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Cinco competencias clave para el alto desempeño que no logré enseñar a mis hijas.

Cuando uno mira las competencias en las que se enfoca el sistema educativo (memorizar y repetir información, seguir reglas y patrones, aprender respuestas enlatadas…) y lo contrapone con las habilidades esenciales para desenvolverse de manera plena en la vida, corre el riesgo de entrar en pánico. Lo peor de todo es que estas prácticas inútiles acaban instalándose como hábitos intelectuales difíciles de desmontar, entrando en conflicto con la apropiación de otras competencias clave como darse permiso, pensar en grande, inventar posibilidades, hacer promesas valiosas y pedir de manera efectiva.

Ante esto, alguien podría decirme eso de que en casa del herrero cuchillo de palo, y no le faltaría razón. Pero la inercia de la escuela y el entorno es tan grande, que puede causar estragos y dejar secuelas de por vida en las personas. Pese a ello no podemos renunciar a intentarlo una y otra vez, ya que tarde o temprano descubriremos que lo que está frenando nuestro potencial para el desarrollo de la creatividad, la innovación, el emprendimiento, el liderazgo, el talento o el desempeño profesional son ciertos hábitos automáticos e incompetencias que nos enseñaron en la escuela. 

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La ley universal e irrefutable para convertirte en un creador de riqueza infinita.

Todos nos hemos preguntado alguna vez dónde reside la capacidad para crear riqueza (material e inmaterial), por qué hay comunidades que en igualdad de condiciones generan prosperidad mientras que otras producen miseria, por qué hay personas que son fuente de abundancia frente a otras que lo son de escasez, por qué unos individuos crean mundos sutiles y los expanden mientras que otros los contraen y empobrecen, por qué hay personas que arruinan las relaciones allí donde se hacen presentes mientras que otras las dinamizan, por qué hay personas que todo florece a su alrededor mientras que otras lo marchitan… Todo el secreto reside en saber manejar dos habilidades muy básicas: hacer buenas promesas y pedir cosas a cambio de manera ponderada.

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3 prácticas para crear posibilidades y convertirlas en realidades.

Si analizamos nuestras relaciones  con los demás, descubriremos que hay personas que generan valor y otras miseria. Personas que te cargan de energía y personas que te la roban. Personas que inspiran y personas que intrigan. Personas que enriquecen las conversaciones donde se hacen presentes y personas que las arruinan. Personas que generan acción y personas que paralizan. Personas que siembran el miedo y personas que crean esperanza. Personas que viven atrapadas en el pasado y personas que se afanan en construir el futuro. Personas que piensan en grande y personas con el alma encogida. Personas que crean posibilidades y personas que se quejan y critican.

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El valor de ofrecerse a los demás. Es lo primero que debería enseñar la escuela.

Aprender a ofrecernos a los demás y a hacer ofertas valiosas será la manera más importante para ganarnos la vida en el futuro.

Me preguntaron en una ocasión qué cosas nuevas deberían aprender los niños del siglo XXI, a lo que respondí que hay una serie de saberes que a mi entender van a ser determinantes, como que cada persona aprenda a ofrecerse a los demás, como base para su desarrollo personal y profesional.

El mundo está cambiando muy rápido, dejando obsoletos muchos conocimientos y haciendo desaparecer muchos oficios y profesiones. Sin embargo, hay quien aprende a inventar ofertas para los demás y convertirse en una “oferta permanente” se adapta rápido a los cambios y saca ventaja de ellos, poniendo su foco en lo que los demás necesitan, ideando  formas de satisfacer sus necesidades y ganándose con ello el sustento.

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El mayor invento de la humanidad no es el que te habían contado. En busca del primer ser humano que hizo la primera promesa.

La promesa, el invento que nos ha hecho especiales.

Cuando estudiaba Historia en la universidad, mientras muchos de mis compañeros se afanaban por memorizar datos y anécdotas del pasado, yo me preguntaba por qué la especie humana había evolucionado a una sociedad compleja, si en esencia éramos un animal más. Qué demonios habrían hecho diferente aquellos grupos de Australopithecus y sus parientes deambulando por la sabana y alimentándose de carroña, que no hicieron otras especies. Pese a indagar y profundizar en las teorías de la hominización y el desarrollo de la inteligencia y el lenguaje, había algunas cuestiones que no me encajaban para componer el puzzle que intentaba armar. Una luz que comencé a ver cuando conocí a Fernando Flores y su equipo en 1998.

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