Una sociedad excitada por la fantasía de la seguridad.
Vivimos más años, tenemos más bienes, pero somos más infelices. La búsqueda de la seguridad ha creado sociedades donde la mayoría de ciudadanos aspiran a ser funcionarios. Hasta tal punto es así, que el sistema está diseñado para estudiar por largos años, vivir la tortura de años de oposiciones y, por fin, aquellos que lo consiguen, lograr un empleo de por vida del que nadie podrá separarle salvo flagrante delito (y muchas veces ni así).
La próxima crisis que se está gestando después del coronavirus y la crisis energética.
En los últimos 14 años hemos asistido a una concentración frenética de acontecimientos disruptivos en una breve fracción de tiempo, provocando una sucesión de crisis que en el pasado constituían eventos muy espaciados en el calendario. Y todo hace presagiar que este fenómeno, en lugar de frenarse, se acelerará aún más en los próximos años. ¿Quieres saber cuál será la próxima crisis?
Este artículo forma parte del plan de trabajo que estamos llevando a cabo con organizaciones sociales y del tercer sector para fortalecer su influencia y liderazgo, desde la construcción de nuevas propuestas de intervención con la ciudadanía que se hagan cargo de los grandes desafíos del siglo XXI. Sirviendo a su vez de documento marco de trabajo para su puesta en común con gobiernos y organizaciones políticas para el rediseño de las políticas públicas, programas y actividades que llevan a cabo las organizaciones del tercer sector.
Las organizaciones sociales y del tercer sector (asociaciones, fundaciones, ONG, sindicatos, fundaciones…) viven un momento crítico, sumidas en una profunda crisis, desconectadas de su masa social, sin poder de convocatoria y atrapadas en su zona de confort. En las últimas décadas han perdido buena parte de su influencia, debido a que no han sido capaces de renovar sus ofertas a la ciudadanía y a la campaña de desprestigio orquestada por sus detractores.
Cierto día, un padre y su hijo hicieron un viaje en su borrico. Al pasar por un pueblo los vecinos murmuraron: qué vergüenza, el padre montado en el burro y el pobre hijo tan pequeño caminando; escuchando las críticas, el padre se bajó del burro y le cedió el puesto a su hijo. Llegaron a otro pueblo y la gente murmuró de nuevo: qué injusticia, el joven cómodamente montado sobre el burro y el pobre hombre caminando; por lo que decidieron montarse los dos en el burro. Y así llegaron a otro lugar donde los viandantes comentaban: qué vergüenza, dos hombres que pueden caminar perfectamente maltratando a un pobre animal; por lo que ambos decidieron continuar el camino a pie. Al paso por el siguiente pueblo, los paisanos decían: qué tontos, tienen un burro y no se montan en él. Después de una larga reflexión, el padre dijo: sabes hijo, vamos a hacer lo que consideremos que tenemos que hacer en cada momento, porque si nos guiamos por lo que opinan los demás, siempre recibiremos críticas y nuestra vida será un calvario.
Una sociedad en minoría de edad.
Crítica fácil, queja permanente, reivindicación de derechos, escaqueo de responsabilidades, ley del mínimo esfuerzo, superficialidad, procrastinación, descompromiso… son rasgos que se retroalimentan en la sociedad actual, generando una deriva sin freno hacia el nihilismo.
El cambio radical de paradigma que está alterando el tablero político.
El fenómeno acelerado de desideologización y pérdida de conciencia de clase que está experimentando el electorado, trastoca por completo unas estrategias políticas que cogen a pie cambiado a las viejas maquinarias de los partidos.
Los discursos efectivos que apelaban a las identidades y nos recordaban quiénes éramos y de dónde veníamos han perdido su efectividad, sumiendo en un desconcierto a las marcas políticas (especialmente a las de la izquierda). Los votantes de izquierdas que votaban de manera automática han menguado extraordinariamente, una situación de la que muchos partidos y dirigentes políticos parecen no haberse enterado y siguen tocando la misma melodía mientras el barco se hunde.