Imprescindibles: Guillermo Fernández Vara

Hermanos, madres, hijas, amigos… Todos tenemos personas imprescindibles en nuestro círculo personal cercano. Pero se pueden contar con los dedos de una mano —y aún nos sobran varios— las personas que son insustituibles en una sociedad o en un país. Y una de esas personas es Guillermo Fernández Vara.

Las personas imprescindibles cohesionan y cosen las heridas de las comunidades, sanan y recomponen la convivencia y la vida social, como lo hace un padre o una madre en una familia. Son los verdaderos aglutinantes que cohesionan la vida pública y los únicos capaces de unir en la diversidad y suscitar acuerdos amplios cuando surge la discordia y se ciernen nubarrones negros en el horizonte. Por eso son indispensables, y por eso no se las puede sustituir.

Muchas veces, nuestros imprescindibles están ahí, en casa, sin hacer ruido, y solo les otorgamos el reconocimiento que merecen cuando enferman o están a punto de morir. Es entonces cuando, en la familia, se encienden todas las alarmas al presentir que se desmorona el pilar que la sostiene.

Las personas imprescindibles hacen que todo fluya y, a su lado, la vida florece. Construyen puentes y derriban muros. Y, como siempre están ahí y nunca piden nada a cambio, acabamos creyendo que ese regalo es un derecho que nos pertenece, invisibilizando su esfuerzo, su dedicación y su cuidado constante.

Las personas insustituibles son los jardineros de nuestras vidas: cuidan lo esencial, protegen lo frágil y velan porque lo que nos une de verdad no se marchite.

Guillermo era uno de los pocos herederos de Machado, un hombre en el buen sentido de la palabra, bueno. Pero eso no fue lo que más me sedujo de él. Había en Guillermo una faceta que muchos desconocen: en su cabeza albergaba un gran proyecto de futuro para Extremadura, un proyecto pensado en grande, disruptivo y valiente.

Varios artículos de este blog —y alguna colaboración directa— nacieron de las conversaciones que mantuvimos con él en los últimos años. Vamos a echar profundamente de menos a un responsable político con el que se podía hablar, debatir y profundizar sobre geopolítica, filosofía, desafíos globales, transformación educativa, liderazgo, cambio histórico o la Cuarta Revolución Industrial.

Recuerdo la altura y la hondura de aquellas conversaciones: su cabeza perfectamente amueblada, su mirada lúcida y su capacidad para anticiparse. Eran diálogos largos, de los que dejan huella, donde analizábamos los distintos escenarios posibles para la Extremadura de 2050. No como un ejercicio intelectual, sino como un compromiso real con el diseño de políticas públicas que dieran sentido y dirección al futuro de nuestra tierra.

Me vienen a la memoria los días apasionantes de pensar con él la Extremadura del futuro, de identificar los puntos críticos sobre los que cimentar ese porvenir dentro del complejo puzzle de un mundo cambiante y lleno de incertidumbres. En aquellas conversaciones, Guillermo mostraba una visión amplia y estratégica, consciente de que la región tenía un potencial enorme en ámbitos decisivos como agua, energía, inteligencia artificial, alimentación, cambio climático, cuarta revolución industrial, reto demográfico, talento e inmigración, educación y marca Extremadura.

Fue después de la pandemia cuando nuestras conversaciones cobraron una mayor intensidad. Se respiraba en el ambiente la sensación de que algo trascendental estaba por suceder: el gran terremoto, la mayor revolución de la historia de la humanidad, se avecinaba, y Extremadura no podía quedar atrás.

A comienzos de 2022 pusimos la maquinaria a todo tren, junto a un grupo de personas de gran experiencia, para incorporar a la región a la revolución de la Inteligencia Artificial. Aquella visión compartida cristalizaría poco después en una legislación y la proyección de una estrategia para llevar todas las oportunidades de la Inteligencia Artificial a la ciudadanía: Extremadura lidera la implantación de la Inteligencia Artificial. Decreto-Ley 2/2023.

Más recientemente, el 17 de julio de 2025 escribimos juntos un artículo en este blog, cuyas notas retocó minuciosamente, atemperando un poco mi carácter más rebelde y dejándonos un mensaje revelador e inspirador que sonaba a despedida para mirar con alegría al mundo que viene y estar a la altura de las circunstancias.

Aprendí mucho con Guillermo, de muchas cosas, pero sobre todo de la más difícil y valiosa de todas: aprendí de él el arte mayor de la conversación. Porque a hablar bien y pronunciar excelentes discursos he conocido a muchas personas; pero a conversar con mayúsculas, a muy pocos. Pocos son los capaces de reconocer al otro en su diferencia como un legítimo otro; de abrirse en canal y permitir que su palabra te cambie la mirada; de ponerse en su lugar con honestidad; de practicar la apertura total, aceptar la disidencia, abrir la puerta a hacer cosas juntos sin necesidad de estar de acuerdo en todo; de encajar la crítica, manifestar el desacuerdo y tender puentes al mismo tiempo; de hacer declaraciones reveladoras y comprometerse de verdad.

Por eso guardo esta reliquia para siempre: para compartirla con mi familia y con los amigos lectores de nuestro blog, para que aprendan del conversar de Guillermo, ese conversar del que surgen nuevas posibilidades, declaraciones, visiones poderosas del mundo, promesas valiosas y nuevos cursos de acción.

Cuando vamos madurando y atemperando nuestro carácter, nos volvemos más reflexivos y comprensivos. Así, ante situaciones difíciles, rememoramos a nuestros referentes y nos preguntamos: ¿ante esta situación, qué hubiera hecho mi padre o mi madre? Y en esa ecuación también incluimos a los imprescindibles, a ese reducido número de personas que nos transformaron. Somos muchos los que ya nos preguntamos: ¿qué hubiera hecho Guillermo?

En el mes de junio de 2023 hablé con Guillermo para felicitarle por haber recuperado su vida, esa que nos estuvo dedicando a todos con un sacrificio y dedicación que muy pocos cuerpos aguantan. Me dijo que, aunque se fue con un regusto amargo, mucha gente que confesaba no haberle votado le estaba parando por la calle para trasladarle su pesar, dando por hecho que seguiría siendo su presidente.
Le dije que eso refleja la naturaleza de la condición humana, esa que, cuando estamos malhumorados o cabreados, nos lleva a que la primera patada se la demos a nuestros imprescindibles, sin pensar que son el pilar que sostiene nuestras familias y comunidades.

Decía JC Maxwell que los líderes de verdad son los que, antes que tocar la mano de la gente, son capaces de tocar su corazón.

Y tú, Guillermo, nos quedas con el corazón tocado.

Adelante!!!

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