Coronavirus, utopías, distopías, alta traición y esperanza radical.

Es momento propicio para conjurarnos en la construcción de un futuro mejor, apartándonos del camino y aislando a quienes pretenden desmoralizar a la sociedad, una actitud solo comparable al acto de alta traición, que en tiempos de guerra, cometen aquellos que con su actitud buscan el avance del enemigo.

Los acontecimientos que marcan una ruptura en el discurrir de la historia son pocos y muy señalados. Algunos de los que habíamos considerado grandes, como el nacimiento del cristianismo o el descubrimiento de América, no tuvieron el impacto global sobre todas las culturas y continentes, como sí está ocurriendo con el coronavirus.

El fenómeno del coronavirus es el primero que se extiende a todo el mundo y tiene un impacto sanitario, sociológico, psicológico, económico, laboral y tecnológico global. Una realidad nueva capaz de generar relatos utópicos (recreación de escenarios de futuro llenos de esperanza y mejora de la realidad presente), relatos distópicos (escenarios de futuro llenos de desgracias), y también relatos a medio camino que podríamos denominar neutros (llegará la cura, superaremos la crisis, volveremos a las andadas y el mundo será otra vez como antes).

Igual que en la guerra se considera alta traición la actitud de los que debilitan la resistencia de la sociedad, favoreciendo con ello el avance del enemigo. En este momento, los creadores de relatos distópicos interesados, fake news y activistas de la desmoralización colectiva, están haciendo el mismo juego, que si bien no constituye un hecho punible, sí los quedará marcados para la posteridad,  ese será su castigo. 

Los relatos son muy influyentes porque tienen la capacidad de impregnar el imaginario colectivo, y con ello empujar la historia en una u otra dirección. Todo el mundo tiene derecho a fabricar sus relatos (faltaría más): las mentes positivas, sus fantasías de una realidad mejorada, los “cenizos”, sus visiones apocalípticas, y las mentes neutras su seguridad en que todo esfuerzo es inútil y nada cambiará.

Todas las formas de interpretar la realidad y de prepararse para el futuro son legítimas, salvo la construcción premeditada e interesada que tiene la intención de menoscabar el estado de ánimo colectivo y debilitar a la sociedad con intereses espurios en momentos de profunda crisis.

Lo que el mundo reclama en este momento es esperanza, la prueba del algodón definitiva para que los que se llaman patriotas, altruistas, benefactores y activistas del bien común, puedan mostrar su altura verdadera. Ahora lo tienen fácil, pero que sean cuidadosos y lo hagan con buen tino, porque de lo contrario, quedarán por largo tiempo en evidencia.

Yo no sé cómo va a ser el futuro, estoy impactado y confuso como muchos de ustedes, pero desde una postura ética no me queda otra opción que apuntarme y trabajar en el bando de la esperanza y la utopía. Hay motivos para  pensar que podemos empujar la historia hacia un mundo mejor tras la gran encrucijada que ha abierto el coronavirus. Y si no es así, por lo menos siempre estaremos reconfortados por haberlo intentado.

Como sostiene Harari, el futuro lo construimos desde los relatos del presente, nuestra realidad la forjamos porque somos seres capaces de creer en algo que no existe. Cuando una fantasía arraiga en la mente colectiva, un futuro nuevo está en camino. ¿Y por qué no intentar la utopía en este momento? Un momento propicio en el que la geopolítica, las relaciones internacionales, los equilibrios de poder, el comercio, las transacciones, la producción, el trabajo, los esquemas de pensamiento… Van a alterar el mundo y nos van a traer un escenario nuevo y quizá un nuevo paradigma. Entonces ¿Por qué no intentarlo?

Los tiempos de cambio son el terreno abonado para inventar fantasías ideales  y también malos augurios. Y esto es así porque la crisis produce una disrupción que altera violentamente los cursos “lógicos” del fluir histórico. 

Solo las grandes amenazas planetarias son capaces de movilizar la cordura, cuando la especie se pone al borde mismo del precipicio. Las decisiones de la política se mueven desde la presión social, y nunca como ahora la piel social de los 7.700 millones de almas que hay en el mundo ha estado tan sensible y proclive para sembrar en el imaginario colectivo la idea de refundar el mundo para hacerlo mejor. 

En este momento, nuestros gobernantes (independientemente de quien ostente esa tarea y su ideología), han de sentir nuestro apoyo, pero han de aprender la lección y asumir compromisos de futuro con la ciudadanía una vez superada la crisis, obligándose a cambiar su agenda de prioridades. La sociedad está mostrando en todo el mundo su fortaleza, se está forjando una conciencia y un sentimiento global de ciudadanía que debe ser encauzado para construir un mundo más justo y solidario. Las circunstancias van a poner a prueba a los líderes y lideresas mundiales, la ciudadanía espera ya los primeros gestos para la fundación de una nueva Sociedad de Naciones capaz de avanzar en una nueva gobernanza global, porque haciendo cada uno la guerra por su lado no se salva ni dios.

Las largas horas de reclusión y la lucha contra un enemigo común en todos los países del mundo, están siendo una auténtica escuela de vida, un regalo que ni la mejor universidad del mundo nos podría enseñar, como que la vida es devenir, que la seguridad es una ficción, que no podemos ir solos por el mundo, que el valor está en la comunidad, que una guerra se desata en un rato y la paz tarda años, que la democracia es muy valiosa, que las fronteras son una quimera, que el nacionalismo nos debilita, que el futuro tenemos que construirlo cada día, que un abrazo es más importante que un puñado de billetes, que la vida es frágil y que hay que cuidarla, que los cataclismos  globales no respetan ni el color de la piel, ni el catecismo ni el barrio donde vives, que somos una especie en peligro de extinción, que la única patria verdadera es nuestra especie. Una lección que si la aprendemos, va a hacer de nosotros personas más sabias, fuertes y buenas. 

Un mundo en el que el optimismo y la utopía tienen poca prensa, y donde venden mucho más los malos pronósticos, las distopías y los augures del apocalipsis, no nos puede parar. Hoy más que nunca necesitamos ser activistas de la esperanza radical. 

Si lo analizamos en buena lid, nunca en la historia de la humanidad hemos estado tan preparados como ahora, nunca hemos tenido tantos medios a nuestro alcance, nunca hemos vivido tantos años y con tanta calidad de vida. Es cierto que tenemos un gran escollo en el camino, pero un escollo que vamos a superar juntos y del que vamos a salir reforzados.
Pero necesitamos la utopía para caminar: “Ella está en el horizonte. Me acerco dos pasos, ella se aleja dos pasos. Camino diez pasos y el horizonte se corre diez pasos más para allá. Por mucho que camine, nunca la alcanzaré. ¿Para qué sirve la utopía? Para eso sirve: para caminar”. Fernando Birri y Eduardo Galeano.

Es el momento para tendernos la mano, perdonar e iniciar juntos un nuevo camino. Y parafraseando el discurso de Kennedy, preguntarnos qué podemos hacer por los demás, en lugar de lo que los demás pueden hacer por nosotros.

Adelante!!!

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2 comentarios en “Coronavirus, utopías, distopías, alta traición y esperanza radical.

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