Vivimos más años, tenemos mejor salud y alimentos; los 3 jinetes del Apocalipsis en la historia (guerra, peste, hambre) se repliegan drásticamente; el trabajo y la fatiga humana se mitigan con la mecanización de las tareas más agotadoras… Y sin embargo esto no se refleja en los niveles de felicidad de la población. Los nuevos demonios que afligen el mundo son la depresión, el suicidio, el estrés, el fanatismo o el nihilismo; fenómenos que nos amenazan con ser más fulminantes que el hambre o las guerras.
Los últimos descubrimientos científicos atribuyen un alto componente genético a la felicidad, parece ser que todos nacemos con un marcador bioquímico que la determina. Es decir, si pudiésemos establecer una escala del 1 al 10 para medir el nivel de cada persona, el diseño biológico heredado con el que nacemos determina que cada una se sitúe en unos determinados valores de la escala. Después, el ambiente (educación, creencias, relaciones sociales, bienestar material…) hace el resto para configurar el patrón de felicidad de cada uno de nosotros.
Así, cuando miramos a nuestro entorno, rápidamente reconocemos a personas propensas a la alegría o la tristeza que se sitúan en tramos elevados o bajos de la escala descrita. Personas que ante la exposición a un mismo estímulo de placer o dolor despliegan automatismos diferentes, haciendo más o menos perdurables sus efectos y retornando finalmente al estándar de la escala que determinaron sus genes.
A partir de este razonamiento podemos inferir que existe un margen de maniobra menor de lo que podíamos imaginar para intervenir en la mejora de la felicidad como bien público y objetivo social. Lo que nos exige trabajar en varios frentes diferentes: por un lado en el diseño genético para aislar aquellos genes que la frenan y potenciar otros que la incrementan, el diseño de nuevos fármacos, el desarrollo de una nueva filosofía del ser y el pensamiento (nuevas creencias para nuevos seres que habitamos nuevos mundos…), políticas públicas globales basadas en los objetivos del desarrollo sostenible…
¿El rediseño biológico y psíquico del ser humano nos ayudará en esta tarea? Huxley en su novela Un mundo feliz, recrea una sociedad en la que la población toma una droga (soma) para mantener sus constantes de felicidad, un gramo de soma cura diez sentimientos melancólicos, con todas las ventajas del cristianismo y del alcohol y sin ninguno de sus efectos secundarios. ¿Reviviremos esa hipótesis de trabajo con la revolución científica? ¿Seremos capaces de rediseñar la psique del ser humano para empujarle a la felicidad? ¿Crearemos fármacos más potentes que el prozac para estabilizar la mente y regular la dopamina, la serotonina, el cortisol y otras sustancias químicas que están implicadas en la felicidad?… Todo parece indicar que sí, a través de la revolución que está en marcha, pronto tendremos seres humanos diseñados en el laboratorio para ser potencialmente felices, igual que hoy podemos intervenir para liberar a los niños de ciertas enfermedades hereditarias, diseñaremos seres desprovistos de la infelicidad a la par que desarrollaremos drogas potentes y efectivas para neutralizarla.
Pero paralelamente también tendremos que repensarnos como seres humanos, porque todo no puede quedar al albur del diseño. Nuestros esquemas de pensamiento, corrientes filosóficas, creencias y religiones van a sufrir un tremendo cataclismo. En el fondo, de lo que estamos hablando es que el ser humano en su deriva civilizatoria se ha subido al laboratorio reservado hasta ahora a los dioses y ha comenzado a disputar funciones como la inmortalidad, la modificación de la vida y la ruptura de la tiranía de las leyes de la naturaleza, la creación de vida nueva y nuevos seres…
La gran cuenta pendiente del ser humano con la historia es la consecución de un nivel aceptable de felicidad, ese es el gran desafío global. Y en eso hemos avanzado muy poco a lo largo del tiempo como sostiene Harari. Es cierto que hay más capital financiero, más dinero, más capacidad de compra global, más gente que se muere de gorda que de hambre, vivimos más años, más cómodamente…; pero estamos más solos, más deprimidos, más estresados…
Hemos buscado la felicidad con poca fortuna en la exposición permanente al placer, cuando lo hacemos, la sensaciones placenteras se reducen, la presencia esporádica a situaciones de insatisfacción se magnifica y nuestras expectativas se modifican, tornándose a la postre en una caída en la escala de la felicidad. Por otro lado, otras tradiciones filosóficas han sido más fecundas al explorar otras vías. El budismo, por ejemplo, lo hace liberando al ser humano de los deseos hasta alcanzar el nirvana.
La felicidad tiene que ver también con conferir sentido a la existencia propia sin intentar arreglar el sentido del Universo, extremo inútil porque en nada nos ayuda sufrir por algo que está fuera de nuestro control (de momento) y de lo cual no nos podemos ocupar. Cuando una persona tiene un propósito claro en la vida, una causa, un sueño, un sentido del legado y la contribución…; se abre el camino para la felicidad (ahí está el verdadero sentido de la educación y los gobiernos: ayudar a cada persona a construir su proyecto vital), como decía Esquilo: cuando un hombre (o mujer) está afanoso, dios se le une.
Los genes y su pervivencia biológica son longevos, basta recurrir a nuestro recuerdo genético para que se nos revelen los significados de la felicidad, algo que está almacenado en nuestro capital genético de 7 millones de años de evolución: levantarnos cada mañana y proveernos del sustento, sentir el latido de la naturaleza, fabricar utensilios y vestidos, la adrenalina de participar en la caza, jugar con los niños, sentir la protección del grupo, el paso de las estaciones y la vida, los ritos iniciáticos… Experiencias y sensaciones que estamos perdiendo y que aportan mayor satisfacción que la persecución de muchas quimeras de la modernidad.
Las sociedades de cazadores recolectores tenían una mejor calidad de vida (mejor alimentación, menos enfermedades, más tiempo libre…) que los primeros agricultores y ganaderos (Flannery y Binford). Pese a que en la actualidad vivimos más años de promedio y tenemos muchos más bienes que en la Antigüedad, el Medioevo o la Edad Moderna; no por eso somos más felices porque todo ello está mediatizado por nuestras expectativas, que al modificarse, trastocan por completo nuestros indicadores internos de la regla de la felicidad. Así cuando un potentado gana un millón quiere ganar diez, y luego cien, entrando en un círculo vicioso de preocupación e insatisfacciones que disparan el nivel de “necesidades” y deseos. Sin embargo la felicidad está más asociada a tener menos necesidades y a desear menos, y con ello no estoy haciendo apología de la pobreza. Podemos decir que en el Neolítico una persona cuyas expectativas de vida eran alcanzar los 35 años, con el mismo diseño bioquímico, podía ser más feliz que un occidental de hoy cuya esperanza de vida es alcanzar los 88, entre otras cosas porque desconocía la esperanza de vida que habría doce milenios después. Hoy se está hablando y trabajando en diseñar humanos súper longevos e incluso inmortales ¿Cómo influirá esto en las personas que se morirán a los 88, sabiendo que habrá otras inmortales? ¿Cómo afectará a su felicidad? Parece como si cada vez que conseguimos un logro, bajásemos un escalón del nivel colectivo de la felicidad.
La felicidad nace de la reevaluación permanente que cada ser humano realiza de sus expectativas, un factor intrínseco e interrelacionado con el diseño bioquímico de cada persona. De ahí nace la dimensión emocional de la felicidad o infelicidad en torno a los dos estados de ánimo básicos: positivo (evalúo que aquí hay posibilidades para mí) y negativo (evalúo que aquí no hay posibilidades para mí).
Si el progreso global que trae la convergencia tecnológica (NBIC) no viene acompañado de un avance en la felicidad humana, todos los esfuerzos que estamos haciendo como civilización pueden ser inútiles. Necesitamos que en el centro de la agenda de nuestras instituciones y organizaciones esté la felicidad como objetivo global. La felicidad no está determinada por las cosas buenas o malas que nos ocurren sino por las expectativas y la evaluación que hacemos de ellas.
En este momento no estaría demás que contemplásemos iniciativas como el Ministerio de la Felicidad de Bután, cuyo gobierno sigue una política basada en la felicidad, reemplazando el concepto de Producto Bruto Interno (PBI) por el de Felicidad Nacional Bruta (FNB). El objetivo principal del gobierno es buscar que cada uno de sus ciudadanos sea feliz. ¿No creen que ese objetivo debería ser el de todos los países y organizaciones del mundo como aspiración y bien supremo?
Adelante!!!
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Esta parte del blog me encanrta El objetivo principal del gobierno es buscar que cada uno de sus ciudadanos sea feliz , si logramos ese objetivo este mundo será otra cosa
Gracias Josilen.
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