Con el coronavirus hemos aprendido a utilizar unas “viejas tecnologías” que convivían con nosotros hacía tiempo y se amontonaban a nuestro alrededor sin que les hubiésemos dado mucha importancia. Videoconferencias, plataformas de formación o redes sociales han pasado a ser herramientas de uso intensivo y espacios de encuentro. Nos hemos convertido en seres más tecnológicos pero seguimos conservando nuestros viejos vicios y prácticas culturales.
Aunque hemos descubierto como por arte de magia que podemos tener varias reuniones al día por videoconferencia con personas que están a miles de kilómetros, cosa increíble porque esto se podía hacer desde hace años, ahora comenzamos a caer en la cuenta de que esas reuniones son tan caóticas e improductivas como las que manteníamos de manera presencial.
Y así empezamos a descubrir que somos personas muy tecnológicas pero muy poco efectivas porque el fin último de nuestras reuniones y conversaciones es coordinarnos para hacer que las cosas pasen, y nuestras reuniones virtuales reproducen los mismos vicios que las presenciales (muy largas, ausencia de enfoque en la acción, inconcreción de pedidos y promesas… tiempo perdido). ¡Nos creíamos tan modernos! Y la cruda realidad nos devolvió de una bofetada a nuestra condición de personas con prácticas viejas e improductivas.
Y no solo en el mundo del trabajo, si analizamos la realidad de la educación, podremos observar como de pronto nos hemos convertido en profesores supermodernos que utilizamos las aulas virtuales, los exámenes on-line o el Whatsapp para hacer tutorías virtuales. Pero cuando lo pensamos bien, tampoco somos tan modernos porque toda esta tecnología la utilizamos para enseñar las mismas cosas y con el mismo propósito (transferir datos e información para ser memorizados y repetidos en un examen). ¡Nada nuevo bajo el Sol!
Si tocamos el lado de las relaciones, podemos observar como nuestro potencial de relaciones y nuestras conexiones han crecido a través del aumento de nuestros contactos en LinkedIn, Twitter, Whatsapp o Facebook; pero no somos capaces de utilizar esas conexiones para hacer proyectos juntos, crear nuevas ofertas o producir cualquier otro tipo de valor con tan rica red. Más bien hacemos un uso para chismorrear, criticar o pavonearnos. Tenemos a nuestro alcance y delante de nuestras narices a media humanidad detrás de una pantalla para hacer cosas juntos, y ni siquiera somos capaces de verlo. ¡Increíble!
La única y escuálida “revolución” que hemos experimentado es hacer uso intensivo de una tecnología vieja que se agolpaba a nuestro alrededor y no la hacíamos ni caso. Pero la tecnología por sí sola no va a conseguir que hagamos cosas más valiosas si no somos capaces de cambiar nuestras prácticas y esquemas de pensamiento.
La tecnología más revolucionaria son las habilidades y competencias que nos permiten hacer cosas valiosas con otros.
Hay una tecnología que reside en los artefactos como el hacha de piedra, la rueda o el teléfono móvil; y otra más importante que está en nuestras capacidades para seducir, movilizar, motivar, inspirar o coordinar a otras personas. Si tenemos Internet, teléfonos inteligentes o plataformas de formación pero seguimos haciendo las mismas cosas, es que no hemos aprendido nada.
Hemos pasado de un paradigma analógico a otro digital, pero nuestras mentes siguen regidas por los mismos esquemas. Para producir riqueza revolucionaria y convertirnos en personas “más modernas” y productivas no nos queda otra que aprender nuevas competencias y ponerlas en práctica.
La tecnología más valiosa es la social, no va de aparatos o software, sino de competencias humanas para crear valor con otras personas. ¿Para qué nos sirve un smartphone si no sabemos hacer cosas valiosas con él como inventar nuestro trabajo o desarrollar nuestras creaciones?
Los valores también son muy importantes porque la misma tecnología podemos utilizarla para cometer un atentado, desinformar a la gente y sembrar el caos o para emprender cosas bellas y buenas.
La verdadera revolución no viene del lado de la tecnología material, sino de las prácticas de las personas que nacen de sus habilidades y competencias.
Entonces, ¿qué tecnología tenemos que aprender? ¿Qué competencias? ¿Qué habilidades? ¿Qué prácticas?
A ser sensibles, a escuchar a los demás y hacernos cargo de sus necesidades y preocupaciones, a prometer cosas valiosas a otras personas, a pedir de manera efectiva, a cumplir nuestras promesas, a hacer buenas ofertas, a declarar cosas importantes y significativas para los demás, a ser veraces y éticos, a hacer juicios fundados con los que conducir nuestros cursos de acción, a tomar decisiones, a crear una visión, a construir dirección con sentido y criterio, a coordinar nuestras acciones y ejecutar el trabajo de manera impecable, a producir satisfacción, a gestionar emociones y crear espacios emocionales expansivos, a evaluar lo que hacemos, a programar y planificar de manera flexible…
Todas estas prácticas que son viejas, son las que nos hacen modernos, eficientes y creadores de riqueza material e inmaterial. Y lo más importante es que se pueden aprender de manera planificada, además, tarde o temprano serán parte del aprendizaje de las personas y tendrán que incorporarse al sistema educativo por pura necesidad.
Hasta entonces puedes aprenderlas con nosotros a través del MODELO 6-9.
Esta es la “nueva tecnología” que marcará la diferencia en el futuro, como ya lo hizo en el pasado, unas competencias que ya estaban presentes y eran esenciales en el Paleolítico, y seguirán siendo determinantes en el mundo del mañana.
Aprender a mantener videoconferencias, recibir una clase on-line o usar las redes sociales es muy fácil, su curva de aprendizaje es sencilla. Pero lo más importante es cómo inventamos el mundo con los demás auxiliados por esa tecnología desde la invención de nuevas ofertas, nuevos negocios, nuevos productos, nuevos servicios, nuevas creaciones artísticas….
La tecnología no va a convertirnos en seres más eficientes si seguimos haciendo las cosas como antes y tropezando en las mismas piedras. Lo revolucionario en este momento no es la creación de innovaciones sino la apropiación y el uso de las existentes.
Aprender a trabajar juntos y aprender a aprender juntos es la clave. Y para ello es necesario forjar nuevos acuerdos y consensos sociales, especialmente en el mundo de la educación, reclamando ya un TERCER CONTRATO SOCIAL DE LA EDUCACIÓN que incorpore de manera decidida las referidas competencias y sus valores al sistema educativo.
Adelante!!!
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