La vida es un accidente. Yo sin ir más lejos soy un accidente, estoy aquí de milagro, fruto de una declaración y una promesa mutuas que un día se hicieron mis padres; de ese acontecer surgió un futuro inédito (una familia), de ahí nací yo y una historia que abrió cientos de futuros nuevos y cerró la puerta a que ocurrieran otros tantos. De alguna forma mi vida y la tuya tienen mucho en común y están interconectadas, te lo voy a mostrar.
De hecho mis hijas también están aquí por una concatenación improbable de posibilidades porque 30 años después, un sábado, por pura casualidad conocí a su madre, y a partir de ahí surgió una declaración, promesas mutuas, pedidos, ofertas. Mi vida cambió ahí, de hecho cambia cada día al hacerme presente en las decisiones que tomo, abriendo y cerrando con ello millones de posibilidades.
Cada vez que nos hacemos presentes reencauzamos los acontecimientos, quebramos el discurrir de la historia y nos convertimos en constructores de futuro.
Y de esta manera, en el frenético fluir de aconteceres construimos nuestras vidas, nuestros trabajos, nuestros amores, nuestras identidades, nuestras causas… Y así seguimos caminando, como canta Atahualpa Yupanqui (con la esperanza delante y los recuerdos detrás).
Las tres posturas ante la vida.
La vida y la riqueza que creamos en ella está condicionada por la posición que tomamos respecto al ser, el conocimiento y el existir: podemos mirarnos al ombligo y quedar enamorados de nuestro ser inmutable, enfocarnos en el conocimiento y dedicarnos a coleccionar información, pero también podemos hacernos presentes para ser protagonistas de nuestras vidas y artífices en la construcción de nuevos mundos. Una actitud esta última que nos exige un aprendizaje para desarrollar sensibilidad a lo que ocurre en nuestro entorno y convertirnos en personas sensibles que escuchan, hacen promesas relevantes y compromisos con los demás, aprenden el coraje para pedir, realizan ofertas…
Llevamos 2500 años muy preocupados por el ser (quién soy, cómo soy) y por el conocimiento, conocer los objetos y la realidad (cómo es el mundo); y nos hemos olvidado de la importancia del existir, del estar, del devenir, del actuar. Definitivamente hemos de abandonar la falacia del control sobre la existencia y tenemos que aprender a fluir con la vida.
Yo fui educado en esa tradición que define nuestro ser como una realidad eterna e inmutable, cuestión que me creó la tremenda impronta del “yo soy así”, “el mundo es así”, “así son las cosas”, “esto es lo que hay”…; y de otro lado, la obsesión por el conocimiento (llenar mi cabeza de conocimiento, estudios, cursos, carreras). Después de muchos años caí en la cuenta que la vida se me escapaba entre las manos, cerrándome el camino a la innovación, al emprendimiento y al liderazgo. Pero claro, mi mente tiene una parte viejuna llena de creencias limitantes, y no me queda otro remedio que desinstalar todo el pensamiento viejo acerca del ser y el conocer para resetear y empezar a poner el foco en el devenir. Y esto no es fácil, es una tarea de décadas que me sigue ocupando y todavía me juega malas pasadas (cambiar un paradigma es tremendamente complejo).
La obsesión por el conocimiento convierte la vida en una carrera sin fin a ninguna parte, en un esfuerzo permanente para acumular datos e información, llevándonos a entender el mundo y los objetos como algo que está ahí fuera y lo podemos meter en la cabeza desde la explicación del funcionamiento de las cosas como un conjunto de reglas, reduciéndolo todo a un proceso mecanicista.
Pero cuando uno sale al mundo real desde esas premisas, el mundo se le cae encima porque se da cuenta que la arrogancia de la rigidez del ser (yo soy así) y la posesión de conocimientos no le ayudan a gestionar el acontecer y a crear posibilidades con otros.
El control es una quimera.
La creencia que la vida humana funciona como un conjunto de reglas mecánicas nos crea la ilusión y la ceguera que podemos controlar las cosas que nos pasan, así de esa manera luchamos por tenerlo todo bien atado. Una falsa creencia que nos genera frustración permanente pues después de aplicar la “lógica y el sentido común” a las cosas, la realidad se desborda como un cauce de agua que pretendemos encerrar en una bolsa de tela.
Buscamos la seguridad de aplicar fórmulas para evitar la incertidumbre, escrutamos el futuro preguntando a la experiencia, nos afanamos en planificar para tener certidumbre acerca del futuro, y la realidad se retuerce y escapa de los moldes a la que pretendemos someterla.
¿Dónde ponemos el foco? ¿En el ser? ¿En el conocimiento? ¿En el devenir?
La única certeza que tenemos es que todo cambia, que nada permanece; y además que el cambio está acelerándose. En este horizonte de acontecimientos, la esencia de las cosas (incluida la mía propia) pierde protagonismo, igual que lo hace el conocimiento (que pasa de ser un objetivo en sí mismo a un elemento auxiliar). Lo realmente importante es hacerse presente en lo que acontece, en las conversaciones, las posibilidades, en los trillones de futuros que en este momento se abren y cierran ante mí como parpadeos intermitentes que puedo activar o desactivar.
Hacerse presente en las conversaciones.
Tanta preocupación por conocer la esencia de las cosas y cubrirnos de conocimientos nos cierra sin querer la puerta a ser partícipes de la transformación del mundo y a la creación de nuevos mundos.
Si empleo mi tiempo en conocer por conocer (acumular conocimientos, cursos, carreras), dejo de hacerme presente en el acontecer. Así, mientras los eruditos e intelectuales memorizan, hacen el inventario, ordenan y recrean un conocimiento que no para de crecer; los emprendedores transforman el mundo haciéndose cargo de lo que acontece, gestionando, articulando y encauzando las contingencias que se amontonan desordenadamente en nuestro presente.
Cuando nos enfocamos en desentrañar el conocimiento y perdemos la visión de lo que está ocurriendo, cerramos la posibilidad para ser actores del cambio en el mundo.
La sensibilidad
La gente que vive en el paradigma del conocimiento centra su interés en memorizar más y más conocimiento. Y esto en sí mismo no es malo si se tiene alguna intención de crear algún valor con él, lo peor es que tenemos la mayor generación de niños de 30 años en una carrera sin fin de acumulación de estudios, olvidándose que su mayor gloria es hacerse cargo del mundo (si tienes la cabeza llena de conocimientos y no sabes qué hacer con ellos, es como si la tuvieras llena de garbanzos). Las personas que se centran en el devenir y la acción, desarrollan sensibilidad a lo que está ocurriendo, y desde ahí se abren a la transformación del mundo desde el perfeccionamiento de la escucha, la realización de promesas, pedidos, ofertas y declaraciones. Ellos son los los protagonistas de la vida (en la cultura, el arte, la empresa, la política…), ellos clausuran y abren mundos, mientras el resto se dedica a contemplarlos e interpretarlos.
Cada día pierdo más interés por las interrogantes kantianas (¿Qué puedo saber? ¿Qué debo hacer? ¿Qué me cabe esperar? ¿Qué es el hombre?) sin dejar de reconocer su trascendencia, a medida que ganan terreno otras: ¿Qué puedo hacer? ¿Qué puedo prometer? ¿Qué puedo pedir? ¿Qué oferta voy a ser para el mundo? ¿Qué voy a declarar? ¿Con quién voy a actuar? … Y claro está, a hacer todo esto en la práctica de mi acontecer diario para convertirme en una persona creadora de posibilidades.
El mundo que me mostraron se desmorona.
Nos enseñaron a ver el mundo como una realidad que funciona como una máquina, desde la ficción que a través de su conocimiento podríamos planear y planificar el futuro para tener el control. Una ilusión que se triza en pedazos y nos provoca desazón.
Yo confieso que pertenezco a esa tradición, que como a otras personas de mi tiempo me genera un profundo desasosiego. Reconozco que llevo décadas desarmando en el interior de mi mente este viejo paradigma con sus esquemas rígidos de pensamiento, una tarea titánica de desinstalar toda una cultura basada en la condición inmutable del ser y el conocimiento (racionalismo, mecanicismo); para pasarme al “existencialismo proactivo/militante/
Nuestras vidas y emprendimientos en el futuro van a ser más ricas cuanto más presentes, comprometidos y responsables (sensibles) nos hagamos, mirando con alegría las cosas que acontecen en el presente y declarándonos partícipes de la transformación del mundo.
Nuestros mundos están entrelazados.
Tú, como yo, también estás aquí fruto de muchos aconteceres nacidos de promesas, pedidos y ofertas. De alguna manera tú también eres parte de mi historia porque si yo no hubiera nacido, tú ahora no estarías leyendo este post, estarías siendo partícipe de otro futuro. De alguna manera la promesa que se hicieron mis padres tiene eco en tu devenir (las cosas que hacemos en la vida tienen su eco en la eternidad).
Definitivamente somos seres que desde nuestras declaraciones, promesas, pedidos, ofertas, juicios, afirmaciones… tenemos a nuestro alcance la posibilidad de cambiar el curso de la historia, trascender y dejar un legado. El futuro no es un lugar que ya está definido a donde vamos, es un horizonte que inventamos y construimos en nuestras conversaciones.
Explorar nuevos caminos para orientar nuestras vidas.
El otro día cuando ayudaba a mi hija a prepararse un examen de historia de la filosofía, le hacía una panorámica del pensamiento occidental de los últimos dos milenios y medio (desgraciadamente no estudiamos la historia de la filosofía oriental y de otras civilizaciones que entienden mucho mejor la importancia del devenir -existencia- frente al ser y el conocer). Le decía que nuestro pensamiento se había movido desde la excesiva preocupación por el ser y el conocer, una tradición que inicia Parménides y nos lega algo terrible (somos seres inmutables: yo soy así) y la continúan Sócrates, Platón, Aristóteles, la Escolástica; y después el racionalismo (Descartes)… Miles de años intentando descifrar quiénes somos y cómo conocemos. Tanto tiempo fijados en eso que nos impide hacernos presentes en la existencia y convertirnos en artífices de nuestro mundo abrazando la innovación, el emprendimiento y el liderazgo. Por eso le invité a seguir la vía de Heráclito para entender que todo fluye, todo cambia, cómo nos canta Mercedes Sosa; y de esta manera abrirnos a la creación de nuestro mundo, a preocuparnos por vivir y mirar al todo como un torrente donde nada permanece, a abrazar el “existencialismo positivo” evitando el nihilismo, a mirar más a Buda y Confucio, a tomar compromiso como lo hizo Marx en su época en su tesis once sobre Feuerbach (hasta ahora los filósofos sólo se han ocupado de interpretar el mundo, ha llegado la hora de transformarlo). Y sobre todo a la corriente moderna de la filosofía del lenguaje (Austin, Echeverría, Dreyfus, Flores), que nos puede ayudar desde una nueva mirada del ser humano y la realidad (biología, emociones y lenguaje) a fluir con el cambio y mirar a la vida con perplejidad, asombro y alegría.
Ahora mira al mundo, verás como las personas que lo construyen en el día a día están enfocadas en la acción, en el devenir, en el estar presentes: Amancio Ortega fue a la escuela hasta los once años sin embargo inventó una nueva forma de vestirnos, Gates y Job abandonaron la universidad para hacerse presentes en la vida real y cambiar desde la tecnología las prácticas universales de trabajar y relacionarnos… Si todos ellos se hubieran consagrado al conocimiento, a acumular carreras y másteres universitarios, nuestro mundo sería mucho más pobre. Y con esto no estoy diciendo que el conocimiento no sea importante, lo es para auxiliar la acción; el conocimiento es abundante, ubicuo y barato; lo más valioso y escaso son las personas con sensibilidades y habilidades para crear posibilidades con otras.
Ahora mírate a ti y descubre el accidente que eres, una anomalía cósmica, un ser irrepetible que desde tu rareza puedes impactar en el universo. Siempre podrás decidir si quieres hacerte presente en el mundo, al menos sé consciente del acto libérrimo de tu elección y sus consecuencias.
Adelante!!!
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