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No se piensa igual desde un chozo que desde un palacio

Resumen del artículo

No podemos elegir vivir en una chabola o en una mansión, pero sí edificar una gran obra en nuestra mente. Esta decisión condiciona nuestros resultados, permitiéndonos alcanzar nuestra mejor versión y hacer de nuestra vida una obra de arte.

El lenguaje antecede y crea el pensamiento

Las palabras estructuran nuestros esquemas mentales y dibujan los planos de nuestro actuar. Las conversaciones generan los ladrillos de la mansión o los latones de la chabola. No hay prosperidad en una mente pobre, ni pobreza en una mente rica.

Reconocer los mecanismos que reproducen la pobreza

La pobreza se crea a partir de patrones lingüísticos y culturales que determinan nuestra vida. Estos se transmiten a través de la educación y pedagogías invisibles, perpetuando la escasez.

Darse permiso

Reconocer nuestro círculo vicioso de pobreza no basta. La pobreza se basa en la dependencia de la autorización ajena. Darse permiso para actuar y controlar nuestra vida es esencial para avanzar.

Los códigos y patrones que reproducen la pobreza

Bernstein identificó dos códigos lingüísticos: el restringido (chozo) y el elaborado (palacio). El código restringido perpetúa la miseria, mientras que el elaborado fomenta la riqueza y la creatividad.

Personas de mente pobre y personas de mente rica

El chozo y el palacio son metáforas de mentalidades. Las mentes pobres limitan y destruyen, mientras que las mentes ricas dinamizan y enriquecen su entorno.
De nosotros depende que nuestra mente sea una mansión o una chabola. “Todo ser humano, si se lo propone, puede ser escultor de su propio cerebro” (Ramón y Cajal).

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El legado

El galardón más preciado de la existencia es la satisfacción de haber dejado un valor a los demás, la confortante sensación de que nuestra vida ha merecido la pena, y que cada una de nuestras acciones ha perseguido un propósito elevado.

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Cinco competencias clave para el alto desempeño que no logré enseñar a mis hijas.

Cuando uno mira las competencias en las que se enfoca el sistema educativo (memorizar y repetir información, seguir reglas y patrones, aprender respuestas enlatadas…) y lo contrapone con las habilidades esenciales para desenvolverse de manera plena en la vida, corre el riesgo de entrar en pánico. Lo peor de todo es que estas prácticas inútiles acaban instalándose como hábitos intelectuales difíciles de desmontar, entrando en conflicto con la apropiación de otras competencias clave como darse permiso, pensar en grande, inventar posibilidades, hacer promesas valiosas y pedir de manera efectiva.

Ante esto, alguien podría decirme eso de que en casa del herrero cuchillo de palo, y no le faltaría razón. Pero la inercia de la escuela y el entorno es tan grande, que puede causar estragos y dejar secuelas de por vida en las personas. Pese a ello no podemos renunciar a intentarlo una y otra vez, ya que tarde o temprano descubriremos que lo que está frenando nuestro potencial para el desarrollo de la creatividad, la innovación, el emprendimiento, el liderazgo, el talento o el desempeño profesional son ciertos hábitos automáticos e incompetencias que nos enseñaron en la escuela. 

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Educar el sentido. Una competencia clave para el siglo XXI.

Desde que era pequeño siempre busqué conferir sentido y criterio a mis acciones, me llevó muchos años definir el rumbo y encontrar un porqué a mi existencia. Miraba la vida de mis padres y las personas de su generación y, aunque humilde y esforzada, no tenía esa presión existencial. Ahora observo la vida de mis hijas y las generaciones más jóvenes y veo que la tarea de significar la vida se ha convertido en uno de los grandes desafíos de nuestro tiempo.

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Hacer historia. Una competencia clave para el siglo XXI.

Hacer historia dando forma al presente con las piezas del futuro.

Cuando era pequeño quedaba absorto observando a mi padre haciendo paredes de piedra seca. A partir de una hilera informe de piedras de todo tipo (grandes, pequeñas, angulosas, redondeadas, de pizarra, granito, cuarcita…), sin argamasa alguna, iba levantando una pared perfecta. Las piedras volaban de sus manos y se acoplaban unas con otras como por arte de magia, cual piezas irregulares de lego que encajaban dentro de un puzzle perfecto.

Mirando el avance de la construcción me parecía una obra de arte sublime, de una solidez, armonía y belleza indescriptibles. Tratando de imitarle tomaba piedras del montón y probaba a construir mi propia pared que, a duras penas, lograba levantar algunas decenas de centímetros en un equilibrio inestable y efímero.

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