Nos están entreteniendo con el pin parental y otras maniobras de distracción para no avanzar en los cambios que necesita la educación.
En los dos últimos siglos nuestras sociedades habían alcanzado dos grandes acuerdos sociales sobre la educación que han posibilitado nuestro grado de desarrollo y bienestar. En la actualidad, esos dos grandes consensos han quedado desfasados, estamos inmersos en un gran debate sobre el futuro de la educación ante los enormes desafíos del siglo XXI, en la antesala de un tercer acuerdo para completar lo que denomino como los 3 Grandes Contratos Sociales sobre la Educación.
El Primer Gran Contrato Social sobre la Educación.
Se comenzó a fraguar en los países más desarrollados a finales del siglo XIX y se consolidó a principios del XX. Aquí comienza la democratización de la educación. La escolarización que hasta entonces había sido patrimonio de una minoría, pasó a ser universal, obligatoria y gratuita, un derecho extendido a toda la sociedad que abría la puerta a un mundo más próspero y justo.
Los grandes objetivos de la escolarización obligatoria se concretaban básicamente en aprender a leer, escribir, comunicarse, conocer el mundo, memorizar y repetir tareas útiles para el mundo laboral.
La medida que alcanzó una aceptación social amplia desde el beneplácito de las clases dominantes, obedecía en buena medida a la necesidad de dar respuesta a las demandas de la economía y la producción, generando disciplina laboral entre la población y formado a trabajadores obedientes para las necesidades de la industria y la administración.
Esta lógica coincide en el tiempo con la organización científica del trabajo y la producción bajo el modelo taylorista y fordista, respondiendo a los principios de economía de tiempo y movimiento en las cadenas de montaje que enunció Taylor en su libro Shop Management (1903), obra en que marcaba la línea a seguir por una educación que respondía a la perfección a los requerimientos de Ford que se podían resumir en una de sus célebres frases: “Lo malo, cada vez que pido dos brazos para trabajar, es que vienen acompañados de un cerebro”. Estaba claro que la nueva economía quería trabajadores obedientes, no individuos pensantes.
El sistema económico y burocrático se podía sostener desde un sistema educativo que preparaba a un reducido número de especialistas técnicos y titulados superiores, una masa de trabajadores disciplinados y una estructura de capataces y supervisores de los procesos productivos para el trabajo en el campo, la oficina y la fábrica. Y así se construyó un modelo de escuela que se asemejaba a las fábricas con sus horarios, sirenas y organización de las actividades.
El Segundo Gran Contrato Social sobre la Educación.
Tomó forma a partir de la segunda mitad del siglo XX desde la aceptación y universalización de los cuatro pilares básicos de la educación (aprender a ser, a conocer, a hacer y a convivir), la educación avanzaba así hacia nuevos horizontes para construir ciudadanía, a medida que una gran número de jóvenes se incorporaba a la educación secundaria, técnica y superior con la posibilidad de ascendencia social independientemente de su origen humilde.
Toda esta apertura obedecía a una nueva economía de consumo en masa y a la necesidad de incorporación de grandes cantidades de profesionales titulados para atender la demanda de las empresas, la administración y el mercado de trabajo.
Todo ello bajo una ascendente del crecimiento económico y un paradigma que impulsaba a las sociedades a quemar etapas hacia el desarrollo, una realidad que encarna Rostow en su obra The Stages of Economic Growth (1960), desde la cual es fácilmente entendible el nuevo papel de la educación para dar respuesta a las nuevas necesidades de la industria.
En los años 70 del siglo XX comienza una gran transformación de las economías, y con ello la aparición del concepto del trabajador del conocimiento y la figura del emprendedor abanderado por Drucker. Un cambio de escenario que demandaba un nuevo impulso de la educación que coincide con la publicación de su libro Managing in Turbulent Times (1980).
El Tercer Gran Contrato Social sobre la Educación.
Desde Drucker ya se podía avizorar la necesidad de un nuevo acuerdo para actualizar la educación, algo por lo que estamos peleando y en lo que llevamos trabajando más de dos décadas con equipos, gobiernos y organizaciones, que permita el desarrollo de las competencias clave para vivir y trabajar en el complejo mundo del siglo XXI (creatividad, innovación, emprendimiento y liderazgo).
Como bien saben ustedes, llegar a acuerdos amplios sobre la educación es una labor titánica que exige enormes esfuerzos y es fuente de conflictos, una tarea que en ocasiones se demora décadas, cuando no generaciones, de hecho ha costado siglos llegar a donde estamos hoy a través de consensos tácitos que finalmente han sido aceptados por la mayoría de la sociedad.
El desafío del tercero es democratizar las capacidades del individuo para emprender su vida personal y profesional de manera autónoma, una tarea que no acaba de cuajar porque llevamos décadas enredados en cuestiones menores (número de exámenes, ponderación de asignaturas, deberes…), una trampa y un engañabobos que utilizan los que no quieren avanzar para que todo siga igual. De esta manera se propicia la continuidad de un statu quo.
He de reconocer la capacidad estratégica secular de los ideólogos del conservadurismo para ganar las batallas educativas al progresismo, y el alma cándida de éste último para sucumbir a debates estériles, el timo de la estampita que se repite década tras década.
El conservadurismo se opuso radicalmente a la formación universal y gratuita, luego al acceso masivo de las clases populares a la educación superior. Como la inercia de los tiempos era imparable, trabajó denodadamente para devaluar la educación pública, dejando abierto el camino a la educación de calidad solo a las élites, que son las que finalmente mueven los hilos del poder entre bambalinas y nos diseñan el mundo.
El primer paso para producir un cambio significativo en la educación convoca a buscar un consenso en torno a las preguntas: ¿qué modelo de ser humano queremos? ¿Queremos ciudadanos autónomos, libres, críticos, empáticos, solidarios…? Todas estas respuestas que ya habíamos dado por zanjadas décadas atrás en torno a los cuatro pilares de la educación (aprender a ser, a hacer, a conocer) y sobre todo en el referido a convivir (con los que no piensan, sienten o rezan igual); de pronto se abren en canal en un intento claro de frenar el avance de la educación intentando volver a situar el debate en los rifirrafes del pasado.
Todos sabemos que cuando se tocan las fibras sensibles del currículo, el conflicto está asegurado, aunque el debate sea inventado como es el caso del pin parental, un asunto donde no hay alertas ni demandas sociales, solo un intento de contaminación desde argumentos artificiosos cuando no de manipulación a través de noticias y postulados falsos o carentes de consistencia.
Cuestionar el currículo de manera interesada en los asuntos relativos a los valores, la educación afectiva o la convivencia puede producir un sentimiento de alarma social infundado ya que el currículo es el proyecto donde se concretan las concepciones ideológicas, socioantropológicas, epistemológicas, pedagógicas y psicológicas, para determinar los objetivos de la educación escolar, es decir, los aspectos del desarrollo y de la incorporación de la cultura que la escuela trata de promover a través de un plan de acción adecuado para la consecución de esos objetivos.
Lo peor de todo este movimiento de fondo no es la estupidez estratosférica del pin parental, sino la batería de munición que vamos a ver en los próximos años desde la ultraderecha para intentar volar los consensos históricos que nos habían permitido consolidar una sociedad más igualitaria y cohesionada.
Cuando parecía que podríamos dar pasos adelante en la consecución del Tercer Gran Consenso a través de un nuevo paradigma que comienza a tomar cuerpo de la mano de nuevos líderes y enfoques educativos (Gerver, Prensky, Robinson, Flores, Echeverría…), surgen de nuevo aquellos que quieren parar el avance a toda costa, un movimiento que pretende conseguir que quedemos rezagados como país.
Cuando nuestros retos educativos son hacer frente al desempleo, cambios en el mercado de trabajo, transformación digital, enfrentar la crisis de los sectores y actividades tradicionales, desarrollo de nuevas competencias y respuestas ante la irrupción del big data, la inteligencia artificial, la fabricación aditiva, la robotización… Aparecen de nuevo los nostálgicos de la tradición del nacionalcatolicismo.
Ahora que comenzábamos a avanzar en la agenda del cambio educativo en torno al desarrollo de nuevas competencias (competencias clave para el siglo XXI, competencias genéricas, soft skills), educación a lo largo de la vida, educación basada en proyectos, cultivo de la vocación, descubrimiento y desarrollo del talento, nuevas formas y tecnologías del aprendizaje, rol del profesor como orientador y guía, rol del estudiante como protagonista de su aprendizaje, capacidad analítica, espíritu crítico, desarrollo del sentido y criterio, gestión del conocimiento…
Ahora nos quieren torcer la agenda para ponernos encima de la mesa asuntos que están completamente superados, sin una demanda social, creando un debate ideológico ficticio con el único propósito de generar división, discordia y freno al progreso.
Nos están entreteniendo, intentando distraernos de lo importante, no podemos caer de nuevo en el timo de la estampita porque delante de nosotros se abre un horizonte apasionante y necesitamos concentrar toda nuestra energía en refundar y resignificar la educación. Es un compromiso ineludible con las futuras generaciones.
Adelante!!!
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Fantastico articulo, adelante
Gracias Andrés, seguimos avanzando. Adelante!!!