El relato subliminal de la ultraderecha y el fascismo y sus mecanismos para asaltar el poder.

La ultraderecha y el fascismo hablan en clave de riqueza e identidad y la izquierda en clave de pobreza.

A la mayoría de las personas nos gusta que nos hablen y regalen el oído como si fuéramos ricos y especiales porque aunque sepamos que no lo somos, esa fantasía nos seduce. Que se nos considere miembros de un selecto club. Nos gusta que nos cuenten cuentos que nos saquen del anonimato, en los que nos convertimos en protagonistas por el simple hecho identitario de pertenecer a un determinado país, religión, raza o creencia. Aunque sean fantasías delirantes, esas historias calan con rapidez en nuestras mentes perezosas que prefieren adoptar y repetir mantras y consignas antes que pensar. Y cuando se cuentan millones de veces, las interiorizamos y normalizamos, terminando por elevarlas a categoría de verdad, escuchando solo aquellos mensajes que las refuerzan y rechazando los que las contradicen.

Por el contrario, la izquierda habla a la gente en clave de pobreza. Y una parte importante de la sociedad denigra ser incluida y considerada como “pobre” (aunque la mayoría lo sea), pero prefiere cultivar la ficción de que es “rica” o clase media (aunque todavía no lo haya logrado).

La crisis es el campo abonado para la ultraderecha y el fascismo.

Los grandes cambios que están ocurriendo, el miedo a perder el trabajo o a no encontrarlo, la inseguridad a todos los niveles e incluso la desesperación; hacen que multitud de personas se conviertan en seguidores y votantes de la ultraderecha, dispuesta a probar algo nuevo aunque sea arriesgado, tras comprobar que las medidas de los partidos tradicionales no han mejorado sus vidas o expectativas que tenían depositadas en el futuro.

Cuando la crisis se hace presente y aumentan las dificultades, el relato de la ultraderecha es más influyente que el de la izquierda porque sustituye la razón y el sentido común por las emociones. La gente necesita fe y esperanza para vivir, aspira a ser rica y exitosa, a sentirse protegida y parte importante de un grupo (identidad). Y en esa deriva, acaba ganando terreno a los partidos tradicionales, mientras que arrastra a la derecha a sus postulados hasta caer en su centro de gravedad. La ultraderecha es centrípeta porque, parafraseando a Pepe Mujica, es capaz de unir a los poderosos en torno a la defensa de sus intereses económicos, mientras que la izquierda es experta en la desunión y fragmentación en torno a la discusión sobre las identidades (es centrífuga).

Si escuchas los discursos de Milei, Trump, Orban, Meloni, Bolsonaro y otros espantajos e imitadores menores. Todos tienen las mismas consignas, hablan a la gente como dando por hecho que todos son ricos en potencia y señalando a los enemigos que lo impiden (extranjeros, practicantes de otras religiones, otros partidos políticos, sindicatos…), cuando lo que están defendiendo realmente son los intereses de los poderosos y una sociedad y economía asentadas sobre sus reglas.

Aunque estamos ante una realidad compleja y llena de aristas donde intervienen multitud de causas, los factores expuestos constituyen el nudo gordiano del ascenso de la ultraderecha y el fascismo. Para 

que un relato se imponga y pueda convertirse en gobierno da igual que sea verdadero o no, su éxito no está en la razón, sino en la capacidad de conectar con las emociones de la gente y generar fantasías en sus mentes.

Para desarmar a la ultraderecha y sus mensajes subliminales hay que ir al manual de propaganda de Goebels.

Los mensajes del fascismo y la ultraderecha siguen al pie de la letra los principios del manual de propaganda de Goebels: simplificación, contagio, transposición (achacar al adversario los errores propios), exageración, vulgarización (popularización de los mensajes), orquestación (número reducido de ideas repetidas hasta la saciedad), renovación (contraponer acusaciones a las propuestas del contrario), globos sonda, silenciación de aquellas cuestiones en las que no se tienen argumentos, transfusión (difundir argumentos que están presentes en los mitos y prejuicios de la gente), unanimidad (convencer que toda la gente está de acuerdo con sus argumentos).

¿Por qué las sociedades tropiezan en la misma piedra y olvidan los catastróficos resultados de los gobiernos fascistas y de ultraderecha? Sencillamente porque los seres humanos no tenemos memoria histórica y volvemos a caer en el señuelo de las identidades cuando vienen tiempos de cambio y transformaciones que ponen en crisis la sociedad y formas de vida tradicionales. Es ahí donde se crea el campo de cultivo y se dan las condiciones para propagar su relato.

El fascismo y la ultraderecha se valen de la distorsión de la historia, presentándonos como ideario político supuestos momentos gloriosos de un pasado que pretenden reproducir en el futuro, arrogándose su protagonismo y autoría. Plantean sus propuestas de futuro como una vuelta a un pasado imaginario que fue mejor. El propio papa Francisco en relación al auge de la extrema derecha, manifestó recientemente: “Sospechen de aquellos que se venden como salvadores, desconfío, le tengo miedo a los salvadores sin historia”.

A lo largo del tiempo, en ninguna sociedad, ningún régimen fascista o de extrema derecha ha generado prosperidad ni bienestar social, solo guerras, asesinatos, destrucción, miedo, odio, desigualdades, impunidad para los poderosos y pobreza y miseria para el pueblo. Resultados que también son extensibles a los regímenes comunistas.

La supremacía del relato de la ultraderecha y el fascismo.

Somos seres gregarios que necesitan la protección y el reconocimiento del grupo. Cuando el relato de la ultraderecha se expande por los medios afines y sus mensajes penetran en el imaginario colectivo, la tormenta perfecta se desencadena y una parte importante de la sociedad comienza a aullar con la manada, unos porque han sido alienados y han perdido su propia identidad y otros por miedo a ser devorados por los lobos. Así ocurre en los regímenes que acaban creando estas ideologías (nazismo, franquismo, fascismo italiano…), donde una gran masa social acaba abrazando el fanatismo y la fuerza de su relato es tal que sobrevive a su derrota, permaneciendo vivo en la clandestinidad y transmitiéndose a las siguientes generaciones.

Así de elementales somos quienes nos llamamos  “seres racionales”, cuando realmente somos “animales emocionales” de una debilidad extrema y una propensión estremecedora a la desindividuación, convirtiéndonos en irracionales cuando la fuerza del grupo nos arrastra a cometer actos atroces.

La ultraderecha y el fascismo no desaparecen cuando cometen sus fechorías y son desalojados del poder. Se mantienen por largo tiempo en estado latente, su relato sigue vivo entre sus nostálgicos camuflados en diferentes ámbitos de la sociedad y partidos políticos de la derecha, donde aguardan la próxima crisis para volver a hacerse presentes, revitalizar sus organizaciones y asaltar de nuevo las instituciones. Y ahora estamos en un momento histórico álgido donde su maquinaria y mensajes subliminales están en marcha para volver al poder, apoyados por el capital, los poderosos y las instituciones judiciales, religiosas y militares que permanecen alineadas en el tiempo con su ideología, a lo que se suma toda la batería de medios de comunicación de los que son amos.

Algo tenemos que hacer.

Adelante!!!

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