El mundo rural y sus actores no saben utilizar el poder blando (soft power)

RESUMEN DEL ARTÍCULO

La importancia de utilizar el poder blando (soft power) para revitalizar el mundo rural es esencial, un recurso que han puesto en juego con gran maestría los países y las ciudades en torno a narrativas de progreso y modernidad. Mientras ciudades como Nueva York o Barcelona seducen y enamoran, el mundo rural está condenado por un relato de declive y vacío que lo margina. El poder blando, definido por Joseph Nye como la capacidad de persuadir mediante valores, cultura e ideas, ha permitido a naciones como Estados Unidos o Corea del Sur y a ciudades como París o Dubái atraer pobladores, talento, inversión y turismo. Sin embargo, el mundo rural no ha sabido construir una narrativa atractiva que resalte sus valores: espacio, tiempo, naturaleza, autenticidad. Para revertir esto nace Agitación Rural como motor para generar un relato seductor, capaz de reposicionar lo rural como una aspiración global, impulsando su desarrollo económico y social.

Adelante!!!

Por José Vicente Granado y Juan Carlos Casco

ARTÍCULO COMPLETO

El poder más influyente en el mundo no se edifica con ejércitos, sanciones o aranceles, sino con historias que enamoran, relatos que hacen soñar, sembrando deseos en la mente de la gente. Esto es el poder blando, la magia de persuadir al mundo para que haga lo que tú quieras, que desee lo que tú representas, sin disparar un tiro. Naciones como Estados Unidos o Corea del Sur y ciudades como Nueva York o Barcelona han tejido narrativas seductoras —de libertad, cultura, progreso— que han atrapado nuestra atención y secuestrado nuestros sentidos, atrayendo talento e inversión global. Pero el mundo rural, ese tesoro de espacio y tiempo, ha quedado rezagado. Su relato de “vacío” y decadencia, impuesto por la hegemonía urbana, ha ahogado su voz. Es hora de que lo rural despierte, agite su alma y cree nuevas narrativas, una historia que haga vibrar al mundo. ¡Ven y descubre cómo se puede crear ese nuevo escenario!

Poder blando: El arte de enamorar

Joseph Nye lo llamó poder blando: la capacidad de un país para moldear deseos con su cultura, valores e ideas. Olvídate de la fuerza bruta o las sanciones; aquí mandan las emociones. Es Hollywood haciéndote soñar con Los Ángeles, el K-pop convirtiendo Seúl en un imán global, o los cafés de París haciendo un canto al amor romántico. Cuando tu historia enamora, la gente te sigue, invierte en ti, te imita. Es el juego de la seducción, y todos quieren jugarlo y salir vencedores.

Naciones maestras del relato global

Estados Unidos es el rey del poder blando. Sus películas, sus iPhones, el mito del “sueño americano” hacen que millones de personas quieran ser parte de su historia. Los vaqueros, el jazz, un Big Mac: no son solo cosas, son pedazos de una identidad que el mundo ha convertido en objeto de deseo. Sus universidades atraen genios, sus marcas venden estilos de vida. Pero cuando sus políticas se hacen duras mediante el uso de la fuerza, su encanto se tambalea. El poder blando necesita tacto y piel, no puños.

China está creando su influencia en el mundo a base de invertir en poder blando (más de 10.000 millones de euros al año), desde donde está tejiendo su propio hechizo. Los Institutos Confucio llevan su idioma a cada rincón; la Franja y la Ruta construye puentes en todo el mundo, literal y figurativamente. TikTok y sus películas atrapan a los jóvenes. Toda esta estrategia sirve de contrapeso al poder duro ejercido desde un país no democrático.

Otros brillan con menos ruido. Corea del Sur, con BTS y El juego del calamar, ha hecho del kimchi una obsesión global, atrayendo turistas e inversiones. Francia seduce con la alta cocina, el Louvre y la Torre Eiffel. Nueva Zelanda, con sus paisajes de El señor de los anillos y su aura progresista se muestra a nuestros ojos como un paraíso. Cada uno de ellos sabe que un buen relato vale más que la fuerza bruta.

Ciudades: Las reinas de la seducción

Las ciudades invierten cuantiosas sumas de dinero en la disputa por el cetro del poder blando. Nueva York, con su horizonte y Broadway nos invita a soñar en grande. Dubái, con sus torres que tocan el cielo promete riqueza. Barcelona, con Gaudí y su brisa mediterránea nos invita a crear. Estas ciudades no solo existen; cuentan historias bellas mientras esconden sus miserias (guetos de pobreza, contaminación, estrés, falta de espacio, inseguridad ciudadana…). Sus festivales, museos y fotos virales en Instagram hacen que el mundo se enamore. Organizan Juegos Olímpicos, contratan a genios como Zaha Hadid, y el resultado es claro: nuevos pobladores llamando a sus puertas, inversiones, turistas, empresas, talento.

Copenhague con sus bicicletas, diseño nórdico y su bandera verde nos dice “vive con estilo, cuida el planeta”. No es una ciudad; es un deseo. Singapur mezcla rascacielos y jardines para gritar “orden y futuro”. Las ciudades saben que, para ganar, deben ser un imán emocional, un relato que todos quieran vivir.

Cómo las ciudades eclipsaron lo rural y ganaron la guerra del relato

Y aquí viene el gran golpe de efecto: las ciudades han ganado la batalla del relato. Han convencido al mundo de que ellas son la belleza, lo moderno, el progreso, la emoción, el futuro. En el lado opuesto, el mundo rural acaba etiquetando con el marchamo antitético (feo, antiguo, atrasado, pobre, vacío, vaciado…). Londres o Madrid brillan con sus luces de neón; Tokio, con su frenesí. Mientras, nuestros entornos rurales y pueblos quedan atrapados en un cuento de declive y marginalidad. Y esto no es casualidad; es un triunfo del poder blando urbano. Las ciudades atraen juventud, dinero, titulares. Lo rural, en cambio, lucha por un altavoz que cuando lo tiene en sus manos no es capaz de utilizarlo para cantar sus bondades sino para resaltar la queja y lo negativo.

Las ciudades concentran y agitan sus activos y valores positivos. Usan festivales como SXSW en Austin, rascacielos icónicos, campañas virales. Lo rural, en cambio, no ha sabido contar su historia. Tiene espacio infinito, tiempo, humanidad, historia, cultura, naturaleza viva; pero le falta un relato que enamore, que haga a la gente soñar con amaneceres en la dehesa en vez de pantallas de plasma. Las ciudades han vendido su frenesí; lo rural aún no ha vendido su glamour y su calma.

Poder duro, poder blando, poder inteligente

El arte de crear poder e influencia es simple: hacer que otros quieran lo que tú quieres, hacer que otros hagan lo que tú haces. El poder duro lo logra por la fuerza coercitiva: ejércitos, capital, sanciones, aranceles, presiones. Funciona, pero deja resquemor, resentido y cicatrices. El poder blando seduce, hace que el mundo desee tu visión y aspiración. Los más audaces combinan ambas fuerzas y alternan una política del palo y la zanahoria, convirtiéndose en los maestros del poder inteligente, la danza perfecta. EE.UU. alterna Hollywood con bombardeos, “ataques preventivos” y sanciones arbitrarias; China, su cultura con sus intereses comerciales para conquistar el mundo sin disparar una sola bala. Las ciudades lo hacen también: Nueva York combina metro y marca; Dubái, puertos y prestigio.

Pero lo rural está cojo, no ha sabido utilizar el poder blando en torno a un relato que seduzca. Para ganar, debe aprender de las ciudades y las naciones. Necesita concentración —reunir artistas, creadores, emprendedores, soñadores— y agitación —lanzar nuevas narrativas que agiten corazones y enciendan pasiones. Es hora de armar un nuevo poder inteligente rural al que las autoridades y sus propios actores son completamente ciegos.

Agitación Rural: Un movimiento para remover los cimientos de lo rural

El mundo rural no está vacío; está lleno de las cosas más importantes para vivir (espacio, tiempo, naturaleza, aire, agua, vida, salud), esperando su momento. Es hora de un marketing inverso, de tomar las armas de las ciudades y los países para fraguar sus identidades —sus festivales, sus campañas, su brillo— y usarlas para vender lo rural. Para ello necesitamos a los mejores contadores de historias, poetas, artistas, trovadores, creadores en todas las disciplinas, líderes, influencers, agitadores y apóstoles de lo rural.

En buena lid, lo rural tiene lo que las ciudades envidian: espacio para respirar, tiempo para vivir, autenticidad para conectar. Solo necesita un megáfono, una historia que provoque y conmueva, una repoblación emocional, que revele a la gente el deseo de mudarse, vivir, invertir y pertenecer a ese mundo que aún no tiene relato desde donde ejercer su poder blando.

Para la creación del soft power, antes de invertir en asfalto, hormigón y servicios, hay que hacerlo en relato, marketing y propaganda. Detrás del deseo de copiar el estilo de vida americano, valorar la cultura china o sumergirse en el glamour de París, hay una política de inversión inteligente en relato (publicidad, eventos, comunicación, encuentros, exposiciones…), que se concreta en sumas millonarias con retornos multimillonarios en Producto Interior Bruto, atracción de capitales, inversiones, consumo y actividad.

Hasta que el mundo rural en su conjunto no se conjure para reinventar su identidad y se enfoque en una estrategia de valor basada en el poder blando, todas las inversiones que se realicen tendrán un impacto parcial y muy limitado.

El momento es ahora

El mundo es un escenario, y el poder blando es el guion. Naciones y ciudades han creado auténticos imperios, haciendo que el mundo las ame de una manera irracional. El mundo rural puede superarlas, pero para ello hay que invertir en soft power. Basta ya de reproducir relatos que nos condenan y de hacer las mismas cosas. Es el momento de Agitación Rural.

Adelante!!!

Nota: aquí te ofrecemos un conjunto de artículos para diseñar una estrategia basada en el desarrollo del soft power para el mundo rural.

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