De la Sociedad del conocimiento a la Sociedad de la inteligencia.

En torno a la Sociedad del conocimiento y los trabajadores del  conocimiento anunciados por Peter Drucker, se generaron muchas falsas expectativas sobre los beneficios que este tiempo reportaría a la sociedad. Y sin desmerecer sus bondades, considero que la Sociedad del conocimiento está agotada porque hemos relegado el trabajo con el conocimiento a un vulgar ejercicio de memorizar y coleccionar información para su certificación académica y adorno personal. Para avanzar en el progreso económico y social global necesitamos un nuevo impulso que nos conduzca a la SOCIEDAD DE LA INTELIGENCIA, desde donde cada persona pueda alcanzar la mejor versión de sí misma, desplegar todo su talento y crear riqueza revolucionaria.

La milonga del conocimiento como piedra filosofal nos funcionó hasta que Internet nos dio acceso en abierto al conocimiento en un solo clic, convirtiéndolo en un bien universal, barato y accesible. A menudo refiero con hilaridad que si tienes la cabeza llena de conocimiento y no sabes qué hacer con él, es como si la tuvieras llena de garbanzos. Y es que el conocimiento no nos sirve de nada si no tenemos la intención y decisión de hacer algo bello y bueno.

Podríamos ponernos de acuerdo en que el conocimiento se genera a partir de datos organizados en información, y se convierte en útil cuando le hacemos pasar por el tamiz del sentido y el criterio para tomar decisiones fundadas. Pero lo cierto es que su idealización como bien en sí mismo, nos ha llevado a adornarnos con datos e información y a primar las funciones de la inteligencia relacionadas con la memoria; lo que no ha contribuido a hacernos más inteligentes, y sí a ser mucho más arrogantes.

Hacia la sociedad de la inteligencia.

Debería quedarnos claro que la prioridad en la Cuarta Revolución Industrial y en la nueva era del Virtuceno es expandir la inteligencia humana (a la artificial ya le dedicaremos un capítulo aparte). Y digo esto porque venimos de una interpretación antigua basada en su cálculo a través de las odiosas pruebas de cociente intelectual que tanto daño han hecho y están haciendo.

El trabajo sobre la inteligencia ha estado muy mediatizada por las necesidades del mercado de trabajo y la productividad. De esta manera se han potenciado unas formas de inteligencia y se han obviado por completo otras, condenando a muerte el talento de una parte significativa de la sociedad desde la escuela. Así, desde pequeños se nos ponía la etiqueta de listos y tontos (inteligentes y torpes) según nuestras capacidades para encajar en la lógica de un entramado económico y social.

Hoy ya aceptamos que la inteligencia es un fenómeno múltiple y complejo. La propia raíz del término (inteligere) nos refiere la capacidad de elegir o leer entre, lo que implica poder ver más allá de lo obvio, relacionar cosas con una intencionalidad para producir valor, resolver problemas y generar nuevos cursos de acción y conocimiento.

Al margen de la discusión de cuántos tipos de inteligencia hay, Gardner apuntó 8 y otros estudiosos elevaron su número a 12 (lingüística, lógico-matemática, corporal, musical, intrapersonal, interpersonal, emocional, creativa, colaborativa, espacial, naturalista, existencial…). Hay otros autores que nos ayudan a componer el complejo mapa de la inteligencia humana, como H. Eysenck (proceso neuronal eficiente), L. Humphrey (habilidades para adaptarse al entorno), L. Gottfredson (razonar, planificar, resolver problemas, pensar en abstracto, comprender ideas complejas, aprender rápido y aprender de la experiencia), D. Wechsler (actuar con propósito, pensar racionalmente y manejar el entorno), R. Feuerstein (propensión única de los seres humanos a cambiar o modificar la estructura de su funcionamiento cognitivo para adaptarse a los cambios de una situación a lo largo de la vida).

En todo caso, y reconociendo cierta predisposición genética en los individuos, como señala C. Burt al definirla como la capacidad cognitiva innata, la inteligencia en todas sus manifestaciones se puede cultivar y expandir. Y en eso es donde tiene que centrarse la educación y el resto de políticas públicas, en lugar de empecinarse en la medición del “conocimiento tonto” que los individuos tienen en su cabeza.

Adelante!!!

Artículos relacionados:

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.