RESUMEN DEL ARTÍCULO
El otoño es un regalo de la naturaleza, una invitación a redescubrir lo esencial que a menudo ignoramos en la burbuja de las ciudades. En el mundo rural, las estaciones nos revelan su esencia más pura, ofreciendo un capital de experiencias y vivencias que nos conectan con la autenticidad de la vida. Los aromas de la tierra mojada, los colores que transforman el horizonte y los sabores de los frutos recién cosechados forman un mosaico de sensaciones que despiertan nuestros sentidos y nos resintonizan con los ciclos naturales.
Las estaciones, con su danza eterna, son el pulso del universo, un lazo invisible que nos vincula al todo. En el entorno urbano, ese vínculo se desdibuja en la monotonía de lo artificial, donde el paso del tiempo queda reducido a la alternancia del aire acondicionado y la calefacción. Allí, los matices y la profundidad de las estaciones se desvanecen, privándonos de una experiencia vital imprescindible.
El mundo rural, en cambio, es un refugio para lo elemental: un espacio donde las estaciones nos devuelven nuestra humanidad. Volvamos la mirada hacia esos paisajes, tradiciones y sabores que nos recuerdan que lo esencial sigue allí, esperándonos, como un poema eterno que resuena en nuestro interior. Es el momento de reivindicar y resignificar su belleza.
Este artículo ha sido elaborado por María Martos y Juan Carlos Casco.
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