Nunca dejes de creer a pesar de lo que te digan, a pesar de los mensajes derrotistas que te lleguen cada día a través de los medios de comunicación. No dejes de creer a pesar de la mediocridad reinante. No dejes de creer aunque en quien habías depositado confianza te esté fallando. No dejes de creer porque vives en el mejor momento de la historia para imaginar y hacer realidad tus sueños.
Toda época histórica ha estado definida por un estado de ánimo.
El poder y la institucionalidad de cada época han estado interesados en propiciar un estado de ánimo para cada momento histórico. Esta realidad es importante porque condiciona por completo la felicidad y la productividad de la humanidad. Por ejemplo, en la cristiandad, el poder reinante se encargó de fabricar el bulo de que el año 1000 seria el fin del mundo. Salvo para la construcción de edificios religiosos, esta época fue un tiempo de miedo, resignación y negatividad, de parálisis de la vida económica y social. Y todo desde una creencia atizada por el veneno más paralizante: el miedo.
Claro, cuando la gente comprobó que el mundo no se acababa, las personas comenzaron a respirar profundamente y el mundo cambió rápidamente de estado de ánimo, se desató una auténtica catarsis colectiva que produjo un momento de expansión y crecimiento en todos los órdenes de la vida.
Si analizas la historia de la humanidad, podrás observar que las épocas de crisis y esplendor están movidas por las creencias de la gente acerca de las posibilidades del futuro, y desde esta posición se engendra un estado de ánimo que contagia a todos los individuos y alcanza su máxima expresión en la literatura, la música, la economía… así tenemos un estado de ánimo definitorio de la Edad Media, Renacimiento, Barroco etc. De igual forma, en la actualidad se está tratando de fabricar una emocionalidad negativa global para nuestro tiempo, por eso has de blindarte para no ser poseído por la negatividad.
Así podemos comprobar un movimiento cíclico, de flujo y reflujo emocional en la historia que condiciona el pensamiento filosófico, la ciencia, las manifestaciones artísticas y la economía. La virtud de lo clásico y la moderación degeneran en el movimiento y la sensualidad del barroco, e inherentes a estas manifestaciones subyacen unas creencias que determinan un estado de ánimo definitorio de cada época (Eugenio D’ors).
Quien tiene poder para fabricar nuestras creencias son las entidades e instituciones a las que conferimos poder y autoridad. Ahí está la fuente de dominación del mundo. Nuestra minoría de edad se manifiesta cuando dejamos que nuestra concepción del mundo y sus posibilidades las fabrique el poder (estado, religión, stablishment…). Nuestra mayoría de edad surge cuando tenemos capacidad y fortaleza emocional para crear nuestra visión del mundo y estado de ánimo en función de nuestras propias convicciones (desde el conocimiento, la voluntad y determinación).
Sin embargo, la emoción más poderosa y paralizante es el miedo. El elemento que más batallas ha ganado al ser humano a lo largo de la historia es el miedo (Emerson). Por eso es el clavo ardiendo al que se agarra el poder establecido para mantener su estatus en épocas de crisis, justo lo que está pasando ahora.
Ante la nueva época en la que entramos se está creando un estado de ánimo negativo de manera infundada.
Si sigues todos los días las noticias que produce la institucionalidad global que nos gobierna y reproducen sus poderosos medios de comunicación, tienes muchas posibilidades de incubar el miedo en tu mente. El miedo es el virus más poderoso para paralizar y encauzar el mundo. Justo en la antesala de los grandes cambios es cuando se pone a trabajar la máquina del miedo para que el avance de la modernidad no desemboque en una nueva institucionalidad. Y con esto no estoy hablando de la existencia de un contubernio universal, sino de simples mecanismos de autoprotección del poder.
Nuestro equilibrio emocional que es determinante para una buena salud física y mental, y por ende para determinar nuestros resultados, es incompatible con la exposición diaria y acrítica a la agresión de los medios de comunicación, so pena de acabar deprimido y paralizado. Si quieres tener buena salud deja de exponerte diariamente a las noticias que fabrican para paralizarte porque acabarás formando parte de la manada zombie.
Y te digo todo esto porque en el momento que vivimos estamos en un cambio de época histórica, en una modernidad líquida (Bauman) en la que tu felicidad y realización personal van a depender de tus creencias y convicciones. Y sostengo que tienes motivos para creer que vives en el mejor momento de la historia para volver a creer, pensar en grande y hacer tus sueños realidad.
Aunque como especie tenemos enormes desafíos que enfrentar (hambre, pobreza, enfermedades, cambio climático…), nunca en la historia de la humanidad tuvimos tantas posibilidades y recursos a nuestro alcance para vivir mejor y ser más felices.
La esperanza de vida en la antigua Roma era de poco más de 25 años, en la Edad Media en torno a los 30, sobre los 40 a inicios del siglo XIX y 50 a principios del XX, 71,5 en la actualidad. En otras épocas la gran mayoría de lectores de este artículo estaríamos ya muertos.
Tenemos una mejor alimentación, sanidad, movilidad, renta percápita, acceso global a la educación, a la información, al conocimiento. Nunca como ahora tuvimos tantos recursos a nuestro alcance para cambiar el mundo. Por eso no puedes dejar de creer, porque lo tienes mucho más fácil que cualquier otra persona de otra generación en la historia.
La auténtica crisis en la que vivimos es emocional, es espiritual, es de creencias y convicciones.
Cómo afectan las creencias a las emociones y estados de ánimo de la gente.
Las emociones básicas (miedo, rabia, alegría y tristeza) surgen de las expectativas que tenemos acerca del futuro (si evaluamos que nuestro futuro está lleno de posibilidades nuestras emociones son positivas y viceversa). Las emociones negativas, convenientemente gestionadas, son necesarias para nuestro equilibrio y fortaleza emocional, el problema es que cuando una emoción negativa persiste (a través de una creencia), ésta se convierte en un estado de ánimo negativo y paralizante. El estado de ánimo lo define la emoción que domina y persiste en un individuo o una comunidad.
Los estados de ánimo son individuales (distinguimos persona alegres, tristes, coléricas …); grupales (familias tristes, pueblos miedosas, comunidades arrogantes, colectivos resignados…); y globales (por ejemplo definimos a los brasileños como alegres).
Vemos como los estados de ánimo enraízan en las creencias (si creo que el futuro va a estar lleno de desastres, engendro la tristeza). Por tanto se pueden manipular y crear los estados de ánimo actuando sobre las creencias de las personas (aunque influyen otros factores como el clima o la genética). Aunque no te lo creas, tu estado de ánimo depende de las creencias (en muchos casos limitantes) que un día te inocularon y se convirtieron en tus convicciones. Pero de la misma manera que se instalaron, las puedes desinstalar e instalar otras nuevas. Por ejemplo, la creencia en que la muerte es una liberación y motivo de alegría (tradición oriental), frente a lo contrario (tradición occidental), condiciona por completo las emociones y el estado de ánimo ante un mismo hecho, y con ello la actitud del ser y hasta la química de su cerebro. Luego, tú puedes decidir con qué creencia te quedas, o simplemente, el recurrir al contraste crítico de dos creencias ante una misma realidad te puede ayudar a amortiguar una emoción destructiva o paralizante. Una vez más se pone de manifiesto que es el sujeto el que crea la realidad; tanto si crees que puedes como si crees que no puedes, estás en lo cierto (Ford).
Vivimos en el sinsentido de encontrarnos deprimidos, justo en el mejor momento de la historia. Nunca antes una generación tuvo tantos recursos a su alcance para alcanzar sus sueños y a sus vez hubo tanta gente con la confianza perdida. Por eso no puedes dejar de creer, no tienes motivos racionales.
Una mirada al desmoronamiento institucional.
En el cambio de época que estamos viviendo hay dos posturas: defensiva y de blindaje ante el cambio, y proactiva (cambiar con el cambio). Gran parte de nuestra institucionalidad (religiones, poder político…), organizaciones y empresas se sitúan en la primera estrategia, pretenden arrastrar al conjunto de la sociedad a esa postura. Esa coyuntura está produciendo el sentimiento actual de desesperanza colectiva, por eso estamos en la desazón de haber dejado de creer en el futuro, justo cuando el horizonte de posibilidades de futuro es más rico.
La institucionalidad está haciendo su juego de supervivencia alimentando el miedo, temerosa de que la sociedad abrace el cambio y se abra camino, inexorablemente, una nueva institucionalidad.
Todo cambio de era trae un marco institucional y organizacional nuevo, nuevas empresas, nuevos vacíos y espacios de poder que tienen que ser ocupados por nuevos liderazgos. Y esto no es malo, todo lo contrario, entramos en un tiempo azaroso y lleno de oportunidades.
Las personas no abandonan sus viejas marcas, son las marcas las que abandonan a sus clientes, y esto vale para las empresas y multinacionales del más acá y del más allá, órganos de representación política, social, laboral…
Estamos en un cataclismo organizacional sin precedentes, un periodo de extinción masiva no solo de especies, también de organizaciones.
Necesitamos nuevas instituciones y organizaciones que se ocupen de hacer los cambios que precisamos para enfrentar los nuevos desafíos.
Cuando las organizaciones e ideologías que se ocupaban de la transformación y renovación del mundo y la creación del futuro hacen dejación de sus funciones, sus fieles las abandonan. La gente no es tonta, cuando sus marcas referentes se atrincheran en el pasado y dejan de creer, de imaginar el futuro, de construir escenarios nuevos, sus acólitos las dan la espalda.
Cuando preguntamos a nuestras marcas históricas ¿Qué mundo quieres construir para nosotros? Y obtenemos respuestas mediocres (eso no toca ahora, eso es muy difícil, eso no da votos…), o nos remiten a antiguas recetas, simplemente nos desconectamos y perdemos la emoción y la fe.
En la política global tenemos dos modelos, un modelo que abiertamente reivindica lo viejo, y otro que hace lo mismo con ligeros retoques cosméticos. A la gente no le gustan las imitaciones, prefiere los originales, aunque sea a regañadientes.
Ante toda esta vorágine, aunque aún no sea visible, ya se están gestando y nucleando las fuerzas que darán origen a una nueva institucionalidad, nuevas formas de gobierno y representación, nuevas formas de trabajo y regulación laboral, nuevas formas que sustituirán a las viejas organizaciones sociales, sindicales, patronales…
Nuestra crisis institucional es descomunal. La transformación que ha sufrido en el último siglo la economía, las relaciones de producción… No ha tenido un contrapeso en la superestructura, y ese ajuste, ya se está produciendo en las organizaciones y las empresas. El proceso viene acompañado en el cambio de estatus en el poder y la autoridad. A quienes habíamos otorgado poder y autoridad, ya solo les reconocemos poder porque la autoridad la han perdido.
En tantos siglos de historia no hemos aprendido nada, nuestros «líderes» se mueven en una danza de pollos sin cabeza, porque en el fondo han dejado de creer en la tarea más apasionante que les encomendamos, en la tarea de imaginar y construir otros futuros posibles, han caído en la trampa de lo superfluo, del conservadurismo casposo, de la inacción, movidos como peleles por un orden mundial que quiere mantener a toda costa un sistema de dominación y control de un régimen antiguo.
Asistimos con tristeza inmensa al declinar de las instituciones y entidades que tanto quisimos, que miran con desazón a los grandes desafíos que se yerguen ante nosotros justo en la antesala de los logros más grandes que estamos consiguiendo como civilización (cura de enfermedades, longevidad, fin del trabajo físico humano, revolución del conocimiento….). Atónitos ante su inacción para remover los obstáculos que nos conduzcan al progreso global y al bien común desde la educación y el emprendimiento.
Unos líderes sin proyecto de futuro, que no son capaces siquiera de soñar e imaginar su país con emoción. Líderes que repiten consignas de hace un tercio de siglo.
A quienes habíamos otorgado autoridad, han dejado de creer. Y si uno deja de creer en sí mismo, no puede pedir a los demás que sigan creyendo en él.
Estamos ante una crisis mayúscula de liderazgo en todas las esferas de la vida, justo cuando más lo necesitamos. Pero eso no puede ser causa para que dejes de creer, al contrario, te obliga a creer en ti con más fuerza, a hacerte grande en tus convicciones, a asumir con decisión tu papel de liderar tu propia vida y buscar espacios de convergencia con otras personas para liderar las causas que han quedado huérfanas.
Ante lo que está ocurriendo siento tristeza pero no puedo dejar de creer porque uno puede traicionar sus sueños. Si miras con perspectiva al mundo y te reencuentras contigo mismo, descubriendo que lo miedos que levantan ante ti con apariencia de titanes, realmente son humo. Tienes motivos para creer, imaginar otros mundos posibles, levantar una causa y consagrar tu vida a la apasionante tarea de emprender y liderar tu existencia.
No dejes de creer.
Adelante!!!
Artículos relacionados.
http://juancarloscasco.
http://juancarloscasco.
http://juancarloscasco.
http://juancarloscasco.
Pingback: 20 Retos para cambiar nuestros esquemas de pensamiento y ser protagonistas en el mundo del 2050. | El blog de Juan Carlos Casco