La tradición de la Ilustración y posteriormente la Era industrial consagró el ideal ciudadano académico. De esta manera dividió a la sociedad en dos grandes grupos: los académicos (personas con estudios universitarios o de similar categoría) y los no académicos.
La aspiración de cualquier familia o corporación era tener el máximo de «académicos» en sus filas, como garantía de éxito y reconocimiento.