¿Para qué vivir en la ciudad del cuarto de hora si puedes hacerlo en un pueblo de menos de 5 minutos?

¿Para qué vivir en la ciudad del cuarto de hora si puedes hacerlo en un pueblo de menos de 5 minutos?
Se acercan las próximas elecciones y las personas que se postulan a un cargo comienzan a ponerse nerviosas y activarse, prestas a escribir su programa electoral cual carta los Reyes Magos, sin percatarse que antes de realizar esta tarea deberían preguntarse qué proyecto de futuro tienen para su ciudad o comunidad, aunque se asusten al descubrir que no lo tienen.
El cambio permanente al que nos vemos sometidos nos está trayendo muchos problemas mentales y emocionales (miedo, zozobra, desazón, ira, resignación, resentimiento, paralización, desconcierto…), como reacción a las situaciones nuevas e imprevistas que tenemos que enfrentar cada día. La educación de las emociones que recibimos estaba diseñada para una vida más previsible y estable, pero cuando el tiempo se aceleró y las circunstancias comenzaron a cambiar rápidamente, se desordenó nuestro equilibrio y empezamos a sufrir tensiones emocionales que afectan gravemente a nuestra salud (solo hay que mirar el agravamiento de la salud mental de la población en los últimos años). Los cambios son tan grandes que la mente humana no está diseñada para encajarlos con tanta celeridad.
Vivimos más años, tenemos más bienes, pero somos más infelices. La búsqueda de la seguridad ha creado sociedades donde la mayoría de ciudadanos aspiran a ser funcionarios. Hasta tal punto es así, que el sistema está diseñado para estudiar por largos años, vivir la tortura de años de oposiciones y, por fin, aquellos que lo consiguen, lograr un empleo de por vida del que nadie podrá separarle salvo flagrante delito (y muchas veces ni así).
El surgimiento de nuevos emprendedores encuentra un terreno fértil en aquellas sociedades donde los ciudadanos tienen libertad para hacerse promesas, pedidos y ofertas, así como la existencia de entornos favorables para intercambiar bienes y servicios (comprar y vender) bajo la libre competencia, generando condiciones de satisfacción para oferentes y clientes. Unas condiciones que si son garantizadas por el Estado bajo el principio de igualdad de oportunidades, generan ambientes que estimulan la creatividad, la innovación, la escucha de necesidades ciudadanas y satisfacción de las mismas, el trabajo en equipo, la cooperación y una cultura basada en el principio de ganar/ganar.