Para conseguir un cargo y mantenerse en él, muchas veces se pone el foco en cuestiones como la gestión, obviándose aspectos que son mucho más importantes para los electores. Cada ciudadano tiene en su cabeza estas preguntas: ¿Yo soy importante para ti? ¿Tú me quieres? ¿Tú me puedes ayudar? Y todo esto parece obviarse.
Una Democracia saludable solo se puede sostener sobre la base de una sociedad culta y responsable. Y para eso es imprescindible que cada ciudadano conozca las trampas y los mecanismos de la manipulación a los que se está viendo sometido.
La crisis pone a prueba la fortaleza emocional y la templanza de las personas. Cuando el viento es favorable cualquier jefecillo puede dar el pego, pero son los malos tiempos los que revelan el carácter y la altura verdadera de las personas. Los líderes fuertes aparecen cuando la gente se siente débil.
La ciudadanía ha de abandonar su inocencia y dejar de pensar que el mundo se mueve por reglas justas. La política internacional en sus más altas esferas, es lo más parecido a una banda de gánsteres, donde el único fuero es la fuerza y su ejercicio intimidatorio al servicio de unos intereses económicos, cuyas prácticas son lo más parecido a las mafias. La mayor parte de las veces, la apelación a dios, la patria, la seguridad, los derechos humanos, la justicia, la libertad o la democracia; no son más que burdas excusas para justificar las acciones más atroces a favor de los intereses económicos de los poderosos.
Así, las relaciones entre países, con algunas honrosas excepciones, se mueven igual que una banda de barrio, sus estructuras de poder y mecanismos son los mismos que los de las viejas tribus guerreras, solo que con instrumentos coercitivos más sutiles y una diplomacia florentina más cuidada, pero con armas de destrucción masiva mucho más poderosas, que se activan sin importar sus trágicas consecuencias.
El cambio radical de paradigma que está alterando el tablero político.
El fenómeno acelerado de desideologización y pérdida de conciencia de clase que está experimentando el electorado, trastoca por completo unas estrategias políticas que cogen a pie cambiado a las viejas maquinarias de los partidos.
Los discursos efectivos que apelaban a las identidades y nos recordaban quiénes éramos y de dónde veníamos han perdido su efectividad, sumiendo en un desconcierto a las marcas políticas (especialmente a las de la izquierda). Los votantes de izquierdas que votaban de manera automática han menguado extraordinariamente, una situación de la que muchos partidos y dirigentes políticos parecen no haberse enterado y siguen tocando la misma melodía mientras el barco se hunde.