Todos los seres humanos nacemos con un talento especial que permanece dormido en la mayoría de nosotros, de hecho, la mayor parte de las personas morimos sin conocerlo. La tarea más excelsa del educador es descubrirlo en cada uno de sus pupilos, despertarlo y cultivarlo. Aunque el talento suele estar muy oculto, hay un elemento que lo delata y a través del cual se manifiesta, se trata de la sensibilidad. Cuando una persona es sensible a una realidad (música, poesía, ciencia, arte, deporte…), muy cerca está la llave para acceder a su talento.
Necesitamos profesores y profesoras con sensibilidad para que reconozcan y cultiven la sensibilidad de sus alumnos.
Cuando recordamos a un maestro o maestra que influyó en nuestra vida, no lo hacemos por el conocimiento que tenía o las cosas que sabía, le recordamos por su sensibilidad y la atención que nos dio, por como nos cuidó y consideró importante lo que era importante para nosotros, por el amor a lo que hacía y el espíritu que nos infundió, por la capacidad de conectar con nuestro elemento y alimentarlo. O lo que es lo mismo, por su sensibilidad y apertura a lo que era valioso para nosotros.
En este momento, cuando nos preguntamos sobre la nueva función del profesor del siglo XXI, tenemos que identificar la sensibilidad y su desarrollo como una cualidad central que puede cristalizar en una competencia. La educación transformadora nace de la sensibilidad del maestro para despertar a su vez la sensibilidad de sus alumnos, y a partir de ahí cultivar sus vocaciones y talentos.
Y digo cultivo porque la educación es el arte más parecido al trabajo del agricultor, desarrollando amor por lo que se hace, preparando el terreno, sembrando, manejando la paciencia, aportando calidez, abrigando, abonando, retirando malas hierbas, guiando. En definitiva, creando las condiciones para que las personas alcancen su esplendor y produzcan frutos.
Educar en el siglo XXI es mucho más que transmitir conocimientos, más aún cuando el conocimiento ha dejado de ser un bien escaso y se ha convertido en un artículo abundante, ubicuo y barato. Educar en mayúscula ha pasado a ser un arte para cultivar la sensibilidad en las personas, la tarea más elevada de la labor docente.
Todos los seres humanos tenemos un talento, una sensibilidad innata o aprendida.
Cada ser humano es un creador en potencia, todos tenemos en nuestro interior una fuerza, una pasión que nos conecta con lo divino, una energía que está a la espera de una chispa que la encienda. Pero esta fuerza es invisible, a menudo solo se manifiesta a través de tenues destellos que solo son captados por un maestro con la sensibilidad entrenada.
Uno de los grandes desafíos del futuro será el desarrollo del talento de los niños y niñas para que puedan hacerse cargo de los problemas del presente, como el cambio climático, la pobreza, el reto demográfico o las pandemias; una tarea que precisará de un ejército de personas sensibles y enfocadas.
Desarrollar el talento parte de la observación de la sensibilidad y su cultivo.
Educar en el mundo de hoy es un acto personalizado en torno al descubrimiento de lo genuino de cada ser, una tarea que solo puede ser realizada por profesores y profesoras sensibles, so pena de perder por el camino a millones de personas talentosas, en cuyo interior reside el potencial para crear nuevas actividades, curar enfermedades o desarrollar nuevos trabajos. Y todo esto hay que hacerlo trabajando con cada persona en torno a lo que le apasiona.
Para hacer posible todo lo anterior es necesario que el profesor aprenda a observar, inspirar, interesar, mostrar, aprender a mirar, guiar, hacerse preguntas, admirar, experimentar, explorar, probar, atreverse, darse permiso, gestionar las emociones, escuchar al otro… Unas funciones que le obligarán a desarrollar nuevas competencias para ayudar a cada alumno a que experimente el efecto cuasi mágico de crear nuevos mundos a partir de su pasión, desde la realización de una promesa, una declaración, un pedido o una oferta… a aprender a decir sí cuando quiero decir sí, y decir no y sus consecuencias… a dirigirse para aspirar a dirigir a otros… a cambiar cuando la voz del otro es más poderosa… a encajar los reveses de la vida, a levantarse y sanar rápido las heridas… a guiar a los otros con el ejemplo.
El desarrollo de la sensibilidad es una actitud.
Todos nacemos con una dosis, pero de nuestros educadores dependerá que ésta se expanda y crezca o, por el contrario, se contraiga y permanezca dormida.
La sensibilidad se alcanza desde el cultivo de la delicadeza, la finura, alegría de espíritu y agradecimiento a la vida, manejo de la palabra precisa en el momento oportuno, sentido del momentum, capacidad para abordar las conversaciones difíciles con mano de seda, corregir sin herir, dar la mano sin apretarla, gentileza de espíritu, danzar armonioso con las contingencias, afectación por lo que ocurre, sentido de la justicia, ética personal, emocionalidad, inspiración que gatilla la voluntad, movilización, impulso para acariciar la complejidad mientras se deshojan sus partes, llegar al corazón del asunto, a lo nuclear, tránsito de lo superfluo a lo esencial, desarrollo del sentido, criterio y enfoque…
…. Inocencia que abre al aprendizaje para decir sin rubor no sé, cuando no sé y aprender; pedir perdón y perdonarnos, desarrollar amor y respeto por el otro, transformación desde la perfección y apertura a la acción…
…. Aprendiendo a observar en la otra persona lo que le interesa y absorbe, en lo que emplea el tiempo libre, aquello que hace bien y repite, en lo que se le pasa el tiempo volando…
…. Aprendiendo a decir a la otra persona desde la sinceridad, tú eres importante para mí, yo te aprecio, yo quiero ayudarte a crecer, te propongo que trabajemos juntos para que alcances tu mejor versión…
…. Perseverar hasta descubrir el elemento de la otra persona, mostrar un nuevo mundo posible que puede edificar a partir de su vocación, a recrearlo y alimentar a su protagonista, aprender a mirar el creador que habita el interior de cada ser y a conversar permanentemente con él…
La sensibilidad es el vector que apunta y penetra la esencia, desvelando la afectividad y la ternura, alimentando el sentido del propósito que ayuda a resignificar permanentemente la vida para abrirnos al legado.
Y todas estas actitudes no son conocimientos ni recetas de manual que se aprenden, es un know how y una actitud que se entrenan.
La sensibilidad es el factor precognitivo que nos abre al aprendizaje y el crecimiento.
El aprendizaje auténtico se produce cuando el profesor habla e interpela a nuestra sensibilidad. Ahí atrapa nuestra atención y se abre el camino al aprendizaje (aprendemos cuando nos emocionamos y hacemos en torno a lo que nos apasiona).
Si queremos trabajar el talento de las personas tenemos que aprender a descubrir a qué son sensibles, porque ahí se esconde una mina de oro. El camino desde donde se inicia el aprendizaje transformador, la precondición para que éste sea aplicado y duradero.
A partir de ahí es donde aparece el mentor que abre mundos posibles, mostrando el horizonte de posibilidades, las fronteras del conocimiento, revelando al pupilo una realidad que aún no alcanzó a ver por sí mismo y a iluminarla con las luces largas de la mente
Hay dos tipos de conocimiento: saber una cosa (conocimiento teórico) y saber hacer (conocimiento práctico). Al primero podemos llegar con la memorización y la repetición, para el segundo necesitamos poner en juego la sensibilidad, la única vía para transitar a la creatividad, la innovación, el emprendimiento y el liderazgo.
Adelante!!!
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