Machismo, racismo, xenofobia, abuso de poder e injusticia. Señas de nuestra identidad cultural.

Nos guste o no, cosificar a la mujer, insultar y denigrar de personas de otro color o llamar maricón a alguien es la normalidad de una sociedad enferma y las señas de identidad de una cultura que necesita una revisión a fondo. Y nos rasgamos las vestiduras cuando saltan a la escena mediática actitudes machistas, racistas o misóginas, casi siempre en el fútbol, porque es lo que más ve la gente, sin ser capaces de reconocer que esos comportamientos son la norma de nuestra vida diaria, una expresión indeseable de nuestra cultura que está socialmente normalizada en el día a día y solo nos escandaliza cuando sale en televisión y lo ven centenares de millones de personas en todo el mundo.

No podemos sacralizar y dar por buena la cultura. ¿Cómo se comporta la cultura?

Los seres humanos somos gregarios por naturaleza y estamos hechos de  historia, que no es otra cosa que un conjunto de costumbres y prejuicios que por repetición terminamos elevando a categoría de normas de conducta y comportamientos. Y todo ello define nuestra cultura. Así la cultura nos dice cómo y a quién hay que rezar y amar, qué es lo superior e inferior, lo que es bello y bueno, lo bueno y lo malo, lo lícito e ilícito.

La cultura es una máquina que piensa y decide por nosotros sin pedirnos permiso, es el conjunto de evaluaciones y juicios automáticos que anulan nuestro raciocinio. Por eso, no podemos sacralizar y dar por buena nuestra cultura, porque al hacerlo estamos aceptando ciertas categorías éticas y morales de nuestros antepasados que son incompatibles con la justicia y el progreso social.

Una sociedad madura es aquella que es capaz de modificar sus patrones de comportamiento.

Una sociedad madura que aspire a la mayoría de edad debe alcanzar la capacidad intelectual para replantearse  sus estándares de comportamiento, sobre la base de principios universales como la igualdad de todos los seres humanos, la dignidad y el respeto al diferente. Y todo ello no es incompatible con el valor de la cultura de los pueblos, su conocimiento y preservación, siempre que entendamos que debe estar en constante revisión y acomodación al signo de los tiempos. 

Los valores residuales de la cultura permanecen por largo tiempo en las prácticas y el subconsciente colectivo. Producir cambios culturales suele demorarse por generaciones, pero hay momentos de catarsis colectiva que pueden acelerarlos, como por ejemplo los insultos racistas en un estadio de fútbol o el abuso de poder por parte de un dirigente a vista de todo el mundo. Por eso hay que aprovechar esos momentos para reconocer y condenar los millones de situaciones diarias donde las referidas conductas son la norma.

Somos ciegos a nuestros prejuicios.

Cuando superamos ciertas creencias limitantes, solemos preguntarnos cómo puede haber terraplanistas, creacionistas, supremacistas, antivacunas o negacionistas del cambio climático. Sin darnos cuenta que en el interior de nosotros vive una cultura llena de prejuicios similares que normaliza el abuso de poder, que pone al hombre por encima de la mujer, al blanco por delante del negro, que no acepta al extranjero, la diversidad sexual u otras creencias religiosas.

La voz ancestral de las generaciones pasadas no está muerta, nos posee y vive en nosotros, puebla nuestro imaginario, forma parte de nuestra lógica y esquemas mentales, habla por nuestras bocas, actúa desde nuestros cuerpos y piensa en automático por nosotros. 

Nos guste o no, fuimos educados en unos valores que impregnan toda nuestra existencia e implican unos determinados roles de género, manifestaciones de poder, relaciones entre personas… que a todas luces son machistas, racistas, xenófobos, homófobos, abusivos e injustos… Y todo esto está normalizado en una sociedad hipócrita y enferma.Solo así es entendible que cuando surge un hecho denigrante que revela públicamente ciertas prácticas deabuso, una parte importante de la sociedad verbalice el “no es para tanto”, minimizando su importancia, porque simplemente está en su día a día, y así lo vio y lo conoció siempre, así lo sufrió, así se acomodó a ello y lo normalizó. Mientras que quienes son señalados por sus actitudes se sienten agraviados porque “así lo aprendieron y así lo hace todo el mundo” como pauta habitual.
Para una sociedad es más fácil hacer una condena a una persona o un grupo reducido de ellas y pasar página que hacer una enmienda a la totalidad a su cultura. Y con ello no vamos a cambiar nada, si no hacemos más 

sensible la piel de una sociedad donde el abuso de poder y dominación está en sus genes, que siempre ha estado ahí y que no hemos visto o no hemos querido ver.

La inmensa mayoría de nosotros somos producto de una época, de una lógica, de unas conductas aprendidas, de una cultura. Aunque en algunos acontecimientos mediáticos (insultos en un partido de fútbol o entrega del título de un campeonato del mundo) se visualicen conductas denigrantes, se personalice la condena y se someta a sus culpables al escarnio público. El problema es que hay millones de personas con estas prácticas, y lo estamos viendo todos los días, en todos los lugares y contextos sin hacer nada por corregirlo.

Los cambios culturales tardan generaciones en producirse, sin embargo hay acontecimientos disruptivos que los aceleran desde la catarsis colectiva, y hay que saber aprovecharlos.

Adelante!!!

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