia y del profesor para la consecución de los resultados académicos; la familia bajo el apremio y las privaciones económicas para costear los estudios de los hijos; el profesor bajo los estándares fijados por las autoridades educativas, el centro, las familias y la desmotivación de los estudiantes…

El director del centro vive con el “aliento en el cogote” de la comunidad educativa (estudiantes, padres, profesores, personal no docente) y las exigencias de las autoridades regionales; el consejero y el director general bajo la presión constante de los centros educativos, estudiantes, profesores y el presidente que les puso en el cargo; el presidente regional acuciado por todos los anteriores, la opinión pública y el ministerio de educación; el ministro sobrevive con el corazón en un puño bajo la presión constante de los consejeros regionales, los diferentes actores de la comunidad educativa nacional y la evaluación del presidente del gobierno que le nombró; el presidente del gobierno zozobra asfixiado por las exigencias de los actores educativos organizados de todo el país (sindicatos, estudiantes, profesores, centros educativos, universidades…),  además de las embestidas diarias de los medios de comunicación, los lobbys, la oposición política, la de su propio partido, la de los votantes y la de los organismos supranacionales a los que pertenece el país con sus reclamos, recomendaciones y varas de medir.

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