Mal de altura.

La estatura verdadera de una persona y su capacidad de liderazgo se miden al exponerse a un cargo, un ejercicio que entraña una gran responsabilidad con la comunidad, en la que ésta, en un acto de confianza, delega la gestión y la construcción del futuro común en una persona. Una tarea de entrega y enfoque a la acción incompatible con la vanidad y el pavoneo personal.

El peor mal de altura no es el del  mareo que sufrimos cuando ascendemos una montaña, es la transformación que experimentamos al escalar en la cadena de mando cuando no estamos preparados para asumir el reto de la ascendencia. El primero se cura aplicando oxígeno, el segundo es más difícil de tratar porque quien lo sufre es ciego a su mal y además piensa que los enfermos son los demás. Como decía Einstein, solo hay una cosa tan grande como el universo, y esa es la estupidez humana.

El poseído por el mal de altura comparte sintomatología con la intoxicación etílica, pero su pronóstico es peor porque vive permanentemente en sus efectos narcotizantes y es ciego a los desvaríos de su borrachera permanente.

He podido comprobar como personas  brillantes y llenas de talento han sucumbido al mal, convirtiéndose en histriones y burdas versiones de sí mismas, con su identidad maltrecha y su reputación a la altura del betún, en una representación que acaba provocando la burla, el desprecio y la hilaridad grotesca del respetable.

El cuento del Rey desnudo se repite una y otra vez poniendo en evidencia la estupidez humana que desencadena los delirios de grandeza. La identidad es el único atributo al que su portador es ciego, mientras se hace visible para el resto de los mortales.

Pocas cosas hay en el mundo más grotescas que un mareado por la altura en plena actuación. Un mal negocio para el que interpreta el papel porque tras él revela a una criatura insegura, más enfocada en sí misma que en los demás, sin verdadero carácter, incapaz de inspirar. Cuando la patología avanza, la autoridad decae y la fuerza de uno queda desnuda en los huesos de un poder cuyos días están contados. El reloj de la decadencia se acelera, la conspiración avanza, la soledad del poder se instala, los arrimados halagan, los enemigos acechan, el fuego amigo comienza a hacer estragos y la vida se convierte en un calvario.

El mal de altura representa una de las mayores amenazas para el progreso de la comunidad porque el esfuerzo por mantener el cargo se convierte en la tarea que más energía consume, pasando a un segundo plano (dejación de funciones) las tareas inherentes al mismo (escucha, empatía, diseño de nuevas propuestas, visión, misión, planeación, coordinación de acciones…).

Pese a que mi madre siempre me advirtió para protegerme de este mal, a veces he oído de cerca sus cantos de sirena y sentido sus primeros efectos alucinógenos, pues nada de lo humano me es ajeno, por eso pido disculpas a las personas que haya podido herir con mis devaneos mientras hago firme propósito de enmienda. Espero haber satisfecho ya mi cuota de vanidad para no caer nunca más en la trampa y con ello evitar la afrenta de verme retratado en el futuro como un payaso.

Las palabras, como las balas y el mal de altura, una vez disparados no pueden retroceder. He visto personas  destrozadas y marcadas de por vida por abusar de la soberbia que dan las cumbres, un trance del que es muy difícil recomponerse por el ensañamiento y las ansias de vendetta de perjudicados y público en general.

Cuando llegues a la cima, piensa que el mundo entero te está mirando y escrutando cada uno de tus gestos, como si estuvieses en la arena del Coliseo, en el momento que pierdas el favor del público por tu vanagloria, estás muerto. Por eso cuando he reclamado mi cuota de vanidad en alguna lid, me han asaltado las palabras de mi madre como una cuchilla de hielo penetrando en mis ínfulas, ayudándome a contener mi arrogancia. Una lucha que confieso que vive en el interior de mi ser, pero que gracias a la ayuda de ella he podido identificar y comprobar sus catastróficas consecuencias.

El mal de altura nos vuelve incompetentes, arrogantes, nos hace mirar a los demás por encima del hombro, a la vez que nos convierte en enanos. Nos deja ciegos (incapaces de mirar más allá), sordos (incapaces de escuchar a los demás), aislados (al perder a las personas que nos quieren de verdad). Abre el espacio para que se instalen las emociones como el miedo, el odio, o el resentimiento; mientras ocupan el lugar de la alegría o la esperanza.

Al final, como en la comitiva del Rey desnudo, queda la corte  de aduladores poniendo los clavos en su ataúd. Y más allá, el público observando el esperpento entre burlas y gritos que comienzan a pedir su cabeza.

¡Pero cuidado! El mal de altura no solo afecta a quien tiene cargo, todavía es más perjudicial para el que no teniéndolo se cree en posesión o merecedor de él. Los síntomas a los que debes permanecer atento están en tus palabras: cuando cambias el nosotros por el yo, olvidas dar las gracias, pedir perdón, cuando eludes tu responsabilidad y culpas a los demás… Si te ves en alguno de ellos, quizá estés a tiempo de reaccionar. 

Creo firmemente en la capacidad del ser humano para aprender de sus errores y cambiar, pero las personas con las cicatrices del mal de altura quedan marcadas de por vida, raros son los casos de rehabilitación, solo tienes que mirar a tu alrededor y observar la larga lista de cadáveres y zombies que deja a su paso, a las pruebas me remito.

Adelante!!!

Este artículo ha sido elaborado por Juan Carlos y Fernando para ti.
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Mal de altura.

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6 comentarios en “Mal de altura.

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