Cómo se genera  la energía que decide unas elecciones

RESUMEN DEL ARTÍCULO

Existe un termómetro infalible para predecir el éxito electoral que no tiene nada que ver con las encuestas ni el cálculo racional: la energía emocional que se respira en los actos públicos. La política se decide en el territorio invisible del deseo, y en ese ecosistema, quien logra elevar las expectativas gana por goleada a quien solo se centra en cubrir las necesidades básicas.

Vivimos un cambio de época impulsado por disrupciones tecnológicas y crisis sísmicas que reconfiguran la arquitectura emocional de la sociedad. En este tránsito, los partidos tradicionales cometen un error histórico: siguen hablando el lenguaje de la escasez y la gestión burocrática («el pan»), mientras la ciudadanía, angustiada pero deseosa, busca desesperadamente un sentido («el futuro»). Aquí es donde la ultraderecha y los populismos encuentran su autopista hacia el poder: llenan el vacío con relatos de abundancia, fantasías de identidad y enemigos culpables, convirtiendo la frustración en combustible político.

Los seres humanos no somos criaturas racionales, sino animales emocionales que racionalizan lo que sienten. Podemos soportar la pobreza, pero no la falta de horizonte. Mientras las fuerzas democráticas se limitan a administrar lo existente con un discurso asistencial que no inspira, sus adversarios despliegan una «reprogramación global de expectativas» basada en ilusiones que, aunque falaces, movilizan y generan adhesiones inquebrantables.

La conclusión es una alerta roja: si la política democrática no recupera su alma y empieza a articular un proyecto de futuro que emocione, movilice y devuelva el propósito a la vida de la gente, entregará el destino de la sociedad a los traficantes de ilusiones. Aún estamos a tiempo de construir un relato que reivindique la grandeza de lo posible frente a la facilidad de lo destructivo, pero el reloj corre.

Adelante!!!

ARTÍCULO COMPLETO

Hay un termómetro infalible para anticipar el resultado de una contienda electoral: la energía emocional que se despliega en un acto público. Basta observar la vibración colectiva, la densidad del entusiasmo o la languidez del ambiente para predecir quién avanza y quién se hunde. No es magia: las emociones son el virus más contagioso del mundo. Y la política, aunque se enfoca en el cálculo racional, se decide siempre en el territorio invisible del deseo.

Cuando la inmensa mayoría social tiene sus necesidades más básicas cubiertas, el centro de gravedad se desplaza. Las personas ya no votan por quien garantiza el pan, sino por quien promete un sentido. El deseo sustituye a la necesidad. Y en ese ecosistema, quien es capaz de elevar expectativas gana por goleada a quien pone el foco en cubrir carencias.

La paradoja es que, en momentos de descrédito y fatiga democrática, amplias capas de la ciudadanía sienten que nadie se hace cargo de sus necesidades; pero a la vez, buscan desesperadamente a alguien capaz de hacerse cargo de sus expectativas. Ahí aparece el vacío. Y en política, los huecos que se abren nunca permanecen vacíos: los ocupan quienes saben convertir la frustración en fantasía.

Cuando las sociedades entran en crisis, cambian las expectativas colectivas

Cada revolución tecnológica ha desajustado los cimientos de la sociedad: ocurrió con el vapor, con la electricidad, con la informática, con internet, y sucede ahora con la Inteligencia Artificial. Estos cambios abren crisis económicas y culturales que no son coyunturales; son sísmicas. Y, con ellas, la arquitectura emocional de las sociedades se reconfigura.

En ese tránsito, los partidos tradicionales suelen mirar hacia otro lado. Continúan hablando el lenguaje de la escasez y las necesidades mientras la ciudadanía ya vive en el nuevo reino de la expectativa. Ese desfase histórico lo aprovechan los actores que irrumpen prometiendo un futuro inspirado en la mentira de un pasado glorioso, halagando el ego colectivo, apelando a la épica perdida, inflando sueños fantasiosos ante las miserias del presente.

Los seres humanos no somos criaturas racionales. Somos animales emocionales que luego racionalizamos lo que sentimos. Podemos soportar privaciones enormes, pero no toleramos la idea de que alguien nos diga que no merecemos más. Y ahí radica una de las grietas más profundas de nuestro tiempo: pobres denigrando a otros pobres, seducidos por discursos que los tratan como ricos en potencia, miembros de un club selecto que solo necesita “eliminar a los culpables” (pobres, extranjeros, feministas, practicantes de otras religiones) para prosperar.

Ya lo anticipó Nietzsche: solo hace falta un buen relato para convencer a los pobres de que mueran por los ricos en nombre de la patria, de dios o de cualquier ilusión revestida de trascendencia.

Necesidades o expectativas: una brecha que define la política actual

Si observamos el discurso de la izquierda (y buena parte de la derecha moderada), el alegato es casi siempre el mismo: políticas para mitigar necesidades, aderezadas con advertencias sobre lo que está en riesgo. Se habla a la gente en clave de carencia, como si fueran pobres, como si el único horizonte posible fuera administrar la escasez. Ese discurso puede ser honesto, pero suena a burocrático y asistencial, no inspira. Y sin inspiración no hay energía colectiva ni movilización.

En cambio, la ultraderecha despacha las necesidades con dos o tres consignas simplistas —trabajo para todos, seguridad para todos, vivienda para todos— y después despliega su verdadera artillería: un relato de abundancia. Habla al público como si todos fueran ricos o estuvieran destinados a serlo. Propone un futuro glorioso, señala culpables, ofrece enemigos concretos a los que odiar y una identidad farisea a la que aferrarse.

Ese discurso es falaz, pero moviliza. Genera energía. Y hoy, en política, la energía emocional es la alfombra roja al poder.

El negocio de las expectativas: del púlpito al parlamento

Las religiones han sido, durante siglos, las grandes gestoras de expectativas: prometen un futuro que nadie puede verificar y, precisamente por eso, son capaces de perdurar. La ultraderecha aprendió bien esa lección y la adaptó a su praxis. Su hoja de ruta es alcanzar el poder a toda costa desde la gestión de  las emociones y la canalización de la energía colectiva de la gente.

Sus resultados son conocidos: miseria, pobreza, violencia, destrucción… pero también adhesiones inquebrantables construidas sobre la ilusión de un futuro que nunca llega.

Hoy asistimos a una reprogramación global de expectativas. El avance de la ultraderecha, el auge de los discursos totalitarios, la expansión del tecnofeudalismo y la Ilustración oscura están colonizando el imaginario colectivo. Manejan el poder del relato. Determinan qué se desea, a quién se teme, contra quién se dirige la frustración. Convierten el desencanto en combustible político.

Y mientras tanto, las fuerzas democráticas continúan atrapadas en un marco mental agotado, empeñadas en gestionar necesidades en lugar de impulsar expectativas.

La política necesita recuperar el alma

En el fondo, comprender lo que ocurre hoy en política exige comprender la condición humana. La felicidad no depende de lo que tenemos, sino de lo que esperamos. Por eso nos unimos a quien nos promete un cielo, aunque sea de cartón piedra. Por eso renunciamos a lo que somos por la fantasía de lo que podríamos ser.

Si las fuerzas democráticas no reaccionan —si no comienzan a hablar la lengua del futuro, si no son capaces de modular, acompañar y elevar las expectativas colectivas—, entregarán el destino de nuestras sociedades a los traficantes de ilusiones.

La buena noticia es que aún estamos a tiempo. Pero el tiempo se agota.

No basta con denunciar las mentiras ni con administrar lo existente. Hace falta un proyecto colectivo pensado en grande que devuelva sentido, dignidad y propósito a la vida de la gente. Un relato que convoque, que movilice, que inspire. Un horizonte que reivindique la grandeza de lo posible frente a la facilidad de lo destructivo.

Si has asistido a un acto público y has percibido la sensación de “aquí no hay energía”, dispara todas las alarmas. Nos jugamos el futuro, el momento de actuar es ahora.

Adelante!!!

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