Toda una vida en una caja de zapatos

Esa vieja caja presente en los hogares humildes que se guardaba con celo en el armario o la mesilla de noche y constituía su principal patrimonio intangible. Un capital emocional cuyos valores depositados en ese modesto banco del tiempo eran las fotografías de la familia, en el intento por esquivar el olvido que seremos y el deseo de permanecer unidos.

A falta de blasones, insignias, títulos o emblemas familiares, esa vieja caja de cartón, se abría algunas veces de manera íntima para responder a la pulsión de un recuerdo, de un afecto, de una ausencia. También en reuniones familiares, como argumento sutil para reconducir situaciones difíciles, coser heridas y sanar el alma.

Ante esa vieja caja, casi siempre de zapatos y otras veces de puros o de galletas, siempre me sentí como el creyente frente a las reliquias de su santuario, en un espacio espiritual que no puede ser violado. Y cuando, en alguna ocasión, alguien me abrió la caja de sus recuerdos guardada con celo en la parte más protegida de su casa, me sentí turbado y busqué una excusa para declinar la invitación, como si estuviera profanando una tumba.

El álbum de fotos o el archivo electrónico de imágenes no puede igualar el misterio y la mística que acompaña a las viejas fotografías de la caja, porque en ella desfilan las almas de las generaciones familiares y allí reverberan sus espíritus.

Todavía recuerdo cuando mi familia cambió de casa y cómo, en la mudanza, la mayoría de cacharros cabía en un gran cesto de mimbre, en cuyo interior, bien protegida, iba esa caja portadora de la historia y la esencia de la tribu.

Al final, somos seres históricos que necesitamos rememorar nuestro pasado en común, como punto de partida y referente para dirigirnos con paso firme y buen tino hacia el futuro. Porque para saber a dónde vamos, necesitamos sentir y hacer tangibles las emociones del de dónde venimos.

La vieja caja es la recurrencia a la voz de las ausencias de nuestros seres queridos, que a veces nos hablan y nos revelan verdades esenciales, como que la verdadera patria es la infancia, o que la muerte es la única cosa genuinamente democrática que nos acontece e iguala en la vida.

La vieja caja, ese reservorio denostalgias y esperanza que nos recuerda nuestra frágil condición con su insoportable levedad, a la que recurrimos en la búsqueda de sentido cuando lo perdemos.

El ser humano, extraño y único ser que juguetea caprichosamente entre el pasado y el futuro, “con la esperanza delante y los recuerdos detrás y un horizonte abierto que siempre está más allá”, como nos cantaba el poeta Atahualpa Yupanqui.

Al final, todo lo esencial en un espacio tan reducido, en el sanctasanctórum humilde de una caja de zapatos.

Adelante!!!

Artículos relacionados:

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.