¿Qué está pasando en el mundo y cómo va a cambiar nuestras vidas?
Para comprender todo lo que está ocurriendo en el mundo y su implicación en la economía, la tecnología, la educación, el trabajo, los equilibrios de poder y la geopolítica; es necesario adoptar una mirada global a lo que acontece porque nos dirigimos a tiempos convulsos y al nacimiento de un nuevo orden internacional que va a afectar a todas las facetas de nuestras vidas (si antes el mundo no salta por los aires).
La ruptura del orden mundial de después de la Segunda Guerra Mundial.
El orden mundial de posguerra y su arquitectura se tambalean, instituciones como la ONU, el Banco Mundial, el FMI, la Comunidad Europea, el Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT), están en jaque.
Tras el colapso de la Unión Soviética, también lo hizo el Pacto de Varsovia, mientras que la UE y la OTAN comenzaron su avance sobre su zona de influencia en los países del Este y algunos de sus territorios históricos, con su vista puesta también en países como Ucrania.
China, siguiendo con el característico pragmatismo de Deng Xiaoping que se resume en su célebre frase “gato blanco o gato negro, da igual; lo importante es que cace ratones”, avanzaba sin freno para convertirse en campeón de la economía mundial tras consumar su ingreso en la Organización Mundial del Comercio (2001).
En unas décadas el panorama global ha cambiado por completo, dejándonos un aspirante a campeón mundial con menos influencia que su peso económico, demográfico y tecnológico (China), un gigante caído que no se resigna a perder su condición de superpotencia mundial (Rusia), y la primera potencia mundial que comienza a atisbar el fin de su hegemonía (Estados Unidos).
Y en todo este panorama multipolar, comienzan a surgir puntos calientes que pueden generar una guerra entre bloques; por un lado en Ucrania, donde Rusia percibe una amenaza a las puertas de su frontera por la expansión de la OTAN, y por otro, el conflicto abierto en Taiwán con China desde los movimientos independentistas alentados por Estados Unidos.
Todo este polvorín puede ser el detonante de un conflicto a gran escala que desemboque en un nuevo orden mundial, promovido por dos contendientes que buscan una alianza para reivindicar un mayor peso en el reparto global de poder. Una situación de extrema gravedad cuando hay armas nucleares de por medio ante una previsible acción concertada (China-Taiwán y Rusia-Ucrania), con el peligro añadido de una Rusia gobernada por un autócrata.
Del hegemon a la dualidad bipolar. Viejos ricos venidos a pobres y nuevos ricos.
Tras el colapso de la Unión Soviética en 1990, el mundo pasó de tener dos bloques hegemónicos a uno solo, dejando a Estados Unidos como única superpotencia sin contrapeso alguno (hegemon) en el orden internacional. Una deriva que le llevó a hacer y deshacer en la escena mundial, convirtiéndose en guardián de su propia doctrina y saltándose a la torera el multilateralismo, como en la invasión de Irak.
En este periodo suceden una serie de hechos relevantes, como el ascenso del terrorismo yihadista, la expansión de la OTAN hacia la frontera de Rusia y los países que estuvieron en la órbita soviética o el crecimiento imparable de China y su ascendente silenciosa para liderar el ranking económico y comercial.
Solo desde el análisis de estos fenómenos podemos comprender las tensiones existentes en Ucrania, Taiwán o el Pacífico Sur, como lugares más calientes de un mapa global que tiene otros puntos al rojo vivo (Irán, Irak, Golfo Pérsico, conflicto entre Israel y Palestina, Siria, Corea del Norte, Venezuela, disputa en el mar de la China Meridional).
De la hegemonía de las dos superpotencias que se repartían el mundo y su influencia pasamos al hegemon, y de aquí a la gestación de un nuevo orden mundial con nuevas reglas, que es donde estamos ahora, solo que con dos grandes bloques con dos polos cada uno: EE UU – Europa / China – Rusia.
En todo este panorama quedan dos superpotencias venidas a menos (Estados Unidos, Rusia), una Unión Europea en decadencia y un nuevo rico (China).
El centro de gravedad del mundo ha pasado del Atlántico al Pacífico, de Occidente a Oriente.
Aunque el Oriente es más que China (India, Japón, Corea del Sur…), China es el país que orquesta y lidera esta parte del mundo, extendiendo lentamente su dominio sobre Latinoamérica, Europa y África. Entre sus intereses no está provocar un gran conflicto, con la consecuente crisis económica y sus efectos en una recesión global que choca con sus planes de expansión comercial. Le conviene más bien una serie de conflictos de baja intensidad desde donde avanzar de facto hacia una política de hechos consumados que poco a poco alumbren un nuevo orden mundial.
Su estrategia se basa en una lenta colonización comercial del mundo, desde un ahorro acumulado (es la principal tenedora de deuda soberana de Estados Unidos, la principal prestamista internacional, la mayor inversora en infraestructuras terrestres y marítimas y la creadora de la mayor red comercial del mundo a través de la Ruta de la Seda).
En paralelo, China busca la hegemonía total en el Pacífico para convertirse en el gendarme protector de esta parte del Globo, que a la postre es el epicentro de la economía mundial; una estrategia en la que avanza a paso firme para hacerse con los archipiélagos y atolones del Pacífico Sur, saltándose la legalidad internacional y aprovechando la retirada de Estados Unidos de la escena. Un plan para cuya implantación solo necesita buscar acomodo a los intereses de otras potencias como Corea del Sur o Japón, cuestión nada difícil de conseguir por una potencia caracterizada por la diplomacia, la paciencia infinita y el pragmatismo.
Los bandazos de Estados Unidos y el debilitamiento del bloque Occidental.
En la era Trump, Estados Unidos se instaló más cerca de las posiciones autocráticas de China y Rusia que en la estrategia multilateral de sus aliados de Occidente, llegando a denigrar de la Unión Europea, la ONU e incluso de la OTAN, postura que dio alas a sus contendientes y debilitó a sus aliados.
Con la vuelta de los demócratas a la Casa Blanca, se intentó restablecer la influencia perdida, pero con unos rivales mucho más crecidos que ya apuestan abiertamente con subirse a sus barbas y repartirse el mundo en esferas de influencia desde unas nuevas reglas.
Rusia, una superpotencia venida a menos, parte con muchas desventajas respecto a China en cuanto a poderío económico, aunque sigue conservando su estatus de segunda potencia militar. Su pérdida de influencia desde el colapso de la URSS y los bandazos de Estados Unidos con Trump le animan a provocar una crisis en Ucrania que pueda forzar un nuevo orden mundial más favorable a sus intereses; un anhelo que puede llegar a provocar una catástrofe ante un error o falta de cálculo de un jugador que actúa a la desesperada.
Algunos datos relevantes para entender lo que está pasando en el mundo y el origen de los conflictos.
Rusia tiene una extensión superior a los 17 millones de kilómetros cuadrados, y con diferencia es el país más grande del mundo. China es el tercero con más de 9,5 y en cuarto lugar se sitúa Estados Unidos con más de 9,1. Por establecer una comparativa, España está en el puesto 51 con algo más de 0,5.
Desde el punto de vista demográfico, China tiene 1.402 millones de habitantes, frente a los 329 de Estados Unidos. Rusia tiene 144 millones, todo un gigante territorial y un enano demográfico.
Desde una mirada a la realidad poblacional global podemos contemplar el enorme peso demográfico de China y el mundo oriental frente al declive occidental.
En cuanto a la economía, Estados Unidos sigue siendo la primera potencia, aunque seguida muy de cerca por China, cuya progresión de crecimiento es mucho mayor, y por tanto, pronto le arrebatará el primer puesto. La dimensión de la economía de Rusia es similar a la de Italia, hecho que nos ayuda a entender su necesidad de convertirse en un agente ruidoso en la escena internacional para fortalecer una debilidad intrínseca que limita su poderío.
Desde el punto de vista militar, Rusia cambia de rol para colocarse en el segundo puesto en el ranking mundial después de Estados Unidos, una partida esencial en la que el país ha decidido jugarse su futuro.
Todo esto nos ayuda a descifrar el peso territorial, económico, demográfico, militar y tecnológico de Rusia y China en el mundo para entender sus posiciones y movimientos en el tablero de la geopolítica. Sobre todo de una Rusia que busca obtener influencia por su poderío territorial y militar, que le ayude a ocultar su debilidad demográfica y económica, un país de dimensión continental que le inhabilita de facto para invocar la vieja doctrina del espacio vital (argumento basado en la necesidad de expansión de un país ante la falta de recursos para alimentar a su población, que sirvió de excusa a Hitler para invadir los países vecinos); aunque en los delirios de grandezas de Putin está el pasar a la historia por lograr la hazaña de recuperar los territorios que formaban parte de su antiguo Imperio, un argumento que le pone en bandeja la OTAN con su obsesiva expansión hacia el Este de Europa y la consiguiente amenaza de sus fronteras.
Claves para entender la configuración del bloque bipolar China-Rusia ante el debilitamiento de Estados Unidos.
Los grandes estrategas a lo largo de la historia han señalado la importancia del control de Eurasia para dominar el mundo, realidad que se puede lograr en una entente entre Rusia y China para formar una Superpotencia bipolar.
China es la primera potencia comercial del mundo y su creciente industrial y tecnológico es imparable, mientras que Rusia es el mayor reservorio de materias primas para mover la economía del Gigante asiático. Su alianza comercial es estratégica para las dos potencias, aunque una está en caída libre desde que saltó por los aires la URSS y la otra en ascensión permanente.
El predicamento de Putin de hacer valer su poderío territorial y militar para ser un actor decisivo en el nuevo concierto internacional, es una posición que cuenta con un importante apoyo entre un sector de la población. Solo así podemos entender su salto brusco a la escena política y militar para dar un puñetazo en la mesa y sacar pecho en este momento, ya que se siente como el actor que más puede ganar y que menos tiene que perder ante un conflicto que conduzca a un nuevo orden mundial.
Estados Unidos que ha perdido la fuerza hegemónica de antaño y ha quedado debilitado tras la era Trump, trabaja ahora con Biden para recomponer el desaguisado de su predecesor, volviendo a la senda de la multilateralidad y su mirada hacia una Unión Europea que cada vez tiene menos peso en la esfera internacional, contando siempre con la lealtad perruna de Reino Unido y el reforzamiento de las alianzas con Australia en un intento a la desesperada para por recomponer también su poder frente al avance de China en el Pacífico mediante la firma de un pacto de seguridad (Aukus), tratando de recuperar influencia en la parte del planeta donde reside el nuevo centro de gravedad del mundo.
Y todo esto llevado al tablero tiene ahora su foco de tensión principal en Ucrania, un país clave para Rusia que formaba parte de la antigua Unión y hace frontera con el bloque de la OTAN.
La estrategia de China consiste en conquistar el mundo desde la colonización económica y comercial del mundo sin disparar una sola bala, extendiendo su influencia a todos los continentes, incluidos América Latina y África. Un movimiento que hasta ahora no había levantado grandes recelos, pero que a todas luces comienza a ser un quebradero de cabeza para Estados Unidos.
Lo que está claro es que tanto Rusia como China ya no están cómodas en los equilibrios económicos y de poder, por lo que están decididas a un reparto diferente de la influencia. La prueba de fuego está en saber si actuarán de forma concertada (Rusia en Ucrania y China en Taiwán), ante problemas comunes con una raíz histórica de similar calado.
Los grandes dilemas. ¿Qué orden mundial va a surgir de la crisis actual?
¿Quién va a gobernar el mundo en los próximos años? ¿Quién va a dictar las normas? China lo está haciendo de facto como un tanque silencioso, y Rusia que no renuncia a sacar tajada de su fuerza militar quiere hacerlo de manera ruidosa, como un matón que aparece ante el mundo para decirle, aquí estoy yo de nuevo. Un jugador con la prudencia que le da su poderío económico y el otro con la desesperación del que tuvo y perdió. En todo caso, el presidente Xi ya huele la sangre y expresa sin rubor que Oriente está ascendiendo y Occidente está en declive.
Lo que ya ha comenzado a orquestarse de facto es una bipolaridad dual donde Rusia y China están creando el contrapeso a Estados Unidos y sus aliados. Para escenificarlo, sus mandatarios han escogido la celebración de los Juegos Olímpicos de Invierno de 2022, donde han lanzado una iniciativa conjunta para abrir una nueva era en torno a un mundo multipolar donde reivindican un mayor protagonismo.
Entre lo acordado destaca la consideración de Taiwán como parte inseparable de China y la negativa a su independencia, el apoyo de Pekín a la reivindicación de Rusia para frenar la ampliación de la OTAN hacia sus fronteras y la garantía de seguridad de las mismas.
La invasión de Ucrania. La gestación del conflicto y sus consecuencias.
El 24 de febrero de 2022 Rusia inició la invasión de Ucrania, el hecho más grave en Europa desde la Segunda Guerra Mundial.
Ucrania formaba parte de la antigua Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, en la Revolución de 1917 el Imperio zarista se desintegró y surgieron varios países, entre ellos Ucrania.
Cuando la Revolución bolchevique se estableció, comenzó a recuperar los antiguos países que habían formado parte del Imperio, entre ellos Ucrania.
El inicio de Rusia en la Edad Media se nucleó en torno a Ucrania (Rus de Kiev). Siglos después cuando Rusia se convirtió en un imperio, casi toda Ucrania quedó integrada en él. Con la vuelta de los bolcheviques, Ucrania fue uno de los bastiones principales de la URSS por su producción cerealista y pujante industria. Posteriormente se constituyó como Estado independiente tras el colapso de la Unión Soviética en 1991.
Tras estos acontecimientos, podemos decir que el país tiene el alma dividida entre quienes se inclinan por sus raíces culturales rusas y los que miran a la Unión Europea.
Después de la crisis ocurrida en Ucrania en 2014, Rusia invadió Crimea en una operación de guante blanco y alentó revueltas en Donetsk y Lugansk, una espiral que finalmente culminó con la invasión el 24 de febrero de 2022, abriendo un nuevo escenario en el continente, y quién sabe si en todo el mundo.
Para entender todo lo que está ocurriendo hay que tener en cuenta el pasado común, los sentimientos, identidades, la seguridad, la presión de Occidente sobre sus fronteras y la ampliación de la OTAN, la búsqueda de un nuevo orden mundial más favorable a Rusia o el personalismo de Putin y su deseo de pasar a la historia como el “nuevo emperador” que devolvió a la vieja gloria nacional.
La invasión de Ucrania tiene la suficiente entidad para actuar de espoleta en un conflicto mundial, la mayor esperanza en su neutralización está en China y su capacidad de influir en Rusia para atemperar sus ánimos; un movimiento que se antoja trascendental para iniciar una distensión y colaboración Occidente / China apelando a su pragmatismo. Eso sí, teniendo en cuenta que Estados Unidos ha de abandonar su arrogancia histórica y estar dispuesto a hacer concesiones a una China que le corresponde un mayor liderazgo y protagonismo mundial.
¿Y la hegemonía económica de los Gigantes tecnológicos? La otra guerra por el dominio de la tecnología y el metaverso.
La otra guerra silenciosa que se está produciendo es por el dominio tecnológico entre las grandes compañías. En todo este escenario han irrumpido una serie de empresas con un poderío económico descomunal (Amazon, Apple, Microsoft, Alibaba, Huawei, Tencent…).
En muchos dominios como el big data, la inteligencia artificial, la tecnología cuántica, la programación o la robótica; China comienza a despuntar por encima de Estados Unidos, manteniendo una guerra abierta en la hegemonía por el 5G.
Aunque el peso de los Gigantes tecnológicos americanos es más fuerte, la guerra en este campo está con las espadas en todo lo alto.
Las claves.
Lo que está en juego en este momento no es solamente la hegemonía económica y militar, hay dos formas diferentes de entender el mundo. Por un lado el bloque de las democracias y la defensa de un modelo liberal y los derechos humanos, y por otro, un mundo autocrático que reclama el derecho de los países a organizarse y gobernarse de manera autónoma.
Una realidad compleja en la que no podemos caer en un maniqueísmo simplista de ángeles y demonios. Un mundo multipolar que tiene que aprender a descubrir puntos de encuentro, escuchar al otro y aceptarlo como legítimo y diferente, abandonando la idea de la imposición de lo propio.
El mundo ha cambiado y se ha calentado, el problema no es que estemos sentados en un polvorín, lo estamos sobre un arsenal nuclear con capacidad para destruir varias veces el planeta. Occidente tiene que hablar con China y Rusia, las actitudes del pasado tienen que abandonarse, estamos abocados a un pacto de civilizaciones.
Si la cordura no se impone y no hay un acercamiento de posturas volveremos a una situación tan tensa o más que en la Guerra Fría, y quién sabe si a un conflicto peor que nos lleve a la tercera y última guerra mundial.
¿Cómo va a impactar todo esto en nuestras vidas?
Ante todo, la ciudadanía del mundo, y sobre todo las generaciones que no han conocido la guerra en carnes propias, tiene que entender que la paz es un bien escaso que hay que construir y preservar; un reto individual y colectivo que tenemos que asumir cada uno de nosotros.
En un mundo globalizado e hiperconectado, lo que ocurre en la otra parte del planeta nos afecta. ¿Cuál será el nuevo orden mundial resultante? No lo sabemos, pero traerá nuevas tensiones y equilibrios, una nueva alineación de fuerzas, nuevos campeones y perdedores. Aunque la situación está al rojo vivo, a ninguno le interesa desencadenar una contienda mundial para dilucidar el tablero de juego, porque el resultado sería dramático, en un parpadear, el mundo saltaría por los aires.
Es el momento para que la ciudadanía tome la palabra en el mundo y reivindique la paz como única patria verdadera defendible e ideología global. Solo así, desde la manifestación del poder ciudadano se podrá influir sobre los líderes que toman las decisiones y recuperar la vieja aspiración de Kant para alcanzar La Paz Perpetua.
La responsabilidad es nuestra.
Adelante!!!
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