Maldigo la cultura con toda su tiranía! Un Manifiesto contra la cultura.

Una declaración de guerra total a la cultura, la moral y las costumbres.

Cuando venimos al mundo, ya somos presos de una determinada cultura, pues no podemos decidir las creencias, religión, ideología, costumbres, estéticas, tradiciones y prejuicios que nos tocaron en suerte. Y luego vivimos en la fantasía de que somos libres porque nos cuentan el cuento de que la cultura nos libera, cuando realmente nos atrapa en una tupida red haciéndonos rehenes de por vida. No elegimos la cultura en la que vivimos, la cultura ya nos eligió a nosotros, otra cosa es que decidamos seguir los dictados de su moral o construir nuestra propia ética. 

La cultura es la tiranía que nos impide ser libres.

La cultura son los pensamientos automáticos que nos brotan en la mente.

Las interpretaciones del mundo que aceptamos sin rechistar como verdades.
El conjunto de prejuicios que no nos dejan ver la riqueza del otro y de las otras culturas.

La supremacía y arrogancia de lo propio que nos impide el abrazo fraterno a las cosmovisiones de los demás.

Las voces de nuestros antepasados que hablan por nuestras bocas. Sus miradas que ven desde nuestros ojos. Sus costumbres que se reflejan en nuestros cuerpos, movimientos y hábitos.

El círculo vicioso de los juicios (fundados e infundados) que nos cierran a una visión abierta del mundo.

El conjunto de costumbres (vicios, actitudes, percepciones estéticas, sensibilidades, tics, mantras…) elevadas a la categoría de verdad. 

El peine de afiladas púas que nos atraviesa el cráneo cada mañana y nos ensucia la mente con pensamientos limitantes.

Detrás de toda creación humana hay una intención culturizadora sutil o explícita.

En el poema más elevado de Santa Teresa, en la novela más inocente de Cervantes, en la pintura más perturbadora de Rubens, en la perfección de la Venus de Alejandro de Antioquía, en la superioridad aplastante de la basílica de San Pedro y la magia de Bernini…

Detrás de todas ellas hay una intención y un interés para homogeneizar el pensamiento y civilizar al espectador, aunque sea de una sutilidad fina, una exaltación y una cosmovisión que afirma lo propio y niega lo ajeno, una tiranía oculta, una arrogancia, un relato que delata una visión limitante del mundo.

Y en el peor de los casos, cuando la cultura se mezcla con el nacionalismo o el celo religioso, se convierte en el subterfugio de los canallas, el delirio de los patriotas y las fantasías recalcitrantes de los salvadores de almas. ¡Cuántos atropellos se han cometido en nombre de la cultura propia y contra la de los demás! ¡Cuántos crímenes se han perpetrado en nombre de dios, la patria y la cultura!

La cultura define nuestros prejuicios.

Nos dice como tenemos que sentir la estética, cuál es la sensibilidad buena y mala, qué faceta del ser tenemos que potenciar y cual reprimir…

No es otra cosa que la expresión de la imperfección del ser humano, donde se reflejan sus visiones alicortas, sus vicios, lo que es bello y feo, lo bueno y lo malo, lo perfecto e imperfecto, lo alegre y lo triste, lo atrevido y comedido, lo divertido y aburrido… Los juicios infundados que refuerzan las creencias limitantes de la tribu.

Si hay una cultura verdadera es el crisol de culturas.

La mejor cultura sería la muerte de la cultura para dar a luz un nuevo ser humano liberado de ataduras y mortajas que le impiden ser libre para construir su propio destino; un acto que no puede ser destructivo o irracional porque ese es el camino directo que propugna el fascismo y conduce directamente a la alienación. Liberarse de la cultura es un ejercicio mucho más esforzado que obliga a conocer todas las culturas para entender como están construidas y la arbitrariedad de sus morales y patrones. Una mirada y ejercicio intelectual solo al alcance de personalidades como Alejandro Magno, capaces de ver lo mejor de otras culturas e integrarlo en la propia, aún a riesgo de diluirla y hacerla irreconocible.

Pero incluso así, la cultura sigue siendo nuestra tiranía porque al destruirla, ya estamos creando una nueva con sus predicamentos y líneas rojas.

Todo revolucionario por naturaleza es un ateo de la cultura.

Desde aquí proclamo la guerra total a la cultura, a sabiendas de que esta postura me conducirá a la pira, o cuanto menos al ostracismo de los santones y guardianes de sus esencias.

No hay cultura buena ni cultura mala, en todo caso hay culturas más localistas o expansivas, simples o complejas, abiertas o cerradas, tolerantes o limitantes. Al final, cada una de ellas nos hace esclavos a su forma y antojo, sometiéndonos a su imperio e impidiéndonos mirar al mundo y a los demás sin prejuicios. 

En esencia, ¿lo que llamamos natural no es una desnaturalización provocada por la mirada sesgada de nuestra cultura retorciendo torticeramente la naturaleza a sus dictados?

Por eso reivindico la contracultura como la única cultura verdadera, aunque sin querer, ya estoy cayendo en su tela de araña que todo lo atrapa, creando de manera automática otros patrones que aspiran a nuclear otra nueva.

La cultura crea nuestros modelos y patrones que nos atrapan.

Definiendo categorías arbitrarias del ser y del estar, de lo gordo y lo flaco, de lo feliz y lo infeliz, de lo que causa asco y apetencia, de lo risorio o serio, de lo triste y lo alegre, de lo armónico y desproporcionado, de lo comedido y libertino, de lo funcional y decorativo, del bien y el mal, de la belleza y la fealdad…

¿Porque dónde está la belleza? ¿En la insultante funcionalidad de un edificio de Gropius? ¿En la frondosidad, gracilidad y movimiento del columpio de Fragonard?  ¿En las figuras de Botero? ¿En la sobriedad del Partenón? ¿En la Sagrada Familia de Gaudí?… En el fondo, todas ellas alardean y reniegan de algo.

¿Qué es lo natural? ¿Cuál es lo más aceptable cultural y moralmente? ¿La monogamia o la poligamia? ¿El patriarcado o el matriarcado? ¿La celebración de la muerte como una liberación o como una tragedia? ¿La aceptación de las relaciones heterosexuales, homosexuales o bisexuales?… ¿No serán todas éstas categorías una serie de prejuicios?

¿Qué es lo bello y lo feo sino una apreciación estética dependiente de una forma limitante de ver el mundo? ¿Está la belleza en un jardín florido o en las dunas de un desierto sin vida? ¿En la templanza del alma o en el gesto pícaro? ¿En la curva o en la línea recta? ¿En la luz de Sorolla o el tenebrismo de Caravaggio?…. ¿O en todas ellas a la vez desde una mirada cultural híbrida.

Quizá todas las culturas tienen algo “bueno y malo”, “bello y feo”, porque son expresión de lo humano, de su ser imperfecto, caprichoso, recurrente y de costumbres. Posiblemente desde la aproximación objetiva y distante a todas ellas podamos extraer tarros de esencias para recrear nuevos mundos y habitar nuevas realidades.

La historia y las manifestaciones culturales son cíclicas 

La historia es cíclica porque está construida por un ser pendular donde convive el espíritu de lo barroco y lo clásico, con sus extremos en lo rococó y lo minimalista. Todos pasamos de alguna manera por esas etapas, está en las edades del hombre y la mujer, está en el grado de evolución temporal de las secuencias de gobierno que se suceden por degradación, como lo interpretaba Polibio (monarquía – tiranía – aristocracia – oligarquía – democracia – oclocracia). También en la sucesión de estilos artísticos, cuya circularidad se repite por cansancio a lo largo de la historia, como lo vio con clarividencia Eugenio D’Ors (preclásico – clásico – barroco – rococó). Tesis – antítesis – síntesis (Hegel), y vuelta a empezar, una cadena que es una condena sin fin.

Toda cultura es una contracultura. Toda estética es una antiestética. Todo valor es un contravalor. Todo juicio cultural es prejuicio.  En toda manifestación cultural hay una afirmación y una negación. 

La creación radical es contracultural porque acaba abandonando la masa madre donde nació, y termina siendo vulgar cuando se acomoda y niega  una nueva disrupción. Y la creación parcial es cobarde porque no se atreve a abandonar los límites donde nació y abrirse a la libertad, viviendo en minoría de edad permanente.

Toda nueva cultura nace de la desviación de su cultura matriz, de los rescoldos del fuego de su fuerza centrífuga, cuando no es capaz de integrarla en su seno.

Cultura y contracultura, tesis y antítesis, clásico y barroco… manifestaciones de una espiral perpetua, donde el universo parece avanzar para volver al mismo sitio de partida, donde todo fluye y refluye, transgrede  y regresa… un círculo vicioso que atrapa al propio ser humano que lo habita, una cadencia que se repite desde los pobladores de Atapuerca a Hermes Tremegistro, de Heráclito y Parménides a Hegel y Eugenio D’Ors.

Mirando al universo no reconozco más fuerza que sus leyes como origen de todo lo auténtico.

¿Lo ideal sería el fin de la historia desde la declaración de la muerte de la cultura? Quizá para ello deberíamos alcanzar la mayoría de edad como seres humanos, el respeto  a todas las creencias, la paz perpetua como forma de gobierno universal y el imperativo categórico de Kant ¿Quizá las tecnologías de la Cuarta Revolución Industrial y el transhumanismo sean capaces de trasladarnos a un paradigma cultural radical?

De momento, no reconozco más que las leyes de la física y el Kybalión como fuentes auténticas en la configuración del universo y sus reminiscencias en la cultura:

Mentalismo. Todo es mente, el universo es mental. La mente crea la materia y el universo que conocemos.

Correspondencia. Como es arriba, es abajo, como es adentro es afuera. Su traslación afecta a los planos físico, mental y espiritual.

Vibración. Nada está inmóvil, todo se mueve, todo vibra.

Polaridad. Todo es doble, todo tiene dos polos; todo, su par de opuestos: los semejantes y los antagónicos son lo mismo, los opuestos son idénticos en naturaleza pero diferentes en grado, los extremos se tocan, todas las verdades son medias verdades, todas las paradojas pueden reconciliarse.

Ritmo. Todo fluye y refluye, todo tiene sus períodos de avance y retroceso, todo asciende y desciende, todo se mueve como un péndulo; la medida de su movimiento hacia la derecha es la misma que la de su movimiento hacia la izquierda, el ritmo es la compensación.

Causa y efecto. Toda causa tiene su efecto, todo efecto tiene su causa; todo sucede de acuerdo a la ley; la suerte o azar no es más que el nombre que se le da a la ley no reconocida; hay muchos planos de causalidad, pero nada escapa a esta ley.

Género. El género existe por doquier,  todo tiene su principio masculino y femenino, el género se manifiesta en todos los planos. 

Y todo lo anterior lo equilibra el electromagnetismo, la gravedad, la fuerza nuclear fuerte y la fuerza nuclear débil.

La abolición de la moral y el nacimiento de nuevas éticas en el Virtuceno.

Toda cultura desarrolla una moral, construida sobre la base de los vicios y las costumbres aceptadas por una sociedad en un momento histórico, desde la sanción del poder y su elevación a categoría de normas y leyes.

Las viejas morales no nos sirven porque estamos próximos al fin de la Historia (Fukuyama), el fin del trabajo (Rifkin), el posthumanismo (Harari). En una nueva era y tiempo histórico (Virtuceno) donde vamos a sustituir nuestras realidades físicas por ceros y unos. Y para habitar estos nuevos mundos no nos sirven nuestras viejas morales, necesitamos nuevas éticas, para conducir nuestros actos desde nuestra mayoría de edad, aprendiendo a dirigirnos desde principios universales basados en el ideal clásico de lo bello y lo bueno (καλὸς καὶ ἀγαθός).

Pero todo esto choca con unas sociedades que se encastillan en sus costumbres (culturas) y generan mecanismos para perpetuarlas a través de una educación que las reproduce, donde se manifiesta la superioridad de lo propio y la negación de lo diferente.

En la cultura están presentes los gritos de nuestros antepasados que retumban en nuestras mentes como un mantra, una voz egoica disfuncional que percute en cada uno de nuestros pensamientos y está presente en cada uno de los actos y decisiones que tomamos. La cultura nos crea la fantasía permanente de que somos libres cuando nos encierra en una redoma hermética. Abrazar una cultura y vivir en su seno, de alguna manera, es aceptar una cárcel.

La cultura es un instrumento útil para expresarnos cuando estamos libres de prejuicios y ataduras. Saber de donde venimos es importante si nos sirve para decidir libremente hacia donde queremos ir.

El alegato de guerra total contra la cultura se vuelve contra el que lo realiza porque sin darse cuenta está apuntando otra cultura, sin posibilidad alguna de poder escapar de su fuerza centrípeta.

La historia surge de las desviaciones que la cultura dominante no es capaz de integrar en su seno.

Y ahora estamos en un momento donde van a eclosionar nuevas culturas, como la Nueva Bauhaus Europea, desde la muerte de un mundo analógico que se transforma en digital y pronto será cuántico. 

Asaltemos las cárceles de la cultura y liberémonos de sus cadenas.

Adelante!!!

Artículos relacionados.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.