Las tres actitudes ante el cambio.

La mente humana se lleva muy mal con la incertidumbre. Por eso las personas tenemos la inclinación natural a blindarnos contra los cambios y refugiarnos en espacios de confort, sin ser conscientes de que  al perseguir la seguridad acabamos encerrados en una jaula que impide nuestro crecimiento. En los próximos años, el cambio nos va a retar permanentemente y nuestra vida dependerá por completo de la actitud que adoptemos ante él.

Cada ser humano tiene una parte de conservador y otra de progresista, está hecho de sueños y miserias, prosa y verso, vulgaridad y autenticidad, de suelo y vuelo, atrevimiento y timidez, de nómada y sedentario, de mirada alicorta y visión larga… Polos contrarios que combinados con equilibrio y armonía pueden llevarnos a una existencia satisfactoria.

El gobierno y el imperio del miedo.

Y todos los principios descritos están regidos por el miedo, demiurgo universal que modela nuestro ser. Nuestra identidad y comportamientos están modulados por la percepción subjetiva acerca del peligro.

Las diferentes alertas ante las amenazas que percibimos dependen de factores culturales heredados (hay sociedades proclives al riesgo y otras que le tienen aversión total), y determinan los comportamientos sociales, las actitudes personales y hasta la riqueza de las naciones.

Quien acaba teniendo el poder en un grupo humano es quien administra el miedo.

Actitudes culturales aprendidas ante el riesgo.

La cultura en la que nacemos empapa por completo nuestro ser y nos tiñe de su color hasta las entrañas. La cultura son los pensamientos automáticos que anteceden a nuestro propio raciocinio y dominan sobre él. Sin llegar a ser una condena, cambiar nuestros patrones de conducta y comportamientos culturales es una tarea gigantesca que muy pocos culminan.

Dependiendo en la cultura que nos hemos criado, aprendemos por imitación actitudes de atrevimiento, riesgo, osadía, capacidad de decisión, reflexión activa, acción. O de conservadurismo, titubeo permanente, reflexión pasiva o inacción. Y todo ello define por completo nuestra relación con el mundo y desarrollo personal y social.

Las 3 actitudes que adoptamos las personas ante el cambio y el futuro.

1.- Actitud refractaria al cambio.

La adoptan quienes se oponen radicalmente al cambio y denota inseguridad en uno mismo y desconfianza.  Los refractarios al cambio persiguen que el futuro sea una prolongación del pasado para conservar su estatus y posición. Y aquí no solo están las  ideologías más conservadoras y reaccionarias, también hay muchos “progresistas” con discursos de cambio y praxis contraria.

Ser refractario al cambio es una postura legítima que revela miedo. Aunque los que viven en sus postulados esconden su posición de desconfianza en torno a giros lingüísticos positivos (reflexivo, …) para enmascarar su inseguridad

2.- Actitud reformista.

Es la de aquellos que quieren conservar la mayor parte del pasado, pero ante la evidencia de la fuerza y profundidad del cambio, se abren a pequeñas reformas para adaptarse al contexto. 

3.- Actitud aperturista.

La encarnan quienes abrazan el cambio y salen a su encuentro.

Las referidas actitudes que adoptamos no son monolíticas, presentan gradaciones y tonalidades (hay refractarios viscerales y tolerantes, reformistas entusiastas y rácanos, y aperturistas radicales y moderados). Conocerlas nos va a servir para identificar y elegir a las personas con las que queremos crear

comunidad, formar equipo y llevar a cabo proyectos compartidos, generando relaciones fructíferas y evitando estancar nuestras vidas.

Pretender construir futuro con las personas refractarias al cambio es tiempo perdido porque arruinan cualquier conversación donde se hacen presentes, mientras que con los reformistas podemos avanzar (aunque despacio y a tirones), y con el entusiasmo de los aperturistas llegar lejos, aunque asumiendo una dosis alta de riesgo.

Ambientes sociales fértiles y lugares yermos e improductivos.

Al final donde se acomoda y anida el conservadurismo recalcitrante, la vida decae, las posibilidades se cierran y las conversaciones para la acción desaparecen en nombre del sentido común, la cordura y la prudencia; desde discursos huecos que proclaman el cambio pero cuyo fin es que todo siga igual.

La actitud ante el cambio determina quiénes somos y quiénes podemos llegar a ser.

El futuro es un tren en marcha que no espera a nadie. Aunque muchos a lo largo de la historia han pretendido pararlo, nunca se ha detenido, y menos ahora que su velocidad es endiablada. Aunque siempre quedarán nostálgicos temerosos de perder su posición que renegarán de lo nuevo, su papel está condenado a la marginalidad y la irrelevancia.

Al final, el elemento que modela el carácter y el alma de las personas y los pueblos es el miedo. Donde gobierna, la esperanza se diluye, los espacios se achican, la desconfianza se multiplica y las relaciones se convierten en tóxicas. Decía Emerson que el miedo es el elemento que más batallas ha ganado al ser humano a lo largo de la historia.

Si no somos capaces de soltar el lastre del miedo y salir al encuentro del futuro, nos vamos a perder las grandes oportunidades de la gran revolución en la que estamos. Los vientos de cambio profundo que trae el Virtuceno.

Adelante!!!

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