
RESUMEN DEL ARTÍCULO
¿Por qué algunas personas olvidan sus principios y votan contra sus intereses? ¿Y por qué otras hacen exactamente lo contrario: sacrifican sus intereses para ser fieles a sus principios? La respuesta está en la dimensión emocional desde la que vivimos y decidimos.
Con el tiempo entendemos que estamos hechos de tres materiales: lo aburrido, lo vibrante y lo divino. Según cuál domine, nos volvemos personas vulgares, brillantes o elevadas. Y, naturalmente, nos sentimos atraídos por quienes despiertan en nosotros lo emocionante y lo selecto. Los griegos lo sabían bien y llamaron a estas formas de habitar el tiempo Cronos, Kairós y Aión: lo anodino, lo vibrante y lo trascendente.
El mecanismo es sencillo: al escuchar a alguien, nuestra mente decide en segundos si lo que oímos nos empequeñece o nos eleva. Buscamos ideas audaces, selectas, capaces de sacarnos del gris de Cronos para llevarnos a la vibración de Kairós y, cuando es posible, a la plenitud de Aión. Por eso conectamos con quienes inspiran y nos alejamos de quienes nos empequeñecen.
En política sucede igual. Todos vivimos atrapados en lo prosaico —trabajo, tareas anodinas, preocupaciones—, pero seguimos necesitando a quien nos haga vibrar, a quien convoque a lo épico y nos invite a una aventura colectiva. Por eso las propuestas electorales deben abrir paso a un proyecto más grande: un propósito que dé sentido a la vida de la gente.
La política fracasa cuando olvida que las sociedades no mueren por falta de recursos, sino por falta de sentido. Y hoy, más que nunca, un milímetro de visión y vibración basta para inclinar la balanza.
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ARTÍCULO COMPLETO
Cómo conectar con la fibra sensible del electorado
Por qué hay gente que olvida los principios y vota en contra de sus intereses. Y por qué muchas personas votan en contra de sus intereses y a favor de sus principios. Si has pensado en esto alguna vez y no has encontrado explicación, aquí tienes algunas claves que te pueden ayudar a entenderlo.
Con qué vibra la gente
Cuando nos vamos haciendo viejos y miramos la vida en perspectiva, descubrimos que estamos hechos de tres materiales: lo aburrido, lo vibrante y lo divino. Dependiendo de cómo nos relacionemos con esos tres elementos, acabamos definiendo nuestra identidad como personas (vulgar, brillante, elevada). Y la gente se siente atraída por lo vibrante y por lo elevado. Este principio magnético mueve nuestros deseos a la hora de entablar amistad, formar pareja o votar por una determinada opción.
Las personas, desde nuestra actitud, somos capaces de crear atmósferas emocionales con las que coloreamos y alteramos la realidad, cambiando el sentido y el discurrir del tiempo y los acontecimientos. Los antiguos griegos, que eran mucho más sabios que nosotros, descubrieron esto hace más de veinticinco siglos. Y para referirse al tiempo inventaron tres palabras que representan tres maneras de habitarlo: cronos (tiempo anodino), kairós (tiempo vibrante) y aión (tiempo divino). Y no se quedaron ahí: fueron más allá y, para cada una de estas tres categorías, crearon tres divinidades (Cronos, Kairós y Aión).
Estos tres principios, aunque en dosis diferentes, están presentes en cada uno de nosotros. Nos atrae quien nos crea una atmósfera aventurera y selecta, y nos repele quien nos sumerge en lo aburrido y lo vulgar. Y esto no quiere decir que las personas aburridas no tengan momentos de agitación, o que las vibrantes y divinas no atraviesen periodos anodinos. Pero, al final, acabamos etiquetándolas en alguna de esas tres categorías y definiendo nuestra propensión a acercarnos o alejarnos de ellas.
Te cuento todo esto para que observes la esencia más íntima del ser, porque no se puede hacer política sin conocer el material, el alma profunda (ethos) de la que estamos hechos y, por ende, a qué dimensión del ser tenemos que hablar en cada momento.
Cómo nos escuchamos y conectamos con los demás
Qué aburrido, qué pesado, qué irrelevante… Qué interesante, qué audaz, qué atrevido… Qué motivante, qué vibrante, qué elevado.
Aunque no siempre seamos conscientes, así es como funciona nuestra mente cuando escuchamos a otra persona. Estas son las secuencias —auténticas ondas emocionales— que nos atraviesan al oír un discurso o compartir una conversación. En cuestión de segundos clasificamos y etiquetamos: ¿lo que dice el orador nos arrastra hacia lo gris o nos impulsa hacia lo vibrante?, ¿nos reduce o nos eleva?
Por eso nos alineamos de manera natural con quienes son capaces de proponernos ideas interesantes, retadoras y selectas, y nos alejamos instintivamente de quienes percibimos como huecos, planos o aburridos. No nos movemos por juicios o evaluaciones racionales, lo hacemos por afectaciones emocionales automáticas movidas por una brújula interna que orienta nuestras afinidades y rechazos.
La clave —en política, en liderazgo y en cualquier forma de interacción humana— consiste en leer el contexto emocional en el que se encuentra la gente y conectar con esa fibra sensible que contagia el ambiente. Porque solo desde ahí es posible realizar el verdadero tránsito: llevar a las personas de la mano desde el sentimiento gris de Kronos, hacia el universo vibrante de Kairós y, cuando se da el momento, hacia la plenitud de Aión.
Esa es la arquitectura íntima de la conexión humana: reconocer el estado emocional del otro y ofrecerle el camino para que pueda elevarse y alcanzar la mejor versión de sí mismo.
Apropiación para la acción política
Por supuesto que todos llevamos una vida atravesada por lo prosaico y atada a la tiranía de Cronos, una vida en la que los esfuerzos se concentran en sacar adelante a nuestras familias, mantener un trabajo, pagar facturas y hacer malabares económicos. Necesitamos soluciones reales para acceder a una vivienda, un empleo digno, una sanidad eficaz o unos servicios públicos que nos sostengan. Pero, aun así, lo que realmente nos mueve es estar cerca de personas que nos hacen vibrar y elevarnos, que alteran nuestro sentido del tiempo y nos hacen sentir parte de un club selecto, de un destino que merece ser vivido.
Seguimos esperando a alguien capaz de conectar con lo divino y fluir con la dimensión poética que todos llevamos dentro, de invitarnos a pensar en grande y vivir una aventura colectiva. Y cuando esa persona aparece, no solo olvidamos nuestras quejas: estamos dispuestos incluso a realizar sacrificios. La política siempre ha funcionado sobre ese mecanismo profundo de aspiración e inspiración.
Por eso, el discurso debe abordar primero las necesidades materiales —las medidas económicas, laborales, de seguridad, sanidad, igualdad, educación o cobertura social—, pero solo como antesala de un proyecto de futuro selecto y elevado, un horizonte capaz de darle sentido a la vida de la gente.
Cuando te dirijas a tu electorado, cuenta tus propuestas en cinco minutos y utiliza la hora restante para narrar el gran proyecto de futuro que tienes para ellos. Esa es la diferencia entre un jefe y un líder. El proyecto no es el programa electoral: es un propósito mayor que lo recorre y lo trasciende —crear una nueva ciudad, alcanzar un nuevo pacto social, promover la sociedad del conocimiento, o liderar la revolución de la Inteligencia Artificial—.
Quizá lo que te he contado te ayude a comprender por qué mucha gente vota en contra de sus intereses seducida por la promesa de algo vibrante. Y por qué una parte importante del electorado también votamos a favor de nuestros principios y contra nuestros intereses. Porque lo que nos mueve de verdad es lo retador, esa fuerza que habita en la intersección entre la lealtad a nuestro pasado y la esperanza en el porvenir.
Las sociedades no mueren por falta de recursos, sino por falta de sentido. “Donde no hay visión la gente perece”, recuerda la Biblia. Como escribió Václav Havel, “la esperanza no es la convicción de que algo saldrá bien, sino la certeza de que algo tiene sentido, pase lo que pase”. Parafraseando a Maxwell: los seguidores pueden perdonar a un líder que se equivoque con su visión, pero jamás a quien no la tenga.
En este momento, la política está tan debilitada y devaluada que el menor atisbo de vibración y emoción puede decantar una contienda. Lo elevado no está —ni se le espera—, al menos de momento.
*Nota. Si te interesa profundizar más en esta mirada, a continuación tienes 37 artículos más que la desarrollan.
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