La envidia. Nuestro pecado capital.

Cuentan que un príncipe para conocer las debilidades de su reino pidió a un sabio que le trajera ante sí a personas con el mal de la desconfianza, la resignación, la codicia, el resentimiento o el miedo. Pasado el tiempo, el sabio se presentó en la corte en compañía de un hombre. El príncipe le reprochó que no había cumplido su encargo, a lo que el sabio respondió: majestad estáis ante un envidioso, y la envidia, es la enfermedad más extendida de vuestro reino en la que se encarnan todos los males que invocasteis.

Imagen generada por Inteligencia Artificial (DALL-E).

El cáncer más destructivo de nuestro tiempo es la envidia.

En una sociedad nada es más pernicioso y paralizante que la envidia. Pero veamos dónde nace este sentimiento tan arraigado entre nosotros para conocer cómo actúa y termina gobernando nuestros estados de ánimo. Un ejercicio que nos exige  autoconocimiento, templanza, equilibrio, comprensión, empatía, compasión y ayuda a uno mismo y a los que son presa de sus garras.

La envidia nace de un cúmulo de sentimientos que se retroalimentan.

Sentimiento de escasez. Se produce cuando evalúo que los bienes en el universo son escasos, y por lo tanto resulta difícil acceder a ellos.

Sentimiento de inseguridad en uno mismo. Cuando me veo en un entorno de escasez, comienzo a desconfiar en mí mismo ante la creencia de que no hay oportunidades.

Sentimiento de frustración. Cuando dejo de ver posibilidades para mí, desisto del esfuerzo para construir mis propios proyectos y espero a que los demás se hagan cargo de mi vida.

Sentimiento de desconfianza creciente. Cuando abandono el puesto de timonel de mi propia existencia y me obsesiono con la idea que el mundo conspira contra mí.

Sentimiento de abandonado de la suerte. Como no puedo conseguir mis objetivos, me sirve de consuelo achacárselo a la mala suerte y a partir de aquí me refugio en el victimismo, la crítica y la queja.

Sentimiento de codicia. Como no soy capaz de alcanzar mis metas y propósitos, ardo en el deseo de poseer los bienes (materiales o inmateriales) de otros; olvidándome por completo de desarrollar mis recursos y capacidades para alcanzar lo que quiero.

Sentimiento de soledad. Yo contra el mundo. Al final me quedo solo porque no soy capaz de construir nada con otros. La culpa de lo que me pasa la tienen los demás. En lugar de amigos solo me quedan compinches que viven atormentados por los mismos fantasmas.

Sentimiento de resignación. Cuando la frustración y la soledad se hacen crónicas.

Sentimiento de resentimiento. Cuando la resignación se profundiza en el tiempo y desemboca en episodios de odio.

Sentimiento de miedo que acaba gobernando y estando detrás de todos los actos de mi vida (miedo a uno mismo, miedo a los demás, miedo al futuro… miedo).

Y al final, una vida condenada al exilio de los espacios sociales fértiles donde la vida florece y la inspiración y la confianza fluyen, reduciendo las relaciones a las conversaciones de barra de bar y a la mala baba en las redes sociales.

Cultivar las expectativas de las personas y abrir su horizonte de posibilidades.

Al final, la envidia es un conjunto de emociones que termina envolviéndonos y determinan un estado de ánimo colectivo. Una coctelera donde se mezclan, con proporciones variables (hay muchos grados de envidia desde la sana a la patológica), la falta de expectativas, la incapacidad de ver posibilidades, la inseguridad o el miedo. Una cultura que nos impregna y define a todos en mayor o menor medida. Una lacra social terrible.

La educación recibida pone los cimientos de la envidia colectiva.

Bernstein nos reveló que la educación transmite los factores limitantes que están impresos en el ADN de una cultura. A través de los códigos restringidos y pedagogías invisibles, la educación trabaja, sin que sean conscientes de ello sus propios actores (comunidad educativa), para darnos una visión limitante de nosotros mismos, nuestras posibilidades y papel en el mundo, actuando desde las edades tempranas y condicionando por entero nuestro futuro. Nos educan para ser pobres de cuerpo y alma, va en la genética de nuestro sistema educativo, y el resultado es una sociedad corroída por la envidia.

Por el contrario, cuando las personas son educadas en las posibilidades y entrenadas para crear valor con otras personas, se abre la puerta a la riqueza. Desde este nuevo paradigma (que Bernstein identifica con los códigos elaborados), cuando somos educados en la creación de valor con otros, desparece el sentimiento de escasez y miedo, abriéndose la puerta a la cooperación, la creación de valor y la abundancia. Desde esta lógica, si soy capaz de conseguir lo que quiero, ¿por qué voy a codiciar los bienes de otros?

Cuando en la sociedad vemos a los demás haciendo cosas valiosas y no nos alegramos, nos sale la queja, la crítica fácil o la mala baba. Tenemos un problema gordo y es menester que identifiquemos en nosotros mismos las emociones que lo producen, como primer paso para buscar remedio.

Una sociedad próspera es incompatible con la envidia. La envidia alimenta todos los sentimientos destructivos y nos acerca al cinismo colectivo. Hasta que no bajemos su dosis (desterrarla lleva generaciones), no podremos desplegar la creatividad, la innovación, el emprendimiento, el liderazgo o el talento. Inmersos en ella, nunca encontraremos nuestro elemento ni fluiremos con pasión, nunca haremos una diferencia, ni conquistaremos un logro, ni abrazaremos una causa justa.

La envidia nos convierte en presos y nos encarcela en una celda hermética, denigrando de quien añoramos, esclavos de la vida de otros, atados a cosas materiales y ciegos a nuestras posibilidades, incapaces de trazar nuestro rumbo y hacernos dueños de nuestro destino. Seres pobres condenados a sufrir por cada éxito de los demás a cambio de la espera miserable del fracaso ajeno.

Pensar en grande, darse permiso, trabajar en equipo, descubrir posibilidades e inventarlas con otros, son prácticas que rompen el maleficio de la envidia y está en nuestras manos cultivarlas.

Yo sé que ninguno de ustedes es envidioso, pero no me negarán que conocen a muchas personas que lo son. Ese es el predictor perfecto que define nuestro grado de contagio social. Y lo demás son cuentos.

Adelante!!!

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