Hermanos, madres, hijas, amigos… Todos tenemos personas imprescindibles en nuestro círculo personal cercano. Pero se pueden contar con los dedos de una mano —y aún nos sobran varios— las personas que son insustituibles en una sociedad o en un país. Y una de esas personas es Guillermo Fernández Vara.
Las personas imprescindibles cohesionan y cosen las heridas de las comunidades, sanan y recomponen la convivencia y la vida social, como lo hace un padre o una madre en una familia. Son los verdaderos aglutinantes que cohesionan la vida pública y los únicos capaces de unir en la diversidad y suscitar acuerdos amplios cuando surge la discordia y se ciernen nubarrones negros en el horizonte. Por eso son indispensables, y por eso no se las puede sustituir.
La vida es la suma de un puñado de conversaciones que nos marcaron. De esos momentos donde una sola palabra, una sola conversación, puede dejar una huella indeleble y cambiar el rumbo de nuestro destino. La palabra tiene el poder de convertirse en una sentencia o en un estímulo, de condicionar el futuro o de abrir uno nuevo. Frases como «Tú no sirves para esto» o «No tienes talento» pueden limitarnos, mientras que «Eres muy importante para mí» o «Tú puedes hacerlo»nos impulsan a ser nuestra mejor versión.
No importa si esa palabra llegó como un puñal envenenado o como una brisa sutil, lo crucial es que tiene la fuerza para cambiarnos. Ella moldea nuestro interior, forja nuestro carácter y define nuestro legado. Viaja a tu memoria y encontrarás esas palabras que te golpearon, pero también aquellas que te inspiraron y te recordaron tu valor.
Las palabras de las personas a las que damos autoridad se elevan a la categoría de verdad y las guardamos para siempre. Pero recuerda, la palabra también es un regalo que tenemos para inspirar y ayudar a crecer a los demás. Su antítesis y complemento esel silencio. Habla solo cuando lo que vayas a decir sea más poderoso que tu silencio, porque este también puede convertirse en una palabra atronadora.
La palabra construye la realidad y crea el futuro. Es la llave que rompe nuestra crisálida, la que nos permite alcanzar la mejor versión de nosotros mismos. Como dijo Fernando Flores, «la palabra nos trae futuros a la mano». Y aunque el camino sea difícil y te sientas hundido, perdido y solo, siempre te quedará la palabra para levantarte, para crear y para transformar tu destino.
Aporía, fue la palabra que inventaron los griegos para poner nombre a las situaciones de nuestra vida donde todo parece perdido. Sin embargo,ese callejón sin salida, no es solo un obstáculo: es el detonante de la transformación. Cuando la lógica se quiebra y lo conocido se desvanece, nos empuja a reinventarnos. Marie Curie, enfrentando discriminación y dolor, no se rindió; innovó y marcó la historia. Einstein, ante los límites de Newton, soñó un cosmos nuevo. La aporía no señala el final, sino el inicio. Nos saca de la comodidad, nos obliga a crear y nos revela nuestra grandeza. Es el motor de revoluciones científicas y el germen del crecimiento personal. Cuando la Inteligencia Artificial adquiera esta capacidad genuinamente humana, alcanzaremos lo imposible: curar lo incurable, explorar lo ignoto, conquistar nuevos mundos. La aporía siempre será nuestra aliada, mostrando que cada crisis esconde una oportunidad. Como dijo Cervantes, «el tiempo suele dar dulces salidas a muchas amargas dificultades». Así que, si tu vida parece estancada, no desesperes: puede que estés ante una aporía que te invita a brillar. Atrévete a pensar más allá, a imaginar horizontes nuevos. En ese aparente estancamiento se oculta el poder de transformar tu existencia y dejar un legado.
No podemos elegir vivir en una chabola o en una mansión, pero sí edificar una gran obra en nuestra mente. Esta decisión condiciona nuestros resultados, permitiéndonos alcanzar nuestra mejor versión y hacer de nuestra vida una obra de arte.
El lenguaje antecede y crea el pensamiento
Las palabras estructuran nuestros esquemas mentales y dibujan los planos de nuestro actuar. Las conversaciones generan los ladrillos de la mansión o los latones de la chabola. No hay prosperidad en una mente pobre, ni pobreza en una mente rica.
Reconocer los mecanismos que reproducen la pobreza
La pobreza se crea a partir de patrones lingüísticos y culturales que determinan nuestra vida. Estos se transmiten a través de la educación y pedagogías invisibles, perpetuando la escasez.
Darse permiso
Reconocer nuestro círculo vicioso de pobreza no basta. La pobreza se basa en la dependencia de la autorización ajena. Darse permiso para actuar y controlar nuestra vida es esencial para avanzar.
Los códigos y patrones que reproducen la pobreza
Bernstein identificó dos códigos lingüísticos: el restringido (chozo) y el elaborado (palacio). El código restringido perpetúa la miseria, mientras que el elaborado fomenta la riqueza y la creatividad.
Personas de mente pobre y personas de mente rica
El chozo y el palacio son metáforas de mentalidades. Las mentes pobres limitan y destruyen, mientras que las mentes ricas dinamizan y enriquecen su entorno. De nosotros depende que nuestra mente sea una mansión o una chabola. “Todo ser humano, si se lo propone, puede ser escultor de su propio cerebro” (Ramón y Cajal).
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Esa vieja caja presente en los hogares humildes que se guardaba con celo en el armario o la mesilla de noche y constituía su principal patrimonio intangible. Un capital emocional cuyos valores depositados en ese modesto banco del tiempo eran las fotografías de la familia, en el intento por esquivar el olvido que seremos y el deseo de permanecer unidos.