Podemos elegir mirar el mundo desde los ojos de las águilas o hacerlo a ras de suelo, es solo una elección de la que dependerá por completo nuestro impacto y resultados. Observar el mundo desde la altura no es patrimonio de los que nacieron en las cumbres, es una actitud que se puede convertir en una habilidad para lidiar con la compleja tarea de conducir nuestras vidas y las de nuestras organizaciones. Te lo cuento con una breve historia.
Hace unas semanas analizaba con un amigo el laberinto complejo de circunstancias que se amontonan en nuestro presente y como cada día se precipitan los acontecimientos más rápido, generando un estado de ánimo de incertidumbre y zozobra que nos sumerge en un mar de dudas. Hablábamos de nuevas respuestas para ayudar a las empresas a reinventarse, nuevas fórmulas para el empleo, aprendizaje de nuevas competencias, nuevas estrategias para la globalización, nuevas formas de dirección…
Todo cambió cuando la tortuosa carretera nos llevó a lo más alto de la Sierra, un mirador privilegiado desde donde se puede otear el territorio a centenares de kilómetros: el pueblo justo debajo con su polígono industrial, otros pueblos heridos de muerte diseminados por el tapiz, y al fondo la llanura inmensa que parece extenderse hasta los confines del mundo.
¡Cuántas cosas se ven desde allí! ¡Cómo cambia la visión de la realidad en tan corto trayecto! El pasado se revela en un paisaje modelado desde tiempos de la Mesta y se hace presente en los impactos de la artillería de la Guerra civil en el puesto de ametralladora. El presente con las heridas de la globalización y sus cicatrices en unas actividades económicas que languidecen. Y el futuro al fondo como un horizonte incierto, abierto e inabarcable.
¿Será que el mundo ha cambiado y no nos hemos dado cuenta? ¿Qué nos impide ver lo que está ocurriendo? Estimado amigo, las personas que están ahí abajo, tienen la difícil tarea de lidiar cada día con sus circunstancias para encontrar su sustento, pagar sus facturas, buscar un trabajo, cuidar de sus hijos y sus mayores…; en un mundo que sin avisar les ha cambiado las reglas.
Ahora que ya lo ves más claro, ya sabes cómo puedes ayudar, primero aprendiendo a ver desde la atalaya, porque una cosa es mirar y otra es ver lo que se está mirando.
¿Y cómo se hace? Para ser guía, además de voluntad, se necesita preparación y disciplina; como buen porteador, antes de llevar a una persona a otro lugar, tú has de haber estado allí antes, debes saber viajar con las luces largas, has des haber superado el mal de alturas, haber perdido el miedo al vértigo pues habrás de ayudar a otros a superarlo…
Y así transcurrió la conversación mientras la inspiración fluía fruto de la revelación que da la altura, el mundo comenzaba a ordenarse y el sentido aparecía en medio del caos. Y todo gracias al cambio de perspectiva, de estar a ras de suelo a hacerlo desde el altozano. Sólo desde la mirada vertical podemos ver el límite de nuestras posibilidades y estatura verdadera.
Asumir la responsabilidad de dirigir a otros nos exige el compromiso de convertirnos en “Embajadores de Posibilidades” para nuestra gente, un ejercicio diario de llevar a las personas a lo más alto de la montaña para que adquieran perspectiva de lo que están haciendo, y enseñar a mirar desde allí para trazar el rumbo. Ese es el reto, subirlos a todos y cuando se pierdan, tener la paciencia de volver a hacerlo hasta que cada uno de ellos alcance su máximo potencial de desempeño.
El mundo en el que habíamos vivido y nos daba sentido ha desaparecido o está a punto de hacerlo, por eso las personas nos necesitan para ver otros mercados, otras tendencias, otras tecnologías, otras visiones… Para diseñar los espacios en los que puedan adquirir otras habilidades y competencias, inventar su trabajo, conocer otros países y realidades, otras formas de hacer las cosas, otros clientes… Para que puedan incorporarse a la Cuarta Revolución Industrial, a la especialización inteligente, a la economía de la experiencia… Y ese trabajo no se puede hacer con las luces cortas y a ras de suelo.
La vida es equilibrio entre la cotidianidad que nos exige poner el foco en lo concreto (luces cortas) y el sentido de perspectiva, pero sin este último, nuestro caminar será un zozobrar. No podemos construir un presente fecundo sin tener en la cabeza unos planos del futuro al que dirigirnos.
Para trabajar con perspectiva es necesario levantar la mirada del suelo, las cosas ocurren tan rápido que para observar su marcha necesitamos subirnos cada día a un lugar elevado, oteando en un golpe de vista el pasado, el presente y los horizontes del futuro, como paso previo para tomar decisiones y conducir nuestra vida y las de nuestras organizaciones.
¿Te parece poca la tarea que tenemos por delante si queremos ser protagonistas y dueños de nuestro destino?
Mirar el todo y pensar en grande cambia por completo el significado de la existencia y condiciona los resultados que producimos.
¿A qué esperas?
Adelante!!!
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