Érase una vez un lejano país en el que sus gentes dejaron de cumplir sus promesas. Al principio las personas se enfadaban y exigían lo prometido. Pasado un tiempo la situación se agravó tanto que el incumplimiento se convirtió en una práctica social generalizada. Ante esa situación, los gobernantes tuvieron que dedicar gran parte del gasto público a regular los compromisos y a sancionar los incumplimientos (policía, tribunales, burocracia, inspectores, controladores, interventores, cárceles…).
El país de Prometerás y no Cumplirás.
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