Cambio histórico, estados de ánimo y liderazgo. Un nuevo estilo de hacer política.
La primera destreza que tiene que desarrollar una persona que aspira a liderar en cualquier ámbito (política, cultura, religión, empresa… ) es aprender a observar los cambios históricos, lo nuevo que emerge de ellos, los sentimientos y emociones de definen cada época, así como el estado de ánimo resultante, al objeto de hacerse cargo de él, transformarlo y expandirlo. Y todo esto necesita una disciplina que se puede aprender.
Cada época histórica está definida por un estado de ánimo dominante que hay que aprender a leer e interpretar.
Estado de ánimo de la sociedad cazadora-recolectora, estado de ánimo de las primeras civilizaciones, de la Grecia clásica, de la Roma imperial, de la Edad Media, del Renacimiento, del Barroco, de la Primera Revolución Industrial, de la época colonial, de la Primera Guerra Mundial, de los felices años 20, de la Gran Depresión de 1929, del final de la Segunda Guerra Mundial, de la Guerra Fría, del Estado del bienestar, de la sociedad inestable de principios del siglo XXI (crisis de 2008, crisis del coronavirus del 2020, crisis de la Guerra de Ucrania).
Podemos decir que los estados de ánimo en cada una de las épocas referidas no son monolíticos, pero sí están coloreados de una emoción que predomina y los define. Por ejemplo, el estado de ánimo de los felices años 20 (1920) era de alegría y euforia, el de la Grecia clásica de moderación, virtud y sentido del equilibrio, el de principios del siglo XXI está definido por el cambio y la incertidumbre.
Al final, el estado de ánimo dominante de la gente que vive en una época puede definirse como contractivo/expansivo (positivo/negativo) dependiendo de sus expectativas acerca de las posibilidades de futuro. Si las personas ven posibilidades de futuro, su estado de ánimo es positivo y expansivo, si no ven posibilidades de futuro, su estado de ánimo es negativo y contractivo. Y esa es la primera mirada e interpretación que una persona que aspira a liderar ha de tener de los tiempos históricos y del momento en el que vive, entendiendo que su función es hacerse cargo del estado de ánimo de la comunidad, transformarlo y expandirlo.
Dentro de cada época también hay una gama de estados de ánimo más locales asociados a las diferentes culturas y tradiciones, países y regiones. Y otros de comunidades más pequeñas (ciudades, barrios), hasta llegar a círculos pequeños (familias) y estados de ánimo individuales propios de cada persona.
Con sus tonos cromáticos, el estado de ánimo general está lleno de matices territoriales y culturales, por ejemplo entre el Norte de Europa y el Mediterráneo, China o Inglaterra, brasileños y chilenos, budistas y cristianos. También distinguimos estados de ánimo de ciudades enteras como Río de Janeiro, Sevilla o Ginebra, de la misma manera que definimos a muchas familias por su carácter extrovertido, alegre, flemático, triste, o a los individuos por las emociones que los delatan (eufórico, apático, resignado…).
El corolario es tan grande que hay estados de ánimo asociados a lugares concretos, a circunstancias ambientales (lugares con temperaturas templadas y días soleados, zonas frías con pocas horas de sol), e incluso a los días de la semana (estado de ánimo de los lunes, de los viernes, de los domingos por la tarde).
Por qué nos hemos fijado tanto en las emociones y poco en los estados de ánimo.
Porque el mundo de las emociones es más fácilmente observable y la realidad de los estados de ánimo es mucho más compleja. Gestionar emociones es más sencillo que diseñar y orquestar estados de ánimo.
Los estados de ánimo de caracterizan por penetrarnos y poseernos por largo tiempo sin que lleguemos a ser conscientes de ello, crean atmósferas envolventes, actúan como un imán, una fuerza centrípeta que absorbe la energía de la gente y condiciona por completo su vida individual y colectiva.
Cuando uno nace, sin saberlo, lo hace en un estado de ánimo que no eligió asociado a una cultura, tradiciones y hábitos interpretativos (musulmán, cristiano, budista, judío, de derechas, izquierdas, liberal, comunista, fascista, del Barcelona o el Madrid…), y puede llegar a morir sin ser consciente de que toda su vida permaneció encarcelado en un estado de ánimo.
El liderazgo es muy importante, por ser la fuerza capaz de transformar la mirada de las personas y abrir el horizonte de posibilidades a la comunidad, identificando el estado de ánimo que posee la gente, haciéndose cargo de él, disolviéndolo, rediseñándolo, resignificándolo y rompiendo la tiranía que ahoga nuestra existencia. Una tarea que exige altas capacidades y va mucho más allá de manipular o actuar sobre las emociones primarias de la gente para obtener una ventaja pírrica.
La prueba de fuego de un liderazgo fuerte es la capacidad para escapar al contagio negativo del ambiente y la energía y coraje para cambiarlo, generando estados de ánimo y cursos de acción nuevos. Y la expresión del líder débil se hace visible cuando no es capaz de deshacerse del estado de ánimo del rebaño y se escuda en manipular emociones, enfrentar y desunir a la gente.
Nos unimos a las personas que son capaces de cambiarnos el estado de ánimo.
Y esto tiene que ver con las posibilidades. Un juego de traer posibilidades y ser una posibilidad para los demás, porque en la cabeza de la gente siempre rondan las mismas preguntas: ¿Esta persona me puede ayudar? ¿Qué posibilidades trae para mí? Parafraseando a Fernando Flores, no hay posibilidades sin estado de ánimo y no hay estado de ánimo sin posibilidades.
El liderazgo abre el campo de lo posible, promoviendo las acciones para cumplir las expectativas que la gente tiene en el futuro.
10 prácticas para convertirse en un político influyente.
- Tener una visión en perspectiva de los diferentes cambios de época y del fluir de los estados de ánimo, reconociendo como se manifiestan. Desde aquí se descubre que los estados de ánimo no son fijos, su carácter cíclico y los factores disruptivos que los provocan.
- Tener un diagnóstico claro del estado de ánimo de la comunidad que se pretende liderar (país, región, ciudad, órganización…).
- Hacerse cargo del estado de ánimo de la comunidad sin quedar atrapado en él (desarrollar fortaleza emocional).
- Reinterpretar el horizonte de posibilidades de la gente y convertirse en una oportunidad para ella.
- Respetar las identidades diversas (de dónde venimos) y crear una nueva identidad compartida en el qué vamos a ser trabajando juntos (adónde vamos).
- Diseñar una propuesta de futuro inclusiva para la gente que abra el horizonte de lo posible.
- Elaborar un relato de futuro que dé sentido al porvenir de la gente y traslade la nueva visión del quiénes somos y qué podemos lograr.
- Convocar a la acción en torno a la realización de un proyecto colectivo que sea concreto, tenga una fecha de realización y sea verificable y mensurable (misión).
- Acompañar en la edificación de la obra y ser el primero en luchar, haciéndose presente cuando lleguen los reveses y haya que predicar con el ejemplo (el mejor discurso es el del ejemplo).
- Proteger siempre a los más débiles y tener la puerta abierta y la mano tendida a los díscolos.
El cambio de época en el que estamos inmersos caracterizado por la transformación acelerada y la incertidumbre, constituye el escenario ideal para el surgimiento de nuevos líderes que saquen a las personas del miedo, la resignación y el resentimiento; invitándolas a vivir nuevas y apasionantes aventuras, uniéndolas en un propósito y la realización de cosas prácticas que aporten valor a la comunidad. Todo lo cual constituye el punto de partida desde donde se genera la credibilidad, la confianza, el poder de convocatoria, la inspiración y finalmente la movilización.
Los viejos políticos saben que el corazón de la gente se gana haciéndose presente en los momentos y situaciones de fuerte afectación emocional de las personas, cuando sufren (hospital, cementerio, espacios de culto) y cuando celebran éxitos. Estar cerca de ellas en esos momentos genera vínculos, adhesiones y votos, porque lo que mas valoramos es a las personas que empatizan con nosotros y se hacen cargo de nuestro estado de ánimo acompañándonos en el sufrimiento y la celebración. Decía Maxwell que si quieres ganarte a una persona, antes que pedir su mano debes tocar su corazón.
Quien quiera convertirse en un líder de primer nivel, tiene que aprender a mirar las sociedades humanas como entes gobernados por las emociones y los estados de ánimo, convirtiéndose en un maestro en su diseño y gestión, empezando el trabajo por uno mismo (fortaleza emocional), porque uno no puede engañar o simular en el tiempo un estado de ánimo que no tiene y, los demás, es lo primero que ven de nosotros.
La propia comunidad política actual y su liturgia tiene su propio estado de ánimo, del cual no son conscientes ni los actores que la practican, configurado por la desconfianza, el engaño, la mentira, la negatividad, el insulto, la falta de horizontes, el regate corto, el incumplimiento de promesas, la queja permanente, la falta de ambición, las excusas… un panorama desastroso, pero ideal para el surgimiento de nuevos líderes que tengan la habilidad para marcar diferencias con este lodazal y encarnar un nuevo estilo. Igual que hizo Mandela en su día o Obama, cuyo éxito surgió al cambiar por completo el estado de ánimo de sus países. Cuando esto se produce, la gente responde y otorga su confianza.
Sin embargo, la ceguera actual es tan grande que los políticos se rodean de prestidigitadores y gurús de la engañifa para sacar réditos electorales a corto plazo, vendiéndose al diablo y confiando su hacer a las formas y la fanfarria, sin preocuparse por edificar un carácter desde donde conquistar un destino que haga de la política la tarea más necesaria y elevada a la que un ciudadano puede aspirar, un pedestal del que nunca debió bajar y que hay que restituir cuanto antes, porque en política necesitamos líderes de verdad, no farsantes.
Adelante!!!