¿Por qué la gente abandona los pueblos y se va a vivir a las ciudades? La influencia de las categorías estéticas en nuestras decisiones vitales

Artículo elaborado por José Vicente Granado y Juan Carlos Casco

RESUMEN DEL ARTÍCULO

Es evidente que las ciudades tienen ventajas (oportunidades laborales, vida social) e inconvenientes (estrés, contaminación, falta de espacio) para una «buena vida». Unas condiciones que no justifican por sí mismas la abrumadora elección de vivir en las ciudades por parte de la mayoría de las personas en el mundo. Esto se debe a que las emociones son más importantes que el intelecto a la hora de tomar decisiones; miramos las cosas con el alma antes de someterlas al escrutinio de la razón. Y todo ello tiene su raíz en las categorías estéticas que configuran el paradigma (forma de ver el mundo) de un momento histórico concreto, definiendo los ideales, prejuicios y deseos sin que la civilización sea consciente de que está siendo arrastrada por esa marea de fondo.

El paradigma dominante en el que vivimos es urbano. Desde la Primera Revolución Industrial, las ciudades tuvieron que hacer un gran esfuerzo para atraer mano de obra que moviese la «maquinaria del progreso». Pese a que las condiciones de vida que ofrecían a sus nuevos pobladores eran mucho peores que las del medio rural, tuvieron que invertir mucha imaginación y recursos en marketing y propaganda para llegar con sus reclamos a todos los confines del planeta. Con el tiempo, tanta fue la sofisticación y potencia de su relato, que sus mensajes han calado en el imaginario colectivo, asociándose a las categorías estéticas más elevadas (bello, sublime, moderno) mientras etiquetaban al mundo rural con lo feo, viejo y «cateto».

Solo hay una posibilidad de revertir esta situación: crear un nuevo relato de lo rural en torno a sus categorías estéticas. Y, para ello, tenemos que convocar a los verdaderos intérpretes y creadores de la belleza para resignificar, rediseñar y refundar el nuevo mundo rural, que no son otros que los artistas, filósofos, trovadores, poetas, activistas y, sobre todo, las gentes que sienten y vibran con su pulso cada día.

Hay dos principios que mueven el mundo y crean toda nueva realidad: la concentración y la agitación. A partir de ellos se construyó la civilización de las megalópolis y en nuestras manos está hacer uso de ellos para edificar el mundo rural en torno a un nuevo relato que lo constituya.

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ARTÍCULO COMPLETO

¿Qué son las categorías estéticas y cómo influyen en nuestras decisiones?

Las categorías estéticas son conceptos que utilizamos para describir y valorar nuestras experiencias sensoriales, especialmente aquellas relacionadas con el arte, la naturaleza y los entornos en los que vivimos. Estas categorías nos permiten emitir juicios estéticos al evaluar si algo es bello, feo, sublime, grotesco, trágico o cómico. Sin embargo, su influencia va mucho más allá de la apreciación artística: son una herramienta poderosa que moldea nuestra percepción del mundo y, por ende, nuestras principales decisiones vitales, como dónde elegimos residir o qué estilo de vida adoptar.

Por ejemplo, cuando decimos que algo es «hermoso» o «feo», estamos utilizando categorías estéticas que etiquetan la realidad y que influyen en cómo reaccionamos ante ciertos lugares, experiencias o estímulos externos. Estas etiquetas no solo reflejan nuestras preferencias, sino que también guían nuestras elecciones. Así, una ciudad que ofrece una calidad de vida deficiente puede ser vista como «moderna y vibrante», mientras que un entorno rural con encanto puede etiquetarse como «vacío y atrasado». Estas categorías no son neutrales; se construyen socialmente y reflejan relatos culturales dominantes que influyen en nuestras decisiones, desde dónde vivir hasta qué comprar.

En resumen, las categorías estéticas son marcos mentales que determinan cómo percibimos y valoramos el mundo. Y, en ese sentido, influyen profundamente en las decisiones que tomamos a lo largo de nuestras vidas.

Las categorías estéticas son la sensación que acaricia el alma

En el plano mental, las categorías estéticas son como vibraciones invisibles que tejen nuestro sentido de la realidad. No solo nos permiten ver, sino sentir de una manera subjetiva el mundo que nos rodea. Son el lenguaje íntimo con el que describimos lo que nos conmueve o nos produce rechazo. A través de estas categorías, como quien imagina formas de las nubes y surfea el mundo de los sueños, clasificamos lo que es bello, sublime o grotesco. Pero, ¿son solo conceptos fríos? No, son la brújula invisible que guía nuestras elecciones y deseos. Cuando atraviesan la fina capa de la piel de nuestra alma, esos impulsos reverberan y dan forma a lo que amamos o rechazamos.

Cuando miramos la realidad subjetiva de una ciudad brillante o nos detenemos ante un paisaje en calma, es este lenguaje secreto el que nos habla, modelando nuestras decisiones. Las categorías estéticas no son neutrales: son la manera en que el alma le da sentido a lo que ve, a lo que siente. Así, lo bello, lo feo, lo sublime o lo insignificante toman forma en nuestras mentes y nos inclinan hacia un camino u otro.

Cómo tomamos las decisiones de vida en función de las categorías estéticas. No elegimos dónde vivir, otros ya lo hicieron por nosotros

Las decisiones más trascendentales que tomamos, esas que marcan el rumbo de nuestro destino, no nacen solo de la lógica. Surgen, en su mayor parte, de esa danza sutil entre lo que vemos y lo que deseamos. Los seres humanos no eligen dónde vivir o qué sueños perseguir desde una hoja de cálculo; lo hacemos guiados por imágenes, por el eco de aquello que, en el centro de nuestro ser, consideramos «bello». Estas categorías estéticas que nos susurran al oído son las que moldean nuestros pasos.

Mira la realidad de la ciudad que nos roba el espacio, el tiempo y la salud con su bullicio. Esa vitalidad es vista como bella porque, en nuestro imaginario, la ciudad se ha envuelto en el velo de lo «moderno», lo «vibrante», lo que «debería ser», lo «deseable». Mientras tanto, el mundo rural lo catalogamos automáticamente como «vacío», «viejo», «abandonado», «estéril». Así, el poder de estas categorías nos conduce, como  la melodía mágica en el cuento del flautista, hacia la ciudad, sin darnos cuenta de que hemos sido seducidos por una narrativa prefabricada que no cuestionamos. ¡No elegimos dónde vivir, otros ya lo hicieron por nosotros!

Cómo las categorías estéticas etiquetan la realidad

Las palabras no solo describen el mundo, lo crean, el lenguaje es generativo. Cuando decimos que algo es «sublime», no solo compartimos una experiencia; estamos invitando a otros a sentir lo mismo, a verlo a través de nuestros ojos. Las categorías estéticas etiquetan la realidad y, al hacerlo, le dan forma. Lo bello, lo sublime, lo grotesco son más que etiquetas; son puertas que abrimos a nuevas percepciones que terminan convirtiéndose en «verdades» intersubjetivas.

La ciudad es una dama envuelta en glamour, fruto de un constructo mental interesado que ha fraguado en un relato muy bien elaborado que nos marca dónde reside «el centro de la civilización», el lugar donde ocurre todo lo importante, el solar para prosperar y el espacio que nos conecta con el futuro. El mundo rural, en cambio, ha sido relegado a ser el espacio marginal donde viven los fracasados y habita el pasado. Bajo esta dicotomía, lo que es hermoso para unos, es invisible para otros, si no hay quien ilumine y revele sus realidades subyacentes.

Cambiar las categorías mentales: la creación de nuevos relatos y narrativas

Si el lenguaje puede moldear nuestra percepción, también es la herramienta para cambiarla. Lo rural no puede resignarse al sambenito de las etiquetas que lo condenan. La creación de nuevos relatos y narrativas es el camino para reivindicar su verdadera esencia. La única manera de liberar a lo rural de la cárcel de sus atributos expresados en negativo es construir un relato nuevo, uno elaborado a partir de sus categorías estéticas.

Así como la ciudad fue vendida como el sueño moderno, el mundo rural, de la mano de los artistas, pensadores, creadores y trovadores, ha de recrearnos un universo posmoderno y rompedor que constituya el nuevo ideal de vida de la gente «guay», donde la creatividad y la vida florecen.

Concentración y agitación son las dos fuerzas que hay que proyectar en el mundo rural para cambiar su identidad. Y eso solo se logra cuando se conjuran los poetas, los creadores, los filósofos y los artistas, los únicos que son capaces de revelar la belleza y crearnos los relatos de donde eclosionan los mundos físicos que terminamos habitando y dando sentido renovado y pleno a nuestra existencia.

Igual que el paradigma y la capital del mundo urbano y de las finanzas están en Davos, el universo rural tiene que buscar su capital y epicentro para iniciar el proceso de concentración y agitación del que salga el paradigma y arquetipo del nuevo mundo rural renovado.

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