El mundo ha cambiado, estamos en la era de internet, inteligencia artificial, big data, en la Cuarta Revolución Industrial. Cuando el mundo cambia y las ofertas a la ciudadanía no se renuevan, tenemos un serio problema.
En los últimos 40 años han aparecido nuevos retos en educación, empleo, trabajo, economía, emigración, medio ambiente. Y las respuestas de los partidos tradicionales son las mismas.
Desde la agenda política no se abordan los desafíos verdaderos (cambio educativo, modelo económico, laboral y productivo…). De esto no se habla en serio porque exige decisión y es fuente de conflicto, centrándose los esfuerzos en el cortoplacismo de las próximas elecciones y esperar que los problemas los arregle el tiempo o el mercado (dontranquedismo). Tenemos un liderazgo decaído en sus funciones.
Tal es la ceguera, que se confunden términos tan diferentes como principios, oferta política (programa electoral) y relato (constructo-narrativa de futuro de lo que vamos a ser juntos como país o comunidad). Así tenemos partidos con principios, oferta política y sin relato y otros sin principios, sin oferta política pero con relato.
Todavía hay algunos que no han caído en la cuenta que el trabajo del liderazgo y la política es hacerse cargo del estado de ánimo de la gente y orquestarlo. Y en este momento, ningún partido político se está ocupando de esta tarea, con el grave riesgo que esa labor terminen realizándola un puñado de desalmados y filibusteros sin escrúpulos.
Necesitamos líderes de verdad, no farsantes. Líderes que sean capaces de asumir las conversaciones prohibidas de la política, con las únicas líneas rojas de no socavar las reglas básicas de juego (respeto a la legalidad e integridad territorial). Auténticos embajadores de posibilidades que iluminen nuevos futuros a la ciudadanía.
La falta de liderazgo y de una oferta capaz de ilusionar es el campo abonado para los mensajes simplistas y un relato que siempre funciona desde el manejo de las frustraciones colectivas (caos, odio, culpa y miedo). Y nos guste o no, el fascismo disfrazado de nacionalismo (salvapatrias y creadores de nuevas patrias), siempre vuelve cuando la política deja de ejercer sus responsabilidades, dispuesto a hacerse cargo del estado de ánimo de los desesperanzados incautos que han perdido la fe en sus antiguas y desgastadas marcas. Haciéndose presente con su burdo e irracional relato (pero relato en definitiva) basado en la negación del diferente, el odio al extranjero, la apropiación de los símbolos patrios, el pensamiento único, el empleo de la violencia y promesas descabelladas como señuelo para desencantados.
En este momento, ante la falta de un proyecto colectivo que ilusione a la ciudadanía ante la ausencia de propuestas nuevas para tiempos nuevos, el fascismo ocupa su lugar y se abre indolente en el imaginario colectivo como cuchillo en la mantequilla. Lo único que está por ver es si la ceguera de los viejos partidos terminará concediendo el espacio para que el fascismo orqueste el estado de ánimo de una ciudadanía muy descontenta, una tormenta que ya está en marcha y tiene toda la pinta de convertirse en huracán.
Todo cambio de época necesita un pacto social para abordar las nuevas situaciones y dar nuevas respuestas a las realidades emergentes. Todo cambio en la infraestructura necesita un ajuste en la superestructura. Las personas son fieles a sus marcas, únicamente las abandonan cuando éstas dejan de cumplir sus fines fundacionales.
Las personas no abandonan sus marcas, son las marcas las que abandonan a las personas, por eso no podemos reprochar a la gente que haya virado su decisión de voto, sino preguntarnos el porqué y renovar el compromiso, la oferta y el relato con la ciudadanía.
Aún estamos a tiempo de parar la barbarie y neutralizar una tormenta perfecta que puede arrasarlo todo. ¿Acaso hemos perdido la memoria?
Adelante!!!
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