Cuentan que un día le preguntaron a Merkel por qué invertía tanto en educación y ella respondió que porque los ignorantes nos cuestan mucho dinero. Y es que la buena educación es la inversión más rentable del mundo para el desarrollo de las personas, las comunidades y los países; aunque en el mundo de hoy tenemos que revisar los conceptos de educación y analfabetismo, porque se da la paradoja de que muchas personas con “mucha educación” y títulos son analfabetas funcionales para vivir en el siglo XXI.
Si hace unas décadas podíamos ponernos de acuerdo en qué era un analfabeto funcional (incapacidad para utilizar la lectura, escritura y cálculo en las situaciones habituales de la vida), en la realidad actual no está tan claro porque el mundo ha cambiado y las capacidades que se necesitan para desenvolverse son distintas y complejas. De nuestros centros educativos y universidades salen personas sin las habilidades para desarrollarse personal y laboralmente, personas inútiles e inempleables, en muchos casos con carreras y estudios.
En algunos países dicen que tenemos la generación mejor preparada de la historia, cuando en propiedad, deberíamos afirmar que tenemos la población con mayor número de títulos de la historia. Pero el título es una ficción legal que no nos dota de conocimientos, habilidades, actitudes, aptitudes y valores para desenvolvernos de manera autónoma y satisfactoria en la vida. Y lo peor de todo es que la abundancia de títulos en circulación, tiene el mismo efecto que se produce en la economía cuando se dispara la emisión de papel moneda, nos damos de bruces con la inflación, y el papel (títulos, dinero) pierde su valor.
Un título, ni siquiera es una garantía de retener los contenidos (seguramente ya obsoletos) que en forma de asignaturas y temarios, tuvimos que memorizar de forma atropellada para escupirlos en un examen. En buena lid podríamos decir que la mayor parte de nosotros tendríamos que devolver nuestros títulos si volviéramos a examinarnos ahora.
La fantasía del título como pasaporte para acceder a un trabajo en la administración o en la empresa, se ha terminado. Grandes compañías como Google, ya ni siquiera preguntan a sus futuros empleados los conocimientos y títulos que tienen, sino qué saben hacer y qué valor pueden crear, su capacidad de análisis, habilidades para enfrentar desafíos, fortaleza emocional, flexibilidad, adaptación a entornos complejos, capacidad de organización, fortaleza emocional para encajar reveses, voluntad, decisión, templanza, capacidad de aprender y reciclaje permanente, creatividad, innovación, espíritu emprendedor, liderazgo.
Incluso, muchas grandes compañías están lanzando sus propias carreras, que son más cortas y enfocadas al mundo del trabajo, dejando obsoletas las viejas carreras de unas universidades que poco a poco se precipitan al abismo de la desaparición o la irrelevancia. Pronto, los gigantes tecnológicos serán los principales apoderados de la educación superior ante la inacción y bisoñez de unas instituciones educativas dormidas desde siglos en sus laureles.
En el mundo de hoy, si tenemos la cabeza llena de contenidos y conocimientos sin saber qué hacer con ellos, es como si la tuviéramos llena de garbanzos. Podemos leer, escribir, calcular y saber un montón de cosas sin dejar de ser analfabetos funcionales.
El conocimiento, que otrora era el objeto principal de la educación, ha pasado de ser un bien escaso a ser ubicuo, abundante y barato. Una realidad que hace que se tambaleen por completo nuestras obsoletas instituciones educativas y vayan cayendo poco a poco de su pedestal. Y como en el Titanic, sus actores siguen tocando mientras el sistema educativo se hunde, arrastrando el futuro de millones de jóvenes.
De otro lado, la especialización profesional y fragmentación del conocimiento nos ha llevado a saber mucho de un asunto concreto, pero a desconocer el resto de realidades, sus relaciones y sinergias. Una situación que a la postre puede llevarnos a una nueva manera de analfabetismo funcional cuando nuestra especialidad profesional se torna obsoleta y desaparece o es sustituida por una nueva tecnología.
Pero volvamos al asunto, ¿entonces qué es ser analfabeto hoy?
No tener una visión panorámica del mundo y carecer de comprensión holística, desconocer la expansión del conocimiento, sus fronteras, la ciencia, la tecnología, la visibilización del cambio…. El desarrollo de habilidades para inventarse el trabajo… El descubrimiento y el cultivo de las sensibilidades propias para reconocer nuestro talento y potencial… El aprender a vivir con otros desde el respeto a la diversidad… Distinguir los juicios de las afirmaciones para crear un sentido crítico… Dirigirnos desde el discernimiento con sentido y criterio en la incertidumbre… Aprender a conducirnos y tomar nuestras propias decisiones basadas en afirmaciones y juicios fundados… Conocer la historia para entender la ontología del ser, el pensamiento y la filosofía, el comportamiento social y el funcionamiento de las organizaciones… Entender las culturas y las morales para construir una ética propia con la que movernos por la vida… Aprender a escuchar a los demás como seres valiosos, diferentes y respetables… Tener el arrojo para hacer promesas valiosas y crear, desde la lealtad, fuertes vínculos con otras personas… Desarrollar potentes visiones del futuro y realizar declaraciones movilizadoras… Cultivar relaciones fructíferas para cooperar y trabajar juntos… Inventar ofertas significativas y de valor desde donde edificar nuestras actividades creando riqueza para los demás y uno mismo… Aprender a dirigirnos como paso previo para coordinarnos con otras personas… Orquestar estados de ánimo y desarrollar fortaleza emocional… Trabajar en equipo y ser impecables en el cumplimiento de nuestros compromisos… Evaluar permanentemente lo que acontece para planificar de manera flexible…
¡Claro que todo esto es muy difícil! ¡Claro que el listón para superar la ignorancia está muy alto! ¡Claro que tenemos que repensar, resignificar y rediseñar por completo las bases de la educación! Tampoco podemos pretender que cada ciudadano se convierta en un experto en las referidas disciplinas, pero sí que interiorice esos saberes para conducirse por la vida, porque de lo contrario, el precio que tendremos que pagar será descomunal: una sociedad de personas acríticas, inútiles (sin utilidad para desarrollarse en las nuevas realidades), inempleables e irrelevantes.
La concepción de nuestra educación actual desde sus reminiscencias medievales del Trivium y Quadrivium (Boecio y Casiodoro), el influjo de la Ilustración y el academicismo, la escuela prusiana y la acomodación a las necesidades de la Revolución Industrial para generar disciplina laboral basada en la repetición de tareas estándar; se desmorona y amenaza con atrapar en las ruinas del sistema educativo a toda una generación que se asoma inerme y perpleja a un nuevo tiempo, a la nueva era del Virtuceno para cuyos desafíos no tiene respuesta.
En el mundo de hoy, de poco nos sirve conocer el nombre de las capitales del mundo, los ríos, algunas anécdotas de la historia, saber leer o escribir o hacer cálculos básicos. Podemos saber todo eso e incluso lograr un título sin dejar de ser ignorantes y analfabetos funcionales.
Mi abuela no sabía leer ni escribir y era mucho más sabia que muchas personas ignorantes que he conocido cuajadas de títulos. Ella me enseñó a desarrollar muchas sensibilidades, a mirar mi rareza, a entender la naturaleza, a aprovechar los recursos naturales, a recolectar y cocinar plantas silvestres, a conocer mis cegueras, a entender a los demás y buscarme la vida. En ella encontré mucha más sabiduría que en la universidad, ella tenía muchas más habilidades para la vida que la mayor parte de mis profesores.
Está claro que el analfabetismo nos cuesta muy caro, de igual modo que tenemos que poner en cuestión sus varas de medir, que para nada han de ser los de la OCDE o los informes PISA. Unos estándares que responden a la necesidad de reproducir seres obedientes y disciplinados para encajar en un orden económico y social. Estamos atrapados en un sistema que nos educa para ser pobres y reproducir la pobreza a través de unos códigos (códigos restringidos) de los que no son conscientes ni los propios actores del sistema educativo y que nos conducen directamente al analfabetismo funcional, y de ahí a las desigualdades y las grandes brechas sociales.
Parar el desastre que se avecina es de una urgencia tal que ha de convocarnos a un nuevo contrato social de la educación, reformulando y resignificando por completo sus bases tradicionales.
Adelante!!!
Excelente artículo. Muy revelador