El surgimiento de nuevos emprendedores encuentra un terreno fértil en aquellas sociedades donde los ciudadanos tienen libertad para hacerse promesas, pedidos y ofertas, así como la existencia de entornos favorables para intercambiar bienes y servicios (comprar y vender) bajo la libre competencia, generando condiciones de satisfacción para oferentes y clientes. Unas condiciones que si son garantizadas por el Estado bajo el principio de igualdad de oportunidades, generan ambientes que estimulan la creatividad, la innovación, la escucha de necesidades ciudadanas y satisfacción de las mismas, el trabajo en equipo, la cooperación y una cultura basada en el principio de ganar/ganar.
Así, una sociedad es más rica cuando hay más ofertas en circulación, más personas haciendo y recibiendo ofertas a la vez, mucha gente haciendo promesas valiosas, abordando proyectos sociales y culturales, comprando y vendiendo, ideando, creando cosas nuevas y ofertándolas. De esta manera se renueva permanentemente la vida de las comunidades y los países, y cuanta más gente participa en este juego, más personas emprendedoras surgen, más iniciativas, más empresas, más empleos, más capacidad de recaudar impuestos, más potencial de gasto público y poder de satisfacción de las necesidades de las personas más débiles, más riqueza, más bienestar.
El potencial emprendedor de una comunidad o un país hay que buscarlo en su historia y tradición cultural.
El emprendimiento es un fenómeno cultural que vive en las tradiciones y prácticas sociales de una comunidad. Por ejemplo, los fenicios eran un pueblo emprendedor que extendió su tradición comercial a aquellas zonas del Mediterráneo en las que se asentaron, sembrando una cultura comercial (emprendedora) que perdura a día de hoy en esos territorios después de miles de años.
Los países que han vivido por largo tiempo en dictaduras acaban matando el espíritu emprendedor de sus gentes, porque todas ellas limitan la capacidad de los ciudadanos para hacerse ofertas, promesas y pedidos. Rusia, por ejemplo, tras una larga etapa de dictadura comunista devino en una sociedad sin capacidad de iniciativa, un camino expedito para el surgimiento de una oligarquía que controla los negocios y actividad económica del país, ante una sociedad inerme que ha vivido bajo la tutela del Estado y ha acabado atrofiando su espíritu emprendedor.
De una manera u otra, todas las dictaduras y regímenes que privan de libertad a la gente matan el emprendimiento ciudadano por años e incluso por generaciones. La gente que actúa siguiendo órdenes, acaba adquiriendo el hábito de pedir permiso para cualquier acto, temerosa siempre de las prohibiciones y los castigos, acostumbrada a hacer exclusivamente lo que está permitido, y sin atreverse a intentar lo que no está expresamente prohibido. Todo lo cual es incompatible con la iniciativa emprendedora, pues para encarnar sus prácticas hay que atreverse a hacer muchas cosas aún sin aprobación expresa, asumiendo que habrá que pedir perdón muchas veces por la decisión de saltarse el permiso.
Si miramos a continentes enteros como América Latina, podemos ver el influjo que aún tiene para estos países la conquista americana de españoles y portugueses y su impacto negativo en el desarrollo del espíritu emprendedor; estados coloniales tremendamente jerarquizados que extendieron una cultura basada en la burocracia y el imperio de las élites nobiliarias, religiosas, militares o académicas, un sistema donde los grandes negocios eran monopolios en manos de unas élites que hacían pingües beneficios, mientras se limitaba la igualdad de oportunidades para emprender a la mayor parte de la población. Unos ideales de vida que resisten el paso del tiempo y marcan los deseos y aspiraciones de los individuos por la vida funcionarial y dependiente de los fondos públicos. Aunque parezca mentira, parafraseando a Machado, la historia no está muerta, solo hay que ahondar un poco en el ethos de los pueblos para revelar que sus esencias pretéritas en forma de deseos y aspiraciones resisten el paso del tiempo.
Otro de los factores que determina las competencias del emprendimiento son las creencias. Hay tradiciones religiosas que potencian el conformismo, la resignación y la pobreza. Sin embargo, otras como el calvinismo, estimulan el emprendimiento y la creación de riqueza. Calvino llega a sostener que los salvados por Dios son reconocibles en vida por su éxito en los negocios. Bajo ese credo es estimulante probar y arriesgarse a emprender para granjearse la salvación eterna, solo hay que mirar el mapa de los países protestantes y calvinistas en el mundo para darse cuenta la importancia que tiene la tradición religiosa en el emprendimiento económico.
El emprendimiento está en la genética cultural.
El emprendimiento funciona como una herencia cultural aprendida que actúa en todas las facetas de la vida (ciencia, tecnología, trabajo, vida social, deporte, cultura, empresa…), se manifiesta en la cultura y se aprende en la calle, la familia y la escuela. Es un recuerdo genético que está presente o no en la forma de vivir de una comunidad, arraigando en sus valores, deseos y aspiraciones; son conductas y hábitos aprendidos.
Una sociedad emprendedora genera individuos emprendedores y una sociedad burocrática y jerarquizada genera funcionarios y personas dependientes de que el Estado o una empresa les dé trabajo para ganarse la vida. Una sociedad sin personas emprendedoras y sin un plan educativo que trabaje esta faceta está condenada al fracaso y a la pobreza.
El sistema educativo reproduce las tradiciones culturales y las mantiene vivas.
El ideal, la recompensa social de los individuos en muchos de nuestros países no es muy distinto al de las élites del siglo XV, contando para ello con un sistema educativo al servicio de una tradición centenaria, que no hace otra cosa que reproducir los ideales de las viejas metrópolis: formar a individuos para ser funcionarios o empleados de grandes corporaciones, denigrando de forma consciente o inconscientemente del emprendimiento, que a la postre es el estilo de vida que nos hace más libres, autónomos, dueños de nuestro destino, creativos, innovadores y líderes de nuestra existencia.
Por mucho que se empeñe una sociedad o un sistema educativo en producir personas emprendedoras desde unas prácticas sociales y educativas tradicionales que encarnan lo contrario, nunca conseguirán su propósito por muchos recursos y esfuerzos materiales que se empleen. Para formar a una persona emprendedora se necesita otra persona emprendedora, como para formar a un cirujano o a un mecánico, se necesita otro cirujano u otro mecánico. Gato no forma a perro.
Desarrollar el emprendimiento supone transformar muchos hábitos, prácticas sociales y valores imperantes, así como un cambio de paradigma radical en nuestras instituciones y sistema educativo, desde un compromiso por adquirir nuevas competencias relacionadas con aprender a prometer cosas valiosas a los demás, escuchar las necesidades de la gente, comprometerse con ellas, hacer ofertas satisfactorias, ser impecable, desarrollar fortaleza emocional, aceptar la incertidumbre y atreverse a vivir la vida como lo que es, una aventura apasionante.
No podemos pedir a unas instituciones y un profesorado cuyo paradigma está forjado en los principios del estado funcionarial que formen a personas emprendedoras, sería como pedir peras al olmo.
Por eso las universidades y los centros educativos de los países que nacieron de una historia y cultura poco proclive al emprendimiento matan el emprendimiento.
Aunque si quieren cambiar el rumbo, podemos ayudarlos, porque a ser emprendedor se aprende.
Adelante!!!