Fenómenos globales como la crisis climática o el despoblamiento rural son consecuencia de un proceso civilizatorio que viene gestándose hace mucho tiempo, el resultado de un modelo de desarrollo económico salvaje y un sistema capitalista depredador. Por eso estamos ante realidades ultracomplejas que no pueden ser abordadas desde planteamientos simplistas, viejas consignas o demagogias populistas.
Para acometer el reto demográfico o el cambio climático y no caer en recetas trasnochadas que repiten errores del pasado, es necesario replantear los fundamentos del modelo económico, social y laboral que ha originado el problema, reformulando algunos de los supuestos de nuestro ideal de vida y felicidad, poniendo en crisis los señuelos y cantos de sirena de los que nos vendieron un billete a la felicidad cuyo destino terminaba en la ciudad.
Buscar culpables desde un pseudo ejercicio intelectual, es inútil y a veces hipócrita, como lo es dedicarse a hacer diagnósticos hasta la saciedad que terminan en una semblanza de lo obvio. Aunque no todos tengamos la misma responsabilidad ni capacidad de acción para hacer una contribución a la resolución del problema, todos tenemos que ser parte de la solución. Todos formamos parte de un mundo en el que hemos entronado a nuevos dioses como el dinero, el consumo o la fama, y creado un paraíso que situamos en la ciudad, el cual ha secuestrado nuestro buen juicio y capacidad de discernimiento.
En una sociedad ávida de chivos expiatorios, lo más fácil es hacer recaer la responsabilidad en los demás y ocultar la propia, especialmente en los representantes políticos (sean del signo que fueren), las universidades y su incompetencia o las empresas; cuando el problema es más viejo y complejo, con profundas raíces y múltiples matices y aristas.
Cada generación a lo largo de la historia ha tenido que hacer frente al mundo que heredó y sus desafíos, una tarea de la que no puede escaquearse. Nuestra generación se ha encontrado con unos problemas que tenemos que resolver, y de los cuales nos tenemos que hacer cargo, aceptando cada uno de nosotros la responsabilidad de aportar su grano de arena. Los retos son tan grandes que no podemos perder ni un minuto en discusiones porque los diagnósticos ya están hechos y no hace falta derramar más tinta. Ha terminado el tiempo de la queja, es el momento para la acción.
En el reto demográfico, el presidente necesita ayuda, el ministro necesita ayuda, el presidente de la comunidad necesita ayuda, el alcalde necesita ayuda… Todos ellos están desbordados y atenazados emocionalmente por un problema que no pueden resolver solos, porque su magnitud es de proporciones descomunales y escapa a su influencia y poder.
Cada uno desde su trinchera, desde su oficio, su trabajo, su acción ciudadana puede hacer una parte,ahora toca actuar y coordinar nuestros esfuerzos, porque los grandes desafíos que tenemos como civilización solo se pueden acometer desde la inteligencia colectiva y la orquestación de la acción ciudadana.
Aunque los problemas que hemos heredado son monumentales, no es menos cierto, que ninguna generación ha nacido en un mundo tan rico como el nuestro, con tanta tecnología, recursos y medios a su alcance para superarlos, algo impensable en el pasado.
En este nuevo mundo que nos ha tocado vivir, tenemos que aprender a distinguir lo que son problemas locales y globales, simples y complejos, y el despoblamiento es un problema global y complejo, en el que todos tenemos que arrimar el hombro, debiendo aprender a pensar y actuar como especie, no como seres individuales.
Empecemos a trabajar juntos porque el tiempo se acaba y cualquier aporte que hagamos será decisivo para construir un mundo mejor.
Los errores del pasado no los podemos cambiar, pero sí aprender de ellos y trabajar juntos para revertirlos.
Adelante!!!
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