El valor de ofrecerse a los demás. Es lo primero que debería enseñar la escuela.

Aprender a ofrecernos a los demás y a hacer ofertas valiosas será la manera más importante para ganarnos la vida en el futuro.

Me preguntaron en una ocasión qué cosas nuevas deberían aprender los niños del siglo XXI, a lo que respondí que hay una serie de saberes que a mi entender van a ser determinantes, como que cada persona aprenda a ofrecerse a los demás, como base para su desarrollo personal y profesional.

El mundo está cambiando muy rápido, dejando obsoletos muchos conocimientos y haciendo desaparecer muchos oficios y profesiones. Sin embargo, hay quien aprende a inventar ofertas para los demás y convertirse en una “oferta permanente” se adapta rápido a los cambios y saca ventaja de ellos, poniendo su foco en lo que los demás necesitan, ideando  formas de satisfacer sus necesidades y ganándose con ello el sustento.

Cuando el mundo cambia aparecen nuevas necesidades, y con ellas nuevas posibilidades. A esta circunstancia, unos la llaman crisis y otros oportunidad. Los primeros se vienen abajo, deprimen y paralizan, los segundos se movilizan, crean valor y se convierten en significativos para los demás.

En nuestro paso por el sistema educativo nos enseñaron a aprender cosas para desempeñar un trabajo de por vida pero no a hacer ofertas.

En el futuro, la mayoría de las personas van a cambiar muchas veces de trabajo a lo largo de su vida y a encadenar decenas de contratos, una circunstancia que nos obliga a desarrollar nuevas habilidades para inventar nuestro trabajo basadas en descubrir lo que los demás necesitan y ofrecérselo.

Las personas que trabajan por cuenta ajena van a tener que convertirse en emprendedoras también, desarrollando maestría para que sus empleadores y clientes puedan ver en ellas una oportunidad. Y lo más importante de todo esto es que a ser una oferta para otros es algo que se aprende. Un aprendizaje que está conectado con otras habilidades, como la sensibilidad (ser sensible a lo que ocurre), manejar el arte del prometer, pensar en grande, inventar relatos significativos para el futuro de los demás, atreverse y desarrollar fortaleza emocional.

Pero veamos, qué tengo que aprender para ofrecerme y que los demás vean en mis ofertas algo valioso.

Aprender a mirar e interpretar el cambio, a asomarme al mundo desde una panorámica amplia.

Aprender a ver las posibilidades que emergen del cambio asociadas a las nuevas necesidades que aparecen.

Aprender a relacionarme con los demás.

Aprender el coraje de hacer ofertas a otras personas y formar parte de los círculos y relaciones donde están mis clientes (personas a las que me interesa ofrecerme).

Repensar la vida e interiorizar que mi principal ocupación (trabajo, profesión) es la de ofrecerme a los demás.

Cuando las referidas habilidades se cultivan, la persona reordena por completo su mente y genera una serie de procesos mentales automáticos que le permiten realizar tareas sin esfuerzo, como analizar lo que acontece, observar los cambios, descubrir posibilidades, inventar ofertas y hacérselas a los demás. Y todo esto se convierte en una rutina, que cuando está lo suficientemente entrenado, se ejecuta sin pensar, algo parecido a lo que nos ocurre cuando sabemos conducir un vehículo sin necesidad de pensar cada movimiento.

Aprender a ofrecernos de manera selectiva (no se trata de ofrecerse para todo).

A continuación, la clave está en aprender a ofrecernos en aquello que nos interesa, donde está nuestra pasión o vocación y en lo que queremos ser relevantes, porque si nos ofrecemos en muchas cosas, podemos dejar de ser significativos, diluirnos y agotarnos, corriendo el riesgo de desatender nuestras promesas.

Qué puedo ofrecer está en función de quién soy y en quién me quiero convertir.

Fernando Flores dice que las preguntas claves están en saber primero quién soy, para decidir luego en quién me quiero convertir, y desde ahí definir qué puedo ofrecer a los otros. Y yo no puedo estar más de acuerdo con él.

Cuando una persona ya ha interiorizado el valor de ofrecerse a los demás, nunca volverá a ser pobre porque la riqueza y la abundancia están en función de la satisfacción de necesidades, unas necesidades que no son fijas, sino dinámicas y cambiantes. La persona que lo hace, ya parte con la ventaja de no asustarse con el cambio, poniendo la mirada en convertir las necesidades en una oportunidad.

Adelante!!!

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