Cada uno de nosotros está hecho de dos materiales: singularidad y vulgaridad. En el interior de cada ser humano hay una parte genuina y otra que es común a la especie. Para que una persona alcance su máximo potencial y la mejor versión de sí misma, es necesario cultivar su identidad en un equilibrio entre lo propio y lo compartido. Para lograrlo necesitamos un nuevo enfoque y una nueva agenda educativa.
Detrás de cada niño hay un ser auténtico, un talento reconocible y diferente, un genio creador y un artista en potencia que podría materializarse si la educación cumpliera la función de alcanzar el máximo desarrollo de cada persona.
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