Los conflictos que tenemos nacen de nuestros problemas de comunicación.

Una de las características del tiempo en el que vivimos es la polarización y el aumento de los conflictos a todos los niveles (políticos, sociales, laborales, personales). Por eso es muy importante saber dónde está el origen de los mismos para poder rebajar las tensiones y disputas que marcan nuestro día a día y hacer nuestra vida más feliz y productiva. Y es en el lenguaje y la mala calidad de nuestra comunicación donde está su raíz. ¡Vamos a verlo!

El ser humano es un ser interpretativo.

El origen de nuestros conflictos se debe a que la realidad es percibida de manera diferente por las partes, es decir, la “verdad” es interpretada de forma distinta. 

El lenguaje humano es imperfecto.

Nunca una cosa que decimos, por simple que sea, será interpretada por el receptor de la misma manera y con todos los matices con la que fue expresada por el emisor. Hay una brecha insalvable entre lo que uno dice y lo que el otro interpreta (uno dice lo que dice y el otro escucha lo que escucha). El receptor escucha aquello que encaja en sus intereses, y es ahí donde comienzan a fraguarse nuestras diferencias que pueden acabar en una simple confrontación de puntos de vista, discusión o en una guerra.

Cuando la mamá dice al niño: “lávate los dientes”, ese mensaje que parece claro y sin lugar a interpretación, está lleno de matices y sujeto a múltiples lecturas por parte del receptor que puede interpretarlo en clave imperativa, afectuosa, arbitraria o invasiva de su libertad.

En la complicada ecuación de la comunicación no solo interviene el significado de las palabras, que además puede ser distinto según el contexto porque cada palabra puede tener varios significados (acepciones). Y si a esto le añadimos otros factores de complejidad inherentes a la comunicación, como la interpretación de la intención de quien las pronuncia, el interés que vive en quien las escucha, el contexto emocional en las que se expresan, el momento histórico en el que se dijeron o el ambiente y los matices culturales de la comunidad en cuestión. El resultado puede ser de una complejidad extrema que origina afirmaciones y juicios divergentes.

Si ante, en apariencia, el inocente mensaje “lávate los dientes”, ya se puede generar un conflicto interpretativo, no digamos lo que puede ocurrir en el hablar entre un árabe y un israelí o un ucraniano y un ruso. Y todo esto podemos proyectarlo en nuestro día a día para observar que la mayoría de los problemas de nuestra vida se originan en que el lenguaje y la comunicación humana son imperfectos, llenos de grietas que dan lugar a interpretaciones múltiples cuando hacemos declaraciones, emitimos juicios, pedimos o prometemos (actos del habla). Así nuestras relaciones (en el trabajo, con los amigos, la pareja…) se convierten en un lío monumental y una cadena interminable de enfrentamientos: “es que tú me dijiste… no yo no te dije eso… es que tú interpretase… tú me prometiste y no cumpliste… yo te pedí esto y no lo hiciste…”

El contexto de obviedad y la empatía.

Todos nos movemos por creencias y juicios automáticos de carácter social o cultural, tendiendo a pensar que lo que es obvio para mí, es obvio para el otro, que el otro interpreta y ve la realidad como yo. Y esa es una de las causas principales que están en la raíz de nuestras fricciones. Si queremos estrechar su brecha no nos queda otra que conocer la obviedad del otro y ponernos en sus botas, entendiendo que el acto del conversar es una danzar entre las intenciones del que habla y los intereses del que escucha. Quien escucha, escucha a su favor, intentando escrutar las intenciones del que habla, y quien habla lo hace con la intención de conectar con el interés de quien escucha. Y toda esta complejidad que constituye el conversar es fuente de interpretaciones y juicios divergentes de todo tipo.

En busca de una hermenéutica universal.

Aunque sabemos que con el lenguaje actual no vamos a conseguir que lo que uno dice y el otro interpreta sea idéntico, sí podemos perfeccionar nuestra comunicación para que la brecha sea lo menor posible, porque si lo conseguimos podremos atenuar los conflictos con los demás, mejorar nuestros procesos de coordinación, ser más efectivos, producir calidad, ser más compresivos, caritativos y empáticos.

En la tarea descrita con anterioridad podemos ayudarnos de la hermenéutica, una disciplina casi olvidada que se ocupa de la correcta interpretación, que aunque muy ceñida secularmente a los textos sagrados, podemos rescatarla y aplicarla a nuestra realidad cotidiana y actos del habla para construir unas sólidas bases del convivir y la creación de confianza, como punto de partida para desplegar nuestra creatividad, potencial innovador, emprendimiento, liderazgo y talento.

Cuando el tiempo histórico se acelera, lo obvio entra en crisis, los conflictos se

disparan y la polarización se acrecienta. Si en la coctelera introducimos factores como los algoritmos y la manipulación en las redes sociales que nos refuerzan en nuestras creencias y aíslan de otros puntos de vista, tenemos el caldo de cultivo perfecto para la discordia, el desencuentro y la negación del diferente.

Hasta que desarrollemos nuevas tecnologías que mejoren la efectividad en las formas de comunicarnos, como la telepatía, tendremos que esforzarnos para perfeccionar nuestra comunicación en aras a entendernos, coordinarnos y cuidarnos mejor los unos a los otros. Incluso cuando desarrollemos  tecnologías para leernos el pensamiento e introducirnos en la mente de los demás, esto no nos librará de nuevos focos de tensión y conflictos.

El lenguaje humano tienen una dimensión que va mucho más allá del modelo tradicional de la teoría de la comunicación y sus elementos (emisor, receptor, mensaje, canal, código…). El lenguaje es generativo, fuente de creación de realidad y producción de acción a través de los actos del habla (declaraciones, juicios, pedidos, promesas, oferta) a partir de cuyo manejo creamos el mundo. Y esa disciplina que nos da poder para transformar el mundo no la estudiamos en ninguna parte, perdiéndonos el acceso a una fuente infinita de creación de valor y riqueza, superación de conflictos y construcción de una sociedad basada en la ética y los principios.

El objetivo más importante que tenemos como especie es minimizar nuestras fricciones y disputas, desarrollando mecanismos que nos ayuden a reencauzar permanentemente nuestras diferencias. Siendo conscientes de que nuestro mundo y realidades las creamos con el lenguaje, el lenguaje nos constituye (los límites de nuestro mundo están en nuestro lenguaje). 

Nuestro futuro depende por entero del cultivo del lenguaje desde otras dimensiones del mismo a las que hemos sido ciegos (Filosofía del Lenguaje). Desde el legado que nos dejan Fernando Flores o Austin, podemos convertirnos en seres abiertos a posibilidades, preparados a vivir grandes aventuras y lanzados a crear nuevos mundos desde una nueva hermenéutica y pragmática universal.

Porque, en definitiva, los tres elementos constitutivos de lo humano son nuestro cuerpo (biología), las emociones y el lenguaje. Y este último es el motor que mueve el mundo, que nos trae el futuro al presente. Si descubrimos que detrás del lenguaje que nos han enseñado en la escuela hay un lenguaje oculto mucho más poderoso, estaremos en la senda de minimizar los conflictos que nos destruyen y convertirnos en creadores de riqueza revolucionaria.

Adelante!!!

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