Hay muchas formas de desmoralizar a una sociedad, aunque la más fácil y efectiva es a partir de la producción de malas noticias para bombardear diariamente a la población e influir en su estado de ánimo. Hay que ser muy fuerte para exponerse cada día a la información que nos suministran los medios de comunicación y no sucumbir a la desesperanza, el odio o la depresión.
Y es que consumir noticias y detenerse en los informativos y en las redes sociales daña seriamente la salud. Al punto que muchos psicólogos y psiquiatras prescriben a sus pacientes que hagan un consumo responsable de noticias e incluso que desconecten de los medios de comunicación.
La mente humana se rige por pautas que son el resultado de millones de años de evolución y están impresas en nuestros códigos genéticos. Por pura dinámica de supervivencia necesitamos estar alerta ante los peligros, lo que nos hace propensos a poner el foco en los peligros del entorno para su identificación y monitoreo, predisponiéndonos a explorar y analizar las amenazas recurrentemente. Por otro lado, el negocio de los medios de comunicación y de quienes aspiran a conquistar el poder es llenar la cabeza de la gente de negatividad y malas noticias.
Los medios buscan ávidamente carnaza y malas noticias para ganar cuota de audiencia. Si uno se levanta por la mañana y empieza a consumir informativos (crónicas de guerra, asesianatos, muertes, violaciones, corruptelas…), en pocos minutos su estado de ánimo estará teñido de ese color, entrando en un bucle de pensamientos y emociones destructivas que se potenciarán con el consumo continuado por otros medios y en las conversaciones con las personas de su entorno.
La exposición constante a las noticias sobre guerras y conflictos, enfermedades, asesinatos, suicidios, hechos ilícitos y corrupción provoca un gran desasosiego social y afectación de la salud mental. Hablando en propiedad, los medios de comunicación deberían titular sus informativos como “malas noticias” en lugar de “noticias”. Aunque claro, para deshacer este argumento, de vez en cuando introducen una buena.
¿El mundo es el infierno que nos crean los medios de comunicación en nuestro imaginario?
Sería terrorífico si la actualidad en su conjunto fuese el reflejo de lo que aparece en los informativos, aunque con ese sesgo y deformación es percibido por una mayoría de la población que está despojada de sentido crítico.
Y es que aunque hay guerras, atentados, destrucción, hambrunas o hechos ilícitos, esta no es la generalidad. El mundo está mucho mejor que en el pasado (hay menos violencia, vivimos más años y más seguros, se avanza en la lucha contra el hambre…), lo que no significa que estén ocurriendo cosas terribles y haya que seguir trabajando para seguir mejorando.
La intoxicación informativa a la que estamos sometidos no está tanto en las noticias falsas, como en la reiteración de malas noticias para influir en la opinión pública. Pese a que hemos pasado de unos cuantos medios de masas a una gran masa de medios y nos hemos convertido en consumidores compulsivos de información, somos una sociedad mal informada de la realidad.
¿Quién selecciona las noticias que se emiten, con qué sesgo e intención?
Los medios de comunicación saben que para ganar más dinero y responder a los intereses de sus amos tienen que alimentar sus audiencias a partir de la deformación del mundo, aún a costa de destruir la convivencia y la salud mental de la gente desde el manejo de sus emociones básicas como el miedo, el odio o la ira.
Buscar las peores noticias posibles y presentarlas de la manera más descarnada se ha convertido en la competición diaria de los medios, generando un círculo vicioso que se retroalimenta, donde los campeones son los que sirven la carne más cruda, mientras que el resto tienen que conformarse con los pocos despojos y sangre restante.
La mente humana busca el mínimo esfuerzo, las etiquetas y la afirmación de sus creencias.
Y de estos principios se valen los creadores de opinión. Como las mentes perezosas (que somos la mayoría de la población) buscamos pensar lo mínimo y estamos diseñados para poner el foco en las amenazas que aparecen en el entorno, cuando su consumo se intensifica, crece el apetito obsesivo por la búsqueda de nuevas noticias negativas. Una espiral ascendente que nos lleva a la autoafirmación de nuestras creencias más destructivas y la polarización.
¿Es posible implantar una ética en los medios para una información responsable?
Por poner un ejemplo, en 2021 hubo 4003 suicidios en España (casi tres veces más que las muertes por accidentes de tráfico). Cada uno de ellos podría haber sido aireado en los medios con toda su crudeza, sin embargo hay un código ético para su tratamiento porque, según los expertos, su difusión puede causar un daño social (muchas personas con pensamientos suicidas encontrarían un motivo para dar el siguiente paso).
Sin embargo los efectos nocivos de la intoxicación informativa y del manejo en apariencia inocente e inocuo de la utilización de las malas noticias no es percibido como una grave amenaza, cuando en realidad nos está destruyendo. Igual que hay un código ético en los medios de comunicación para no publicar noticias sobre suicidios, podría haber otro para ofrecer información balanceada de la realidad que evitase la desmoralización colectiva y enfermedades mentales de la gente.
No podemos definir el todo por la parte
Cuando una persona de un colectivo comete un delito, no podemos condenar a todo el colectivo. No podemos definir el mundo por lo que ocurre en una porción de él. No podemos tomar la negatividad como la vara de medir. No podemos configurar nuestra imagen del mundo a partir casi exclusivamente de las cosas malas que ocurren.
Estar bien informado supone tener un balanceo de los acontecimientos para obtener una radiografía precisa de la realidad que nos ayude a tomar decisiones fundadas. Como esto no se da, cuando recibimos información, al menos, deberíamos preguntarnos: ¿Quién ha fabricado esta información para mí? ¿Con qué intención? ¿Cómo pretende afectarme?
Si cada uno de nosotros fuera juzgado por sus peores obras, aquí no se salvaba ni dios, estaríamos todos condenados de antemano. Sin embargo, se ha convertido en el deporte nacional juzgar a los demás desde las etiquetas, erigiéndonos cada día en jueces y fiscales impenitentes que reparten sentencias y condenas a diestro y siniestro en juicios sumarísimos donde no dejamos ni el más mínimo resquicio para que los demás puedan salvar su reputación.
Adelante!!!