Desde una mirada al mundo, la velocidad del cambio y la complejidad, se atisba una decadencia de la acción política desde la que no es posible abrir nuevos horizontes para la sociedad.
El liderazgo ejercido desde el ámbito político es la herramienta para transformar la realidad y cambiar el mundo. Si se abandona esta perspectiva, la política pierde todo su valor.
En estos momentos asistimos a una decadencia (crisis por agotamiento) del pensamiento y la acción política, una especie de resignación sustentada en la idea de que la política sólo puede arreglar algunos desperfectos que genera la economía o el mercado, declinando la responsabilidad de llevar el timón y el rumbo del mundo a favor de otras instancias.
El arte de la política no es sólo apagar fuegos y reparar goteras. Vivimos en una profunda crisis colectiva de sentido y dirección. Los cimientos de nuestra civilización y mundo conocido se han removido, y pedimos a nuestros políticos y gobernantes que nos ayuden a trazar una nueva trayectoria para movernos hacia el futuro.
Cuando los ciudadanos del mundo perciben que sus gobernantes están en las pequeñas cosas, se asustan y preguntan ¿Entonces quién demonios se ocupa de las grandes cosas?
De acuerdo que las pequeñas cosas y las cosas urgentes deben ocupar una parte importante de la agenda, pero hoy más que nunca necesitamos un nuevo liderazgo que se ocupe de las cosas importantes. De no ser así, para qué complicarse la vida, basta con que las ONGs se hagan cargo de la situación. Pero claro, la labor política es mucho más importante que la admirable tarea de una ONG.
¿Hacia dónde vamos? ¿Qué podemos hacer juntos? ¿Qué economía queremos construir? ¿Bajo qué principios? ¿Qué cambios de verdad necesitamos en nuestro sistema educativo? ¿Qué queremos ser exactamente dentro de 10 años? ¿Qué cosas tenemos que empezar a hacer ahora mismo?…
El ser humano necesita horizontes, tiene dificultades para imaginar y crear futuros, y más en cambios de época como el actual. Necesitamos políticos audaces que además de atender con urgencia las necesidades básicas e ineludibles del momento, tengan un plan de futuro para su país o comunidad.
Sin una visión y misión de futuro declarada y bien armada en el discurso que nos diga qué vamos a ser dentro de unos años, el conjunto de la ciudadanía está confusa, no sabe dónde ir, no tiene palancas emocionales para esforzarse y llegar a la meta porque, sencillamente, no hay meta.
La superación del hambre o la pobreza es un imperativo moral de la política, es una obligación ética asociada al cargo. Pero el liderazgo político va mucho más allá de decir, voy a arreglar un poco esta cosa, y esa otra, y un retoque de esto otro lado… ;obliga también a marcar un camino claro de hacía dónde vamos y qué queremos conseguir juntos como comunidad.
El diseño del liderazgo para que esto ocurra es sencillo: quien lidera tiene que imaginar el mundo que quiere para dentro de 10 años, luego compartirlo y escuchar a su gente, después declararlo en un discurso solemne a su pueblo, una vez marcado el rumbo, cada ciudadano comienza a tener una idea de qué tiene que hacer para contribuir, luego la acción de gobierno tiene que ser consecuente con lo declarado…. Esto produce valor y riqueza porque se focalizan recursos y esfuerzos, se sinergiza, se optimizan los medios disponibles, se crean espacios emocionales expansivos de alta energía, se provoca acción, se liberan recursos ociosos para la causa, se crea espíritu y conciencia colectiva de pertenencia, se produce aprendizaje y confianza…
«En 10 años enviaremos un hombre a la Luna y lo regresaremos vivo» (JF Kennedy). Eso sí es enfocar al futuro a una nación para liderar el mundo, dar horizonte y sentido a todo un pueblo. Lo de menos era lo de la Luna, la idea de fondo era llevar al país a una revolución tecnológica sin precedentes para ganar la carrera a la URSS, una transformación radical de la ciencia, la economía, el empleo, la educación….Se imaginan que Kennedy hubiera iniciado su discurso y proyecto político enumerando tareas del tipo: «tenemos que arreglar los baches de las carreteras, subir las pensiones más bajas, reparar las goteras de los colegios…» Pues claro, que hay que hacer todo esto, pero en función de un gran proyecto colectivo, enfocado a algo grande, con capacidad de animar, entusiasmar, convocar y movilizar al conjunto de la ciudadanía.
Vivimos en tiempos de grandes retos, momentos para la épica, para el surgimiento de líderes valientes y capaces de plantear grandes proyectos cargados de emoción, y por qué no, también de riesgo, capaces de seducirnos y hacernos soñar.
Mira el programa político de tu país, región o ciudad, y entenderás lo que te estoy diciendo. Un líder se puede equivocar con su visión, imponderables le pueden arruinar su proyecto de futuro, todo eso se lo perdonamos, lo que es imperdonable en estos tiempos es no tener proyecto de futuro. Con un proyecto claro alguien puede pedir sangre, sudor y lágrimas, y la gente puede estar dispuesta a darlo a cambio de un futuro inspirador, pero sin proyecto de futuro no se puede movilizar a nadie ni pedir que la gente trabaje por la comunidad, sencillamente porque las personas sin un horizonte no podemos funcionar.
Todos sabemos que el futuro nunca ocurre como lo imaginamos, que la declaración del futuro es un deseo, un impulso para desencadenar la acción, pero de la misma manera sabemos, que para crear futuro necesitamos que la persona que lidera tenga un proyecto en su cabeza en el que cada ciudadano tiene un papel y una misión declarada.
¿Es que nos hemos vuelto locos? ¿Es que no hemos aprendido nada de la Historia? Señoras y Señores, para entender esto no hace falta ir a Harvard ni contratar a un gurú. Nuestra crisis antes que política o de liderazgo es una crisis del sentido común.
¡Manda huevos!
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