¿Quién cuida de ti?

Vivimos en la ficción de que estamos siendo cuidados por nuestras instituciones, como alivio a la presión existencial de preocupación constante por nuestro futuro que percute incesantemente nuestra mente. ¿Pero qué pasaría si llegaras a descubrir que esto no es así?

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El vértigo ante la incertidumbre es una constante que está presente en el ser humano. Buscamos la satisfacción de las necesidades del presente, luego velar por el futuro propio y de los nuestros, y finalmente encontrar un lugar seguro para nuestra eternidad. Como éstas funciones no las podemos realizar solos, generamos los espacios para hacerlo colectivamente y allanamos el terreno para el surgimiento del liderazgo: liderazgos de la vida cotidiana, liderazgos políticos y liderazgos religiosos (espirituales).

Si quieres liderar te puedes hacer cargo del presente de la gente, de su futuro o de su eternidad, aprovechando nuestra condición de seres existenciales y trascendentales.

El ser humano como realidad individual es frágil, vulnerable y gregario. También es el único animal que tiene sentido de la muerte y la trascendencia, que tiene consciencia del futuro y, por tanto, preocupación por el devenir.

Cuando el individuo descubre la incertidumbre como principio rector de la vida, surge el calambre existencial y la búsqueda de la seguridad, la necesidad de ser cuidado y protegido. A partir de aquí se abren paso tres preguntas: ¿Quién cuida mi presente? ¿Quién cuida mi futuro? ¿Quién cuida de mi eternidad?

Nuestras instituciones (sociales, políticas, religiosas o espirituales) surgen de esta condición existencial, y las realidades de poder y autoridad comienzan a tomar entidad y carta de naturaleza.

Las épocas más prósperas ocurren cuando nuestras instituciones y organizaciones (familia, empresas, organizaciones sociales, partidos políticos, gobiernos, religiones…) se ganan a pulso nuestra confianza, entonces les otorgamos sin dudarlo el poder y la autoridad.

Por contra, en los momentos de crisis, cuando las instituciones y organizaciones abandonan sus fines fundacionales (cuidar a las personas), dejamos de otorgarlas  autoridad, quedando únicamente soportadas en el poder. Pero un poder sin autoridad es como una barca sin remos, ante cualquier conflicto sólo le queda el recurso coercitivo, tiene sus días contados.

El poder, medroso de perder autoridad, consciente de su existencia efímera, siempre ha competido para mostrar su supremacía levantando el edificio más alto y más ostentoso de la ciudad. Las instituciones han pugnado entre ellas por impresionar al pueblo, alardeando  de su fuerza y grandeza, rompiendo con sus construcciones la escala humana y mostrando al común de los mortales su debilidad frente a la grandeza de la «autoridad».

Cuando el poder temporal o el espiritual se han visto amenazados por la pérdida de su autoridad, no han dudado en forjar una fuerte alianza para perpetuarse y aparecer como una única realidad en los edificios, los símbolos, los ritos y la liturgia. Poder mundano y poder divino forman matrimonio de conveniencia cuando se ven en peligro.

¿Quién se ocupa de tu eternidad? 

Todos, absolutamente todos, estamos conectados con un conversar interior en torno a los misterios de la vida: ¿De dónde vengo? ¿Qué significado tiene la existencia? ¿Qué va a ser de mí?

En mayor o menor medida, todos tenemos que proveernos de respuestas ante estas preguntas que resuenan en nuestro interior. Muchas personas recurren a alguna de las 4200 religiones para arreglarse esa preocupación, mientras que otras que vamos por libre, tenemos que resolvernos esa cuestión por nuestra cuenta a través de la ciencia, la razón, la intuición, el sincretismo, la espiritualidad…

En todo caso, cualquier organización que tenga entre sus productos y servicios el hacerse cargo del futuro eterno de los otros, no le faltará negocio. De hecho, las únicas empresas que viven más de mil años sin reformar el chiringuito, cambiar el mobiliario o modificar las ofertas, son las de este sector. ¡Impresionante!

Los vendedores siempre estamos expuestos a un riesgo, se trata del escrutinio y la evaluación del cliente. Prometer y cumplir con las expectativas es la prueba de fuego para satisfacer y fidelizar a la gente. Si no modulas bien las promesas tu empresa se muere.

Ahora bien, en el negocio de prometer la eternidad, la empresa que lo formula  cuenta con una gran ventaja: el cliente, una vez la «ha palmado», no tiene forma de verificar que el trato se ha cumplido. Por eso las promesas más inverosímiles y riesgosas surgen de las «multinacionales del más allá». Puedes prometer un cielo con todo tipo de lujos y extras, total, nadie va a venir a verificarlo. A eso se llama tirar con pólvora de rey ¡Así cualquiera!

La sugestión del ser humano es infinita, pese a nuestra supuesta inteligencia, somos el único animal en el que funcionan los placebos. Nuestro instinto gregario para alcanzar la vida eterna ha convertido la historia de la humanidad en un avispero lleno de atrocidades cometidas en nombre de dios. ¡Aberrante!

En una guerra comercial encarnizada desde los orígenes de los tiempos, las religiones han pugnado para mejorar las condiciones de sus fieles y forofos respecto a la competencia, invocando toda clase de males y atrocidades para los acólitos del bando contrario, los agnósticos y ateos. Es increíble como funciona la necesidad humana de comprar una parcelita de cielo y una papeleta para la salvación. Sea como fuere, todos sabemos que la preocupación humana por responderse a la pregunta ¿quién se ocupa de mi eternidad? Seguirá siendo fuente de ocupación. Por tanto, si buscas un espacio para tener éxito, ya sabes dónde hay un caladero con siete mil millones de clientes esperando tus ofertas. Lo que te digo parece una broma pero no lo es. La mayor parte de la gente necesita vivir con la sensación de tener garantizado el más allá.

En todo caso, en el mejor de los escenarios, suponiendo que uno de los profetas de las 4200 religiones sea el verdadero, y hayas tenido la suerte de toparte con su credo. Aún así, tu seguridad espiritual nunca será plena, tarde o temprano volverá a abrirse con fuerza la pregunta ¿quién cuida de mi eternidad? Y sobre todo cuando compruebes que los lugartenientes de dios en la Tierra, distan mucho de ser ejemplarizantes y dignos de confianza

¿Quién se ocupa de tu presente?

Buena pregunta, porque como reflejó Maslow en su pirámide, necesitamos tener certezas en nuestra cotidianidad. Para ello nos unimos a instituciones y organizaciones, con el afán de garantizar nuestra seguridad física, alimento, cobijo … Si bien, la exacerbación de esas necesidades y el miedo a perderlas nos pueden introducir en una incómoda madriguera, cuya falsa seguridad nos impide crecer y desarrollarnos.

La seguridad del día a día se desvanece, y eso no es sinónimo de pérdida de bienestar o calidad de vida. La gente en otras épocas históricas tenía una mayor certeza del presente, sin embargo esa certidumbre era el hambre, la enfermedad, la violencia…

Si observas el estado de salud de las organizaciones e instituciones que gestionan el presente (familias, empresas, asociaciones, colectivos sociales, partidos políticos, sindicatos …); podrás reconocer que es precario, asistimos a una crisis organizacional e institucional sin precedentes. La mayor parte de ellas están muriendo por inadaptación de sus modelos de gestión (liderazgo, dirección y gerencia); y con ello se están produciendo enormes vacíos de poder, una oportunidad sin duda ¿te atreves a ocuparlos?

En todo caso, tú eres el responsable de cuidarte a ti mismo, no puedes delegar esa función, no puedes vivir en la falsa creencia de que las instituciones y organizaciones moribundas te van a proveer de lo necesario.

Fíjate la cantidad de oportunidades que hay para cubrir las necesidades básicas en el mundo. Te lo digo por si no habías visto esa posibilidad y quieres hacer algo para crear valor.

¿Quién se ocupa de tu futuro?

Para mí, sin duda, constituye la mayor preocupación, porque el futuro es el presente dentro de un segundo y es todos los segundos que nos quedan por vivir.

Por eso es tan importante la tarea de allanar y trabajar para el futuro. Dentro de nuestro entendimiento, sobre todo en los estados democráticos, tendemos a pensar que la acción política (instituciones, partidos políticos…) se ocupa de esa trascendental tarea, y yo te digo que te equivocas si piensas eso.

Es cierto que en algunos momentos históricos, la acción política ha transformado la realidad, también es cierto que las grandes palancas para accionar el cambio están en la sala de máquinas de la política, pero para ello es necesario que los maquinistas sepan o quieran hacerlo, y en este momento están paralizados.

En la institucionalidad política  no hay sentido de visión / misión.

Carece de proyecto colectivo que nos convoque y ponga a trabajar juntos con una idea clara de lo que queremos ser dentro de 15 años. La construcción de este proyecto la confunden por completo con el programa electoral. Un programa electoral es un sumatorio de compromisos que generalmente quedan en intenciones, no es el camino y el destino para construir un proyecto como comunidad, por eso no crea emoción ni seduce a nadie. Crear una misión es involucrar a la gente en la construcción de un futuro nuevo.

No hay sentido del legado.

El sentido de hacer una diferencia, de dejar una obra valiosa para la comunidad, de entregar lo mejor de uno mismo …

No hay conciencia de los grandes retos.

Es como si los grandes desafíos que enfrentamos (educación, empleo, medio ambiente…), no fueran con ella, cuando son el cuadro de mando para construir el futuro, pero nadie lo toca, porque entraña riesgo, porque no hay visión ni sentido del legado.

No hay valentía.

Crear el futuro no es gratuito, para hacerlo se necesita arrojo, atrevimiento. Sin valentía podemos aspirar como máximo a quedarnos como estamos, nunca a construir un futuro mejor.

Confunde las funciones administrativas con las políticas.

Y en este contexto observamos como los responsables políticos (a los que no niego su esfuerzo), corren abrumados de un lado para otro apagando fuegos, gestionando tareas administrativas del presente, justo el trabajo que les corresponde hacer a los empleados de la administración, mientras que muchos de ellos juegan a hacer política. Papeles cambiados, y la ocupación de crear futuro sin hacer.

En este contexto aparecen los liderazgos de hojalata, la pose sustituye a la esencia, la imagen al carácter, la filigrana y la palabrería  al compromiso, las formas al fondo… El lenguaje vigente retrata la situación: «eso no se puede intentar, es muy difícil», «no podemos cambiar, así se ha hecho siempre», «hagamos lo seguro», «no porque nos podemos equivocar»… La gente vota a sabiendas de que los grandes problemas como la educación o el desempleo no se van a abordar en profundidad, y esto genera una profunda erosión de la democracia.

Seguro que esto te queda muy preocupado, las instituciones y organizaciones en las que habías depositado tu confianza, realmente no están trabajando para construir tu futuro ni el de los tuyos. Por consiguiente, tendrás que hacerlo tú, y solo no puedes, necesitas crear equipos, redes y alianzas para abordarlo.

Nuestras organizaciones e instituciones están en crisis, su autoridad está decaída, su poder empieza a ser retado desde diversos frentes. La inadaptación al cambio es muy grande, cuando nuestras instituciones y organizaciones dejan de cumplir sus fines fundacionales han de ser refundadas o disueltas.

La crisis se hace trasparente cuando las instituciones quedan despojadas de autoridad y sólo les queda el recurso del poder. ¿A quién otorgaremos la autoridad en el futuro? La respuesta es: a las instituciones y organizaciones que cuiden de verdad a las personas y se hagan cargo de los nuevos desafíos. Entonces ¿Quién cuida de ti? De momento empieza a hacerlo tú mismo convocando a otros y creando nuevas organizaciones.

Adelante!!!

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