La batalla de las emociones en la Guerra de Ucrania que no nos cuentan en televisión.

Putin y la estrategia ganadora del “hombre loco”(madman theory).

Las principales batallas de las guerras  no se libran en el frente pegando tiros, sino en la gestión y la manipulación de las emociones. En toda contienda hay una guerra de relatos y propaganda desde donde se crean los estados de ánimo que acaban decantando las victorias o las derrotas.

La emoción más poderosa es el miedo, quien mejor lo administra es el que lleva la iniciativa. ¡Vamos a verlo!

Los actores de la Guerra de Ucrania.

Un matón que salta a escena pegando tiros (Putin), un agredido (Zelenski), un policía que ha perdido la placa (Biden), un perrito faldero del policía (Johnson), unos antiguos amigos del policía que van por libre y empiezan a asustarse del matón (mandatarios de la UE), un listo que actúa con ambigüedad medida y va a lo suyo (Xi Jinping). Y el resto del mundo mirando atónito el desorden causado, mientras unos y otros actores solicitan la adhesión a su causa.

La guerra de relatos.

Rusia apela al genocidio de la población prorrusa en una parte de Ucrania (Donbas) y la amenaza de su seguridad nacional… Ucrania denuncia una invasión de su territorio y reclama la libertad para elegir su futuro e integrarse en la OTAN y la UE… Estados Unidos y la Unión Europea se alinean con la postura del gobierno de Ucrania en nombre de la libertad y los derechos humanos… China muestra su ambigüedad y no habla de guerra…

A partir de esta guerra de relatos se fabrican las emociones y los estados de ánimo en la opinión pública, que son completamente diferentes en Rusia, Ucrania, Estados Unidos y UE, China y resto de países del mundo.

Los estados de ánimo de los actores contendientes.

Estados Unidos (decadencia), otrora gendarme del mundo y pistolero invencible, empieza a mostrar síntomas de debilidad y sus adversarios comienzan a oler la sangre. En la era Trump cometió el error de abandonar su poderío y mostrar debilidad, replegándose sobre sus fronteras y denigrando de sus aliados (OTAN, UE), un hecho que aprovecharon Rusia (guerra de Siria) y China (expansión por el Mar de China Meridional) para crecerse y subirse a sus barbas.

Rusia (resentimiento), un gigante venido a menos con su pundonor herido, vive en un estado de ánimo de agravio que le impulsa a buscar la más mínima ocasión para hacer ruido y montar bronca. Siente que con el desmantelamiento de la Unión Soviética por la pésima gestión de Gorbachov, perdió la tercera guerra mundial sin que se disparase un solo tiro. Y ante la debilidad del pistolero y sus secuaces (Unión Europea), piensa que ha llegado el momento para satisfacer su ambición y resarcirse buscando la alianza con el nuevo rico (China), culminando así su plan para sentarse en la mesa de los que se reparten el mundo. A Putin no se le ha olvidado la afrenta de Obama al declarar que Rusia era un actor menor (una potencia regional) en la escena internacional, un rencor que le corroe y saca de sus casillas hasta el punto de obligarle a bordear la ruina y el desastre total, cómodo con el papel de “hombre loco” mandando un mensaje subliminal de que a un perdido no hay quien lo pierda.

La Unión Europea (alerta), el gran hermano que gobernó y se repartió el mundo, hoy se siente como un actor de reparto, al albur de los devaneos de su dueño, incapaz de tener una voz propia y una acción única en el escenario internacional, acuciado por el Brexit y la ultraderecha que amenaza con su disolución. Hoy vive asustada y desazonada ante su debilidad y la amenaza del matón del Este.

China (paciencia), un actor tranquilo que actúa como un gigante silencioso, se encarama a pasos agigantados hacia el estatus de primera potencia mundial, instalada en el estado de ánimo del que va segundo en la maratón pero que ve al primero tambaleándose. Mientras observa a los demás como se agotan en la pelea, ella sigue a lo suyo con las luces largas, el enfoque, el pragmatismo y la laboriosidad para colonizar el mundo de Norte a Sur y de Este a Oeste, sin apartarse de su propósito ni disparar un solo tiro.

Ucrania (frustración), un país agredido y masacrado que ha tenido la mala fortuna de estar ubicado  el teatro de operaciones entre el matón y el pistolero. Un pueblo que históricamente había pertenecido a su agresor y vive con el alma dividida entre Oriente y Occidente, que tras los crímenes del matón está comenzando a incubar un fuerte sentimiento nacional y una creciente rusofobia.

La onda expansiva de la explosión emocional de la contienda llega a todos los confines del mundo, generando filias y fobias y desordenando las alianzas a escala planetaria. Estados Unidos, enemigo acérrimo de Venezuela, se apresura a rehacer relaciones con Maduro (aliado de Rusia) para estrechar el cerco a Putin con la mirada puesta en sus reservas de petróleo.

China estrecha lazos con Bolsonaro (en las antípodas ideológicas) y con Alberto Fernández… Las emociones en la política son tan volubles y cambiantes como las peleas infantiles, pudiéndose pasar del amor al odio en un santiamén, sin importar las afinidades o las ideologías.

El manejo emocional del los actores de la guerra.

La condena de una guerra siempre ha de recaer sobre el agresor. Dicho esto, toda las guerras tienen sus causas que las desencadenan, rara vez son luchas entre ángeles y demonios, detrás hay agravios e injusticias históricas por uno y otro bando, desde donde se incuban las emociones que a la postre resultan decisivas para decantar el resultado.

El verdadero arte de la guerra se libra desde el control y la manipulación de los estados de ánimo de la gente. La guerra tiene la capacidad de alterar el estatus emocional reinante y generar otro nuevo.  Los grandes estrategas saben que el arma principal para ganar la guerra es el manejo del miedo, y que quien lo gestiona y administra es el que lleva la iniciativa. 

El gestor emocional más inteligente de esta conflicto global es Putin, más allá del retrato robot de un loco paranoico con el que lo retrata Occidente, es un tipo frío y calculador que conoce y conecta a la perfección con el ethos del pueblo ruso, prueba de ello es que la aprobación en su país es mayoritaria. Él es el que lleva la iniciativa y maneja la agenda (siempre que China no salte a la escena y diga lo contrario).

Putin es un experto en la manipulación al que no le tiembla el pulso a la hora de sembrar el caos, porque sabe que desde ahí se desencadena el miedo, y desde el miedo se crean las condiciones más favorable a sus intereses (reivindicación de un nuevo orden mundial con un mayor peso de Rusia), para pasar a la historia como el protagonista que inaugura una nueva era, el artífice de un desorden global del que surja otro con una Rusia protagonista.

Putin está demostrando ser un alumno aventajado de su etapa en la KGB, el resto de líderes van corriendo tras él. De momento ya ha sembrado el caos e inoculado el miedo en los ciudadanos del mundo, consiguiendo lo que quería, que el mundo se divida entre los amigos y enemigos de Putin. Mientras la UE se asusta, Estados Unidos se envalentona pero sin los bríos de antaño, y el resto del mundo mira al actor clave de la contienda, Xi Jinping, que actúa con la parsimonia calculada del que se sabe nuevo jefe del mundo.

Putin se siente cómodo con el retrato robot de criminal, le conviene porque le deja como único actor con el poder de activar el pánico mientras acaricia el botón de las bombas atómicas, a la vez que transmite a su pueblo la emoción de poderío e influencia total para mantener alta su moral. 

Los escenarios del desenlace de la guerra de Ucrania son múltiples (final rápido con anexión de territorios del Este, guerra de desgaste con ocupación del territorio, acuerdo de paz que garantice una Ucrania no alineada, internacionalización del conflicto y tercera guerra mundial…), en todos ellos, quien maneja la agenda es Putin, él es el “puto amo” de la situación y, conforme se vayan desencadenando los acontecimientos, irá decidiendo cómo maneja las emociones del mundo (hasta que Xi Jinping diga ¡basta!).

Desde el manejo del miedo se inducen el resto de las emociones, así, actuando como un criminal,puede inspirar incluso compasión y benevolencia. Y desde ahí se goza de una posición de ventaja total para conducir los acontecimientos. 

Putin ha iniciado una guerra cruel, amenazando con la posibilidad de un conflicto nuclear y sembrando el pánico en el mudo con sus palabras. Si desde esta táctica, al final solo decide quedarse con una parte del país, cerrar un acuerdo de paz o infligir “solo” un castigo (caso que la guerra le vaya mal), a la postre el mundo respirará aliviado pensando que nos pudo matar a todos, pero que no era tan malo. Él ha secuestrado emocionalmente al mundo usando las mismas artes que el delincuente que promete asesinarnos si no le entregamos el botín y finalmente “solo” nos corta un brazo. Nos está sometiendo al síndrome de Estocolmo, él maneja la agenda, consciente de que los ciudadanos del planeta lo primero que hacen cuando se acuestan y se levantan es conocer lo que ha dicho Putin. Cuando habla nos cambia el estado de ánimo a su antojo, hace que las bolsas suban o bajen, propicia conflictos sociales, provoca desplazamientos, separa a los países, activa los movimientos nacionalistas y fascistas…

Hay muchos tipos de guerras y muchos tipos de armas. La guerra tiene muchas dimensiones y distintos frentes. Hay guerras económicas, guerras mediáticas, guerras psicológicas, guerras ideológicas, guerras militares… Pero la madre de todas las batallas es la guerra de las emociones.

Y al final, el mundo de la geopolítica,  con toda su complejidad y retórica,se mueve con la simplicidad universal de las emociones y estados de ánimo más primarios, que son consustanciales al ser humano y funcionan con las mismas reglas que en el patio de colegio o el barrio, con sus trifulcas y matones, policías buenos y corruptos, ricos venidos a pobres, pobres venidos a ricos y, sobre todo, un largo reguero de víctimas inocentes fruto de los devaneos de unos y otros.

Las guerras alteran los estados de ánimo del mundo, deshaciendo y recomponiendo adhesiones y afectos. Y los estamos de ánimo determinan la economía, las relaciones, la salud física y mental de las sociedades. Por eso, siempre que hay una guerra hay que aprender a mirar a quiénes y cómo están creando las emociones y los estados de ánimo en la gente, porque quien es capaz de hacerlo mejor puede decantar la victoria de su lado.

Los estrategas militares saben que la clave de la guerra está en mantener alta la moral de la tropa, es decir, la capacidad de sentirse vencedor aunque se parta en desventaja. 

Así de primarios somos los seres humanos, es nuestra naturaleza ontológica. Si entendemos que estamos hechos de emociones, podemos leer mejor la realidad y no dejarnos engañar por la propaganda.

Adelante!!!

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