¡Papá de mayor quiero ser relator! El poder de los relatores y sus relatos.

De mis trabajos y estancias en Italia hace ya más 20 años aprendí una expresión “traduttore traditore” (traductor traidor), la utilizábamos para hacer notar la desconfianza al trabajo de la persona encargada de dar fe en los acuerdos y redactar los informes, un trabajo con una importancia crucial.

En ese momento comenzaba a realizar mi inmersión en la filosofía del lenguaje. Y la verdad, no di mucha relevancia al significado que se escondía detrás de esa expresión, hoy soy capaz de ver con toda claridad la enorme capacidad de influencia de la figura del relator en sus múltiples facetas (fedatario, creador de relatos), y en consecuencia las suspicacias que desata.

Aunque su trabajo pueda parecer un hecho fácilmente objetivable tomando como referencia la primera y segunda acepción del diccionario de la RAE (persona que relata o refiere un hecho, o persona que en un congreso o asamblea hace relación de los asuntos tratados así como de los asuntos y deliberaciones correspondientes); lo cierto es que de su función dimana un poder e influencia mucho mayor que la meramente fedataria. Nunca un mismo hecho es percibido o interpretado de la misma forma o el mismo sentido por dos observadores, y más aún cuando entre ellos hay un conflicto de intereses.

Cuando un relator entra en juego es para evitar futuros conflictos o porque de facto ya se está reconociendo la existencia de un conflicto enquistado. La alerta de las partes está en que el relato que elabore pueda ser contrario a sus intereses.

El poder es la fuerza que vive dentro de un relato hegemónico.

La simple evocación a la figura del relator supone una amenaza para quien posee el monopolio del relato a través de la fuerza, consciente de que se abre la puerta a que un contrapoder adquiera carta de naturaleza. Cuando hay un conflicto de intereses siempre hay “dos verdades”.

Cuando entra en juego un relator se abre la posibilidad de que un futuro inédito ocurra.

Somos seres gregarios que necesitamos relatos para dar sentido a nuestras vidas y dirigirnos. Como afirma Harari, el ser humano es la única especie que cree en cosas que no existen. Creamos nuestras realidades a partir de los cuentos del pasado y del futuro. Las conclusiones de un relator son materia prima con las que se pueden elaborar nuevos relatos para dar a luz nuevas realidades.

La comunicación humana es de banda estrecha.

Uno dice lo que dice y el otro escucha lo que escucha; un juego imperfecto entre las intenciones del que habla y los intereses del que escucha. Así nos unimos a un relato cuando orador y escuchante comparten conceptos y el que habla lo hace a los intereses del que escucha.

Por ejemplo: tras el discurso del rey, cada partido escucha una cosa diferente y elabora un relato en función de sus intereses.

De esta manera, las partes en conflicto sólo escucharán la parte del informe que habla a sus intereses, y a partir de ahí reforzarán su relato. Lo mismo que la crónica de un partido de fútbol elaborada por dos diarios deportivos que se deben a aficiones diferentes.

El ser humano es un ser interpretativo. 

Nunca algo será escuchado por el receptor con la intención y matices que viven en el emisor porque en medio está el filtro de nuestros intereses. La brecha entre lo que uno dice y lo que otro escucha es insalvable a lo máximo que podemos aspirar es a reducirla.

El valor de la escucha y la empatía.

La única esperanza para superar los conflictos y que el trabajo del relator sea efectivo se fundamenta en el imperativo ético de la escucha como precondición entre las partes que hablan: reconocer a la otra persona (interlocutor) como valiosa y respetable, poniendo en práctica la empatía y predisposición (apertura) para que su opinión pueda cambiar la mía. Y para eso se necesitan personas y sociedades maduras porque la escucha efectiva exige predisposición a renunciar a alguno de mis postulados y aceptación del cambio.

Los relatores sólo perderán parte de su influencia cuando nuestra imperfecta comunicación a través del lenguaje sea sustituida por la telepatía (cosa que ocurrirá en unas décadas). Hasta entonces los relatores seguirán ejerciendo un gran poder en el mundo.

Los relatores, tanto los que inventan relatos como los que se erigen en mediadores de conflictos, son fuente de poder porque les conferimos autoridad; por eso cuando aparezca un conflicto, la necesidad de reconducir una situación o simplemente trazar el rumbo en el seno de una comunidad, levanta la mano y presenta tu candidatura a relator, desde ahí tendrás una influencia extraordinaria.

El relato crea el mundo y construye nuestra realidad, de ahí las alertas y amenazas que crean las situaciones donde interviene un relator y el hecho mismo de su presencia. No tanto por dar fe de lo que se dice (para eso están las grabadoras) sino porque su hacer es semilla de nuevas realidades.

Adelante!!!

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