La historia de los últimos siglos ha sido una lucha entre tres grandes modelos económicos, sociales y políticos: liberal, socialista y fascista. La derrota del fascismo en la Segunda Guerra Mundial y el fracaso del modelo comunista después, dejó la supremacía del orden mundial en manos del liberalismo.
Esto no ha supuesto la desaparición del comunismo, de hecho 1/4 de la humanidad vive en este régimen que se dirige inexorablemente (si no está ya) a la economía de mercado. Un pragmatismo que quedó reflejado en la célebre frase de Deng Xiaoping: “Gato blanco o gato negro, da igual; lo importante es que cace ratones”.
El fascismo tampoco se esfumó de la escena, ya que en el mundo hay países que viven en un régimen híbrido liberal/fascista, e incluso en la ideología de muchos partidos que amenazan nuestras democracias.
En el extenso mapa político de las democracias liberales hay una amplia paleta de colores que van desde los partidos que defienden el liberalismo político, los de tinte social que abandonaron el ideal comunista, el neoliberalismo salvaje (Trumph, Johnson, Bolsonaro), y otras ideologías extremas que también compiten por el poder.
Cuando hablamos de democracias liberales, no supone que los partidos políticos y los gobiernos elegidos democráticamente tengan que seguir todos los dictados del liberalismo, pero de facto se ha convertido en la ideología y modelo económico de referencia que marca las reglas del juego.
A la izquierda, que tuvo que renunciar a los ideales del anarquismo y el comunismo, no le quedó otro remedio que abandonar su “terreno de juego histórico”, aceptar la economía capitalista y la mayor parte del ideario liberal, encontrando su acomodo en el refuerzo de la justicia social y el fortalecimiento de los servicios públicos y el papel del Estado. Así, la socialdemocracia, fijó su ideario y acción principal en la construcción del estado del bienestar, convirtiéndolo en su leitmotiv, bastión ideológico y principal seña de identidad.
El problema llegó cuando la globalización y otros aceleradores del tiempo histórico arrasaron con su modelo, quedando huérfana de referentes y horizontes, incapaz de construir una nueva propuesta de futuro.
La izquierda necesita más argumentos para ser útil a la sociedad.
Con gestionar adecuadamente el espacio público, repartir de manera equilibrada la riqueza y legislar para garantizar la equidad y la libertad, ya no da para construir una oferta que pueda seducir a la ciudadanía.
Y todo esto mediatizado por un electorado que se mueve en un reduccionismo insultante, alentado por la simplificación de mensajes y etiquetas: derecha (buena gestión económica, orden, acumulación de riqueza) / izquierda (reparto de la riqueza, libertad, deuda).
Un hecho consumado por los acontecimientos es que la izquierda juega en campo contrario desde la aceptación de las principales reglas de juego del liberalismo en lo político y el capitalismo en lo económico. En consecuencia, no maneja la agenda, está en desventaja, y su posición de salida será siempre perdedora si no es capaz de inventar un nuevo espacio de juego que reilusione a la gente.
Etiquetas creadas por la propia izquierda que la condenan.
La izquierda vive presa de ciertos complejos que no ha sido capaz de superar, por ejemplo: incapacidad para poner su foco en la creación de riqueza, hacer suyo el espíritu emprendedor, crear fuertes vínculos con los actores que generan actividad, democratizar las altas capacidades para la creatividad, la innovación, el emprendimiento y el liderazgo entre todos los ciudadanos, abrazar las tecnologías disruptivas de la Cuarta Revolución Industrial (big data, robótica, inteligencia artificial, fabricación aditiva, blockchain) para liberar al ser humano del trabajo mecánico y las tareas repetitivas, crear nueva economía, liberar a los trabajadores de tareas rutinarias y creación de nuevos nichos de actividad basados en capacidades genuinamente humanas (creatividad, innovación)… Y hacer de ello su lucha, como lo era, y debe seguir siendo, su apuesta por la educación y la cultura accesibles en condiciones de igualdad a todos los ciudadanos.
La izquierda necesita nuevas banderas, entre ellas, crear un modelo propio de generación de riqueza basado en el emprendimiento, democratizando las competencias y el acceso a los recursos para que toda persona pueda convertirse en un agente creador de valor en lo material e inmaterial.
El mundo ha cambiado y la izquierda no ha sabido ver el cambio, o quizá no se ha atrevido a liderarlo por miedo a arriesgar. En una nueva realidad donde las materias primas son los datos, el capital se ha convertido en abundante y ubicuo, la digitalización sustituye al trabajo rutinario; se necesitan nuevos horizontes para crear un nuevo ecosistema y un nuevo orden de cosas e interacciones entre capital, trabajo, medios de producción, ciencia, tecnología… Pero todo ello enfocado a la creación de riqueza revolucionaria que pueda ser repartida. Todo lo cual implica abandonar muchos atavismos y recetas tradicionales, así como diseñar nuevos modelos de gobernanza y liderazgo del espacio público.
La izquierda arrastra viejos tics que no ha sabido actualizar a los nuevos tiempos.
Anclada en la visión del mundo del trabajo y las relaciones laborales de otros siglos, la lucha de clases, recelosa en muchos casos del papel de los agentes creadores de valor y riqueza. Sin entender que realidades como el empleo fijo de por vida forman parte del pasado, un modelo en decadencia, cuando no en extinción en muchos sectores y actividades donde el pleno empleo es una entelequia.
En el futuro vamos a tener mucho trabajo que hacer pero muy pocos empleos, una revolución profunda de las formas de trabajar y remuneración mucho más flexibles. Nuevas relaciones, nuevas formas de colaboración público/privada, teletrabajo, trabajo knowmádico, etc.
Si la realidad de hoy es que el ciclo de vida de las corporaciones (incluso de las grandes compañías) es cada vez más corto, y las empresas mueren cada vez más jóvenes. Que me explique alguien cómo vamos a pretender que los trabajadores sobrevivan a la muerte de sus empresas.
Si la izquierda quiere jugar un papel relevante en el mundo que viene, ha de entender que muchos de sus postulados del pasado han de ser revisados. En un mundo que es cambio constante, la seguridad es una fantasía. Si quiere sobrevivir ha de concebir un nuevo modelo de sociedad, renunciando a algunos de sus mantras y complejos, y esto no supone abandonar sus principios fundamentales (justicia, libertad, equidad, fraternidad…).
La izquierda va a poner a prueba en los próximos años su utilidad pública y su capacidad para construir una oferta con la fuerza para inspirar a que cada individuo entregue lo mejor de sí mismo a la sociedad, para alcanzar su mejor versión desde una educación transformadora y la creación de las condiciones necesarias para que despliegue su vocación y talento.
No debería haber mayor ideal para la izquierda que crear riqueza para repartirla.
Y esta aspiración no se logra mediante el recurso a experiencias fracasadas, como la nacionalización de los medios de producción, porque la iniciativa privada es más eficiente. Esto no quiere decir que ciertos sectores estratégicos queden al albur del mercado porque, en cualquier momento, un país puede irse al traste con la salud o la educación en manos privadas.
Una izquierda que no es capaz de ver la deriva de un sistema neoliberal de concentración de la riqueza.
En España, por ejemplo, hace dos décadas el 70% de los ingresos generados procedían del trabajo, eran vía salarios, hoy está en torno al 50%. ¿Qué significa esto? Sencillamente que se está produciendo una concentración descomunal de la riqueza y una profunda brecha social. La riqueza proviene más del capital, mientras que la retribución del trabajo se devalúa, con las consiguientes desigualdades que esto acarrea.
La acción de la izquierda no puede estar en la distribución de las migajas, ni en la demonización de la empresa, sino en la creación de riqueza. No cabría mayor ideal socialista y de izquierdas que crear riqueza para repartirla. Focalizar el esfuerzo en la creación de abundancia en lugar del reparto de la escasez.
El modelo liberal moderado no está salvado, también está en riesgo de perder el control por la pérdida de sus ideales más sociales, propiciado por la concentración sin precedentes de la riqueza. Avanzamos sin freno a una realidad dominada por un puñado de campeones tecnológicos que fagocitan cada día miles de grandes, medianas y pequeñas empresas. Multinacionales como Amazon, Google, Microsoft o Tesla con un poderío económico cada una de ellas superior al de muchos países, reducen el espacio de juego de los pequeños emprendedores y la iniciativa privada. Un mundo de gigantes que proveen de bienes y servicios en todos los sectores y actividades a una sociedad de “consumidores zombies”, en un proceso de acumulación sin freno y de especialización inteligente global.
Y todo esto en un panorama de crisis del empleo, la devaluación del trabajo y el empobrecimiento de las clases medias y trabajadoras. Un tsunami que amenaza con llevarse por delante al liberalismo moderado ante la ofensiva del neoliberalismo depredador.
Una izquierda desubicada.
En este escenario, la izquierda no puede quedar para parchear las carencias de un liberalismo que se desboca, limitando a eso su programa. Renta básica universal, subsidios de subsistencia, son como mucho, repuestas coyunturales a una crisis. Pero no puede ser visto como proyecto de futuro porque desmoraliza y deprime a la gente, generando un estado de ánimo negativo: “en lo que me ofrece la izquierda no veo futuro para mí”, es el sentimiento más generalizado de los votantes tradicionales de la izquierda en este momento.
La izquierda ha de asumir nuevas propuestas para crear una sociedad “coopetitiva” con individuos lanzados a la creación de valor.
Articular respuestas proactivas para movilizar a la sociedad y abandonar (ella misma también) su zona de confort ante un mundo que es acción e innovación, donde hay que fomentar el espíritu de la competición desde la cooperación.
Una sociedad cuyos individuos son capaces de desarrollar la capacidad de escucha y empatía, de generar promesas valiosas para la comunidad, que convierta los problemas en oportunidades, produzca nuevas ofertas, cree dirección, sentido, criterio, impecabilidad, capacidad de gestión, y planificación, inteligencia emocional, trabajo en equipo, sentido de comunidad, inteligencia social, etc.
Detrás de planteamientos como la renta básica se esconde cierta resignación. La izquierda ha de diseñar nuevos mecanismos para que la gran cantidad de mano de obra que va a ser reemplazada por la automatización de procesos, quede liberada para tareas proactivas y creativas, que constituirán un gran nicho para la creación de riqueza, fomentando nuevas formas de trabajo, actividades, perfiles profesionales, formas de cooperar, marcos legales, etc.
Los cambios radicales que vamos a vivir van a remover el entendimiento tradicional de conceptos como el trabajo, la riqueza, el empleo, el capital, los medios de producción… Crear esos nuevos futuros, debería ser el rol y el campo de juego en el que estuviera ocupada la izquierda, en lugar de parchear las costuras del sistema liberal. Conceptos como la realización personal, la felicidad, o el bienestar, van a ser reformulados, y laIzquierda debería ser su impulsora.
Crear un modelo de sociedad donde se dote a todas las personas de los medios y competencias para desarrollar su proyecto vital, configurado unnuevo ecosistema social, es una apuesta necesaria para producir resultados en el medio y largo plazo. Se trata de concebir nuevas políticas más allá de las convencionales en materia fiscal , monetaria o laboral.
Y en esto, la izquierda, tiene que explorar una nueva vía, no puede ser solamente una muleta para corregir los desequilibrios del liberalismo, porque de continuar en esta senda, los electores preferirán siempre los originales a las copias.
Una nueva política con partidos y gobiernos emprendedores.
Un país no puede ser emprendedor si sus órganos de representación, instituciones y gobiernos no son emprendedores. Y para eso hay que intentar cosas nuevas, arriesgar y asumir el error como parte de la acción política. Un gobierno no puede pedir a sus ciudadanos que arriesguen y creen riqueza si está haciendo todo lo contrario.
La izquierda necesita nuevos liderazgos que se atrevan a hacer cosas distintas en situaciones difíciles, porque desempolvar viejos manuales de economía para atacar problemas nuevos ya no funciona.
Y todo esto persiste porque la vieja cultura política de nuestros partidos y gobiernos está orientada por el temor al error. Por eso, para tomar decisiones se pregunta cómo se resolvieron los problemas en el pasado y se recurre a las viejas recetas, elaborando respuestas trasnochadas a situaciones y realidades que son completamente nuevas. La sociedad y la economía de 2021 no tiene nada que ver con la de 1929, sin embargo, vemos que por inercia, a la hora de tomar decisiones, se mira más al pasado que a las realidades del presente.
Pensar en grande y diseñar ambiciosos proyectos de futuro que se hagan cargo de los grandes desafíos que enfrentamos.
La izquierda tiene una gran prueba de fuego: centrar la mirada de la gente y hacerla partícipe de grandes desafíos, dentro de una agenda global que cuenta con un gran consenso en torno a los Objetivos de Desarrollo Sostenible, que han de pasar a ocupar el centro de la acción política. Desde la izquierda se necesita liderazgo y coraje para abordarlos.
La historia nos demuestra que cada vez que el liderazgo aparece para enfrentar un desafío global, la ciudadanía responde, cada vez que la acción colectiva se conduce en torno a un propósito, la comunidad y la humanidad avanzan. Necesitamos aprender a ver los problemas en clave de oportunidades, porque los sectores económicos en los que se creará valor y riqueza en el futuro serán la lucha contra el cambio climático, superar la pobreza, la salud y el bienestar humano, la educación transformadora, etc.
El pasado nos da muestras de que la humanidad avanza cuando cuenta con un impulso político emprendedor. Y en este momento necesitamos líderes de verdad, líderes emprendedores, líderes que levanten la bandera de los problemas globales y los hagan suyos, asumiendo abiertamente que en el proceso se cometerán errores.
Igual que hace unas décadas parecía imposible que se pudiera sellar el agujero de ozono de la Antártida, y se logró desde la acción colectiva. Hoy tenemos que abordar los grandes desafíos con el mismo espíritu.
La izquierda está abandonando su función de crear el futuro.
La tarea histórica de la izquierda ha sido inventar el futuro, frente a la derecha que ha velado por conservar el pasado, una labor de inventar nuevas vías y escenarios para la sociedad.
La derecha tiene clara su misión y su proyecto, la izquierda no. La izquierda ha perdido su frescura y abandonado el papel de inventar “utopías” para superar las realidades del presente. Un trabajo que no se puede hacer desde una visión conservadora, para eso hay que arriesgar, aprendiendo a interpretar el signo de los tiempos, a entender lo que ocurre en las fronteras del conocimiento, los escenarios que abre la ciencia y la tecnología, las posibilidades y oportunidades que nacen en torno a las emergencias, los cambios en el mundo del trabajo, la inteligencia artificial, la robotización, el alargamiento de la vida humana, etc.
Las ofertas de la izquierda no pueden quedarse en las políticas fiscales o laborales, los derechos históricos del trabajo o las fórmulas de subsidios sociales con el único recurso del aumento de impuestos y deuda pública, endosando su pago a nuestros hijos, porque para esto no necesitamos política, lo podría hacer con más eficiencia una inteligencia artificial. Y el electorado percibe que detrás de estas propuestas no hay un proyecto de futuro que ilusione.
Los desafíos están en arriesgar, plantear retos, retos ilusionantes para la gente, retos por los que merezca la pena vivir y morir. ¿Qué esperanza puede tener un trabajador en el que su “ideología de referencia” le propone el reparto de una riqueza escasa, la disminución de su jornada laboral y sueldo, o una renta de subsistencia? Simplemente que ahí no hay ilusión ni futuro. Una oferta muy pobre de vida, que sólo puede ser aceptada coyunturalmente si detrás hay un proyecto de futuro pensado en grande, con la fuerza suficiente para levantar a la gente del sillón y movilizarla. La izquierda puede llevar esas propuestas para sus electores como medidas transitorias y de emergencia para que ninguna persona quede desprotegida, pero no pueden ser el proyecto de futuro.
Un plan para crear riqueza
Y esto no quiere decir volver a los atenores de un estado que se convierte en empresario, sino en un actor que diseña futuros en torno a desafíos de la sociedad, convoca a los actores (empresas, trabajadores, centros tecnológicos y educativos, colectivos sociales,…) y genera el entorno y el marco legal propicio. Predicando con el ejemplo de probar cosas nuevas, equivocarse y aprender.
Enfoque abajo arriba (bottom up).
Cuando el futuro era predecible y la realidad sólida, el gobierno podía hacer plácidamente sus previsiones y planificar a corto plazo. Hoy es misión imposible, en un mundo que se volvió líquido y ahora es volátil. Pero esto no entra en contradicción con la necesidad de trabajar en torno a grandes desafíos y planear a largo plazo, teniendo en cuenta que surgirán mil emergencias que se encargarán de romper los planes y será necesario volver a rehacerlos desde una planificación flexible. Y esto implica trabajar con la sociedad y convertirla en protagonista del cambio, desde los hogares, los barrios, los pueblos y las ciudades. Formular un gran proyecto de futuro y entregar el testigo a la sociedad para que pueda ser edificado desde abajo hacia arriba y no al revés .
El ministerio del futuro.
Una acción enfocada al futuro, en todo gobierno de izquierdas no debería faltar esta figura, una tarea de prospectiva para poner la mirada en los próximos treinta años y comenzar a trabajar de inmediato, desde un mecanismo que planifique, diseñe, experimente y se enfoque en la construcción del futuro a largo plazo.
La construcción de la nueva sociedad desde la inteligencia colectiva.
Como base de la acción política, involucrando a todas las personas y actores sociales para trabajar juntos. La izquierda ha de centrar sus esfuerzos en superar el individualismo, pensando y actuando como especie, desde la acción colectiva, creando redes estructuras sociales basadas en la inteligencia colectiva.
En la era del Virtuceno en la que acabamos de entrar, además de los desafíos a los que hemos hecho referencia, la izquierda tendrá que lidiar con estallidos sociales, crisis de los modelos de gobernanza, emergencia del nacionalismo y el fascismo, crisis de la deuda pública… situaciones que van a poner a prueba su capacidad para inventar nuevas respuestas.
Parafraseando a Maxwell: “los seguidores podrán perdonar a un líder que se equivoque con su visión, lo que no le perdonarán nunca es que no tenga una visión”. Los electores podrán dar una margen de confianza a la izquierda si se equivoca con su proyecto político, lo que no podrán perdonarla es que no tenga un verdadero proyecto político de futuro.
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