Lo más valioso de la vida es lo que surge en lo inesperado.
Una serendipia es cuando vamos buscando una cosa y nos encontramos con otra distinta, son las cosas imprevistas que nos ocurren cuando estamos intentando llevar a cabo nuestros planes. La vida son las cosas que nos pasan mientras estamos esperando que sucedan otras. Y en aprender a mirar esas anomalías en clave de valor hay una fuente inagotable de riqueza.
Es lo que le sucedió a Colón cuando pretendía llegar a las Indias por un camino más corto y se topó en medio con un nuevo continente. A Fleming cuando se le contaminó un cultivo y por casualidad descubrió la penicilina. A los pastores del Casar de Cáceres cuando quisieron hacer queso y, al errar en el intento, fabricaron una “masa estropeada” que a la postre resultó ser uno de los mejores quesos del mundo (Torta del Casar). Y si lo piensas bien, es también lo que te ocurre a ti cuando acabas haciendo lo que haces mientras pretendías llevar a cabo tus planes.
No estamos preparados para abrazar la incertidumbre y las nuevas posibilidades que nos trae.
Las serendipias son las sorpresas inesperadas que nos regala la vida y que a menudo etiquetamos en clave de desazón y contrariedad, porque no estamos entrenados para ver el mundo de manera abierta y flexible. Y todo ello nos ocurre porque vivimos presa del miedo, pensando que podemos vacunarnos contra él mediante la ficción de tenerlo todo bajo control.
Y los acontecimientos se comportan como elefante en cacharrería, rompiendo uno a uno nuestros planes y escapando a nuestros intentos de manejarlos. Así se nos pasa el tiempo quejándonos de nuestra mala suerte, resentidos con la vida y lo mal que nos trata, sin ser capaces de entender que la existencia es devenir y que las principales fuentes para crear valor y riqueza revolucionaria están en observar el acontecer y reencauzarlo permanentemente.
Los planes son muy importantes si no nos obsesionamos con ellos. Pero más importante aún es saber cuando abandonarlos y hacer otros nuevos para adaptarnos a las contingencias que aparecen en el camino. Vivir bajo la tiranía de nuestros planes puede resultarnos tan nefasto como no tenerlos. Enamorarnos a ultranza de nuestra idea puede volvernos ciegos a las oportunidades inesperadas (serendipias) que emergen permanentemente.
¡Espérate porque aquí puede haber algo valioso!
Sin una mente flexible, Colón, Fleming o los queseros del Casar, se hubieran lamentado por la contrariedad de haberse topado con América, frustrado una investigación o estropeado un queso. Lo mismo que nos ocurre a la mayoría cuando nos lamentamos ante las anomalías que frustran nuestros propósitos, sin darnos cuenta que detrás de muchas de ellas hay una mina de oro.
En el mundo de hoy necesitamos menos personas obsesionadas con llevar a cabo sus proyectos a toda costa y más personas dispuestas a cambiar con el cambio, capaces de mirar lo que va aconteciendo, descubrir nuevas posibilidades, analizar el contexto y atreverse a probar cosas nuevas.
En la actualidad, muchas personas permanecen atadas a una moda que concede demasiada importancia a los logros, los objetivos y las metas, alentadas por la fiebre del coaching barato y los manuales de autoayuda; cayendo en la trampa de desgastarse en la inútil tarea de adaptar las circunstancias a su propósito, cuando lo que tenemos que hacer es lo contrario.
Cultivar la curiosidad.
Por eso, en las circunstancias actuales es más importante dejarnos llevar por la curiosidad y la actitud de búsqueda permanente, sin importar demasiado que el hallazgo encaje con nuestros objetivos y expectativas iniciales, cultivando la admiración, el pensamiento lateral, la realización de conexiones improbables y el cambio de la mirada en torno a cada nuevo descubrimiento.
Si no somos conscientes de que la vida es aquello que nos ocurre mientas hacemos planes, lo vamos a pasar muy mal en un mundo volátil que es aceleración y cambio permanente. Fluir con la vida es aprender a danzar con la contingencia.
La visión racionalista y el paradigma cartesiano que tanto nos habían ayudado en los últimos siglos, están agotados. La interpretación mecanicista de la realidad solo acrecienta nuestra ansiedad ante unas circunstancias que se desbordan a nuestro alrededor. La pérdida del control nos asusta y nos convierte en seres inseguros e incapaces de ver la anomalía y la incertidumbre como fuente de oportunidad. Hablamos con desazón de rupturas, crisis, errores e imprevistos, sin ser capaces de interpretarlos como serendipias.
Y si no, analiza tu propia vida, te bastará para descubrir que las cosas nunca ocurren como las imaginamos, mientras nos convertimos en presos del miedo y obsesos del control. Mi vida estuvo llena de desgracias, muchas de las cuales jamás sucedieron, dijo Descartes para expresar dramáticamente ese terrible sentimiento que nos atraviesa a los occidentales y nos convierte en ciegos para descubrir que detrás de lo inesperado hay un diamante en bruto y es donde está la salsa de la vida.
Adelante!!!